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En un lugar de la Tierra hay un portal del tiempo.
Ahí puedes ver la historia de nuestro planeta, pues tiene una conexión directa con un pasado misterioso, cuyos secretos están escritos en el lenguaje de la geología y revelan un mundo perdido hace mucho, mucho tiempo.
La evidencia que desbloquea ese pasado antiguo está oculta en las rocas, los paisajes e incluso algunos animales, y habla de un momento definitorio que transformó la evolución y cambió la historia humana.
Se trata del Gran Cañón.
Sus rocas, por extraordinario que parezca, son nuestro punto de partida para entender el sexo.
Toda la tierra junta
Hace 413 millones de años, el norte y el sur de América estaban separados por miles de kilómetros de océano.
Pero estaban rumbo a una colisión, un choque en cámara lenta que levantó enormes montañas a lo largo de la zona de impacto.
En ese momento, todas las masas de tierra del planeta se unieron y formaron un solo supercontinente gigante: Pangea.
El norte y el sur de América estaban en el corazón de Pangea, a ambos lados de una masiva cordillera.
Y todavía hay rastros de ese mundo, en lugares como Manhattan, donde se pueden encontrar muy cerca de la superficie e incluso en la superficie, rocas de unos 300 millones de años de antigüedad, conocidas como esquisto.
Pangea ha tenido una enorme influencia en el continente americano moderno, desde la distribución de los recursos naturales y la historia, hasta, en casos como el de Nueva York, la forma de sus ciudades.
Pero Pangea también dejó su marca en todo el planeta pues jugó un rol crítico en uno de los más importantes desarrollos evolutivos de la historia de la vida en la Tierra: nada menos que la invención del acto sexual.
Ese significativo acontecimiento solo se puede entender viajando a los primeros días de Pangea.
El Gran Cañón nos puede llevar a ese momento.
Escrito en piedra
Su paisaje condensa más de mil 500 millones de años: en su fondo, hay rocas de cuando la única vida que existía era unicelular; más arriba, otras que tienen unos 500 millones de años, cuando la vida empezó a ser más compleja, y así, como un libro de historia con páginas de piedra.
Uno de los grupos de rocas se llama supai y data del período más temprano de Pangea, antes de que se formara por completo.
Gracias a las supai sabemos que al principio el supercontinente era un lugar acuoso. Los fósiles incrustados en ellas revelan qué tipo de vida existía en ese tiempo: anfibios.
Hoy en día, los anfibios -como las ranas y las salamandras- son relativamente raros. Pero antes de que Pangea se formara, los anfibios eran los animales dominantes en la tierra... al fin y al cabo, fueron los primeros en salir a explorar.
Para ellos, el agua era y sigue siendo fundamental, particularmente para la reproducción y metamorfosis, así que ese mundo mojado de los principios de Pangea era ideal para ellos.
Pero luego, el mundo cambió.
La evidencia está en unas rocas amarillos llamadas Coconino.
Se formaron cuando América era parte del supercontinente, y revelan un paisaje que transformó el curso de la vida en la Tierra.
La superficie de esas rocas es suave. Si te acercas con una lupa, ves muchos granos de arena redondos, casi todos de más o menos el mismo tamaño.
Todo eso revela que se formaron con el viento que levanta los granos más finos de arena.
El otro aspecto interesante de las Coconino es que no son horizontales sino inclinadas, y no porque algo las torció: la superficie de estas rocas siempre tuvo el mismo ángulo de 33-34º.
¿Por qué?
Porque si tomas la arena más fina y la viertes, hasta que los lados del montón que se forma alcancen un ángulo 33-34º, los granos de arena seguirán rodando. Cuando llegan a esa inclinación, se mantienen juntos.
Sabemos por la capa de Coconino que el Gran Cañón se convirtió en la frontera occidental de un desierto gigante que hace 250 millones de años se extendía por casi todo lo que hoy es América, África y Europa.
Ese desierto gigantesco fue un resultado directo de la formación de Pangea.
Una enorme masa de tierra significaba que la mayor parte de ese continente estaba tan distante del mar que los vientos no alcanzaban a llevar la lluvia al centro.
El que gran parte de la Tierra se hubiera convertido en un lugar desértico no fue una buena noticia para los anfibios.
Sin suficiente agua, quedaron como Adán y Eva antes de que probaran el fruto del árbol de la sabiduría: sin posibilidades de reproducirse y, por ende, condenados a la extinción.
Pero eso no quiere decir que en esa región reseca de Pangea no hubiera vida: en el corazón de este árido mundo, otro tipo de animal prosperó.
La evidencia está en las mismas rocas, en las que quedaron sus huellas inmortalizadas, mostrando que eran unas criaturas que se empujaban con las patas y tenían cola.
Eran reptiles.
Sus tobillos y el sexo
La mayoría de los reptiles se adaptaron bien a la vida terrestre, gracias a sus pieles resistentes y escamosas, sus pulmones bien desarrollados, su sistema circulatorio de doble circuito, un sistema excretor que conserva el agua, fuertes extremidades y la capacidad de controlar su temperatura corporal cambiando de lugar.
Pero eso no habría sido suficiente para evitar el destino de los anfibios: para adaptarse a entornos superáridos era imprescindible una innovación evolutiva que heredarían todos los reptiles, las aves, los mamíferos... tú y yo.
Así que, hace 250 millones de años, América estuvo no solo en el centro de Pangea, sino de un cambio evolutivo masivo.
Para saber cuál fue, lo mejor es observar a un animal antiguo con una reputación temible: el caimán.
Sus ancestros vagaban por América cuando formaba parte de Pangea.
Sabemos que eran sus antepasados pues comparten una adaptación realmente distintiva: la articulación del tobillo.
Esa conexión anatómica con los antiguos reptiles les permite mantener las patas casi verticalmente debajo del cuerpo cuando están en tierra, y el pie puede girar durante la locomoción con un movimiento giratorio del tobillo.
La forma en la que los ancestros del caimán se movían fue una de las razones por las que tuvieron un gran éxito en Pangea.
Pero el mayor avance fue algo que los preparó perfectamente para ese mundo desértico: el acto sexual.
El coito del caimán es muy parecido al humano, ciertamente en el estilo de copulación.
La clave es la fertilización interna: entregar el esperma dentro de la hembra y directamente al óvulo.
La invención del sexo
El sexo es la forma más eficiente y directa de lograr la fertilización. Así se impregnan los reptiles, aves y mamíferos modernos.
Hasta esta innovación, la fertilización solo podía ocurrir externamente, en el agua.
Los anfibios fueron los primeros vertebrados que emergieron a la tierra. Pero debido a que fertilizaban externamente, tenían que regresar al agua para reproducirse.
Los reptiles recién evolucionados hicieron las cosas de manera diferente. Fertilizaron y desarrollaron sus huevos dentro de sus hembras.
Al ponerlos, venían con cáscaras duras e impermeables y contenían el líquido amniótico, con toda la energía y agua para sustentar la vida, algo que los anfibios tenían que buscar en los ríos y los lagos.
El huevo fue toda una revolución.
Más tarde, los mamíferos mantuvieron esos fluidos de soporte vital dentro de sí mismos y suministraron nutrición a través de una placenta.
Pero seguimos siendo hijos de ese primer reptil amniótico.
Los desiertos de Pangea eran esencialmente una barrera impenetrable para los anfibios.
Pero para los reptiles la historia fue diferente. El desarrollo de la fertilización interna y el huevo amniótico les permitió propagarse y prosperar en esos ambientes áridos.
Es un maravilloso ejemplo de cómo el cambio ambiental puede ser un catalizador para avances evolutivos que eventualmente llevaron a la evolución de nosotros.
Y es interesante pensar que la forma en que tenemos relaciones sexuales fue moldeada por esos desiertos de un pasado tan lejano.
Este artículo está basado en parte de la serie documental de la BBC "Rise of the Continents" con el geólogo Iain Stewart.
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