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Los anaqueles de las cuatro paredes de un aposento de una casa en un barrio de La Habana están repletos de libros, fotografías y múltiples documentos de investigaciones sobre el asesinato del presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, ocurrido el 22 de noviembre de 1963, en una imagen más que decorativa o estética y anecdótica en Cuba.
Entre los primeros sospechosos de ser el autor intelectual del magnicidio figuró el entonces primer ministro de Cuba, Fidel Castro (1926-2016). Empeñado en despojarse de cualquier nexo de Cuba con ese asesinato, que hace 60 años conmocionó al mundo y todavía hoy está en el misterio, Castro encargó a varios de sus espías o agentes de inteligencia que recopilaran toda la información posible acerca del crimen.
A inicios del siglo XXI, uno de esos agentes —ya fallecido— mostró a EL UNIVERSAL la gigantesca biblioteca en muros de cuatro metros de largo y cuatro de ancho y unos dos metros y medio de alto —40 metros cúbicos— que edificó en su hogar para cumplir la orden que Castro giró a sus investigadores: demostrar que la mafia cubana de Miami, Florida, sí estuvo profundamente involucrada en el homicidio de Kennedy (1917.1963).
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El hombre reunió una gran cantidad de literatura y otros elementos gráficos elaborada en Estados Unidos, América Latina y el Caribe, Europa y Asia sobre un hecho que, como la sorpresiva muerte de Kennedy en un ataque a balazos en una calle de Dallas, Texas, se registró en dos contextos cruciales para Cuba: Girón, en 1961, y la Crisis de Octubre, en 1962.
Por un lado, la comunidad anticastrista de Miami, formada en esa época por las primeras y más radicales oleadas de exiliados cubanos anticomunistas que huyeron de Cuba por el triunfo de la guerrilla de Castro en enero de 1959 para instalar un régimen comunista, mostró un profundo resentimiento político con Kennedy por un motivo: el desastre militar de playa Girón (la fallida invasión de Bahía de Cochinos), en el litoral sur cubano.
Kennedy se negó a suministrar lo que supuestamente sería un vital apoyo de la Fuerza Aérea de Estados Unidos a las tropas contrarrevolucionarias de la Brigada de Asalto 2506 que, entrenadas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en Guatemala y en Nicaragua, invadieron Cuba en abril de 1961, sufrieron una rotunda derrota ante las fuerzas de Castro y perecieron en el choque o cayeron presas en Girón.
Para los anticastristas y las mafias cubanas y estadounidenses, que en 1959 perdieron casinos, burdeles y numerosos negocios en Cuba y deseaban retornar a recuperarlos, Kennedy entró al rango… de traidor.
Castro también quedó resentido con Kennedy por la agresión militar, que terminó de afianzar al régimen cubano, pero arrastró su rencor por la Crisis de Octubre.
En un momento de apogeo de la Guerra Fría entre EU y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) por la puja este-oeste o comunismo versus capitalismo y tras el triunfo de la revolución en Cuba en 1959, la crisis Washington-Moscú estalló en octubre de 1962 por un hallazgo del espionaje estadounidense del 15 de ese mes: el montaje de bases para desplegar 42 misiles nucleares soviéticos de alcance medio R-12 y R-14 en 1962 en la isla.
Kennedy exigió a la URSS (desaparecida en 1991) retirar esos misiles e implantó una cuarentena naval sobre Cuba para impedir el paso de buques soviéticos con equipos hacia suelo cubano para desarrollar los armamentos estratégicos. El mundo quedó en ante el peligro más cercano de conflicto nuclear.
Kennedy y Nikita Khrushcev (1804—1971), entonces líder de la URSS, negociaron a espaldas de Castro y, sin consultarle, acordaron retirar los misiles de Cuba y los de EU en Turquía e Italia, entre otros pactos. Abril de 1961 y octubre de 1962 marcaron el escenario previo al asesinato de Kennedy entre Cuba, EU y la URSS y por el que las conjeturas de autoría intelectual apuntaron a Castro.
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“Cuba era el punto caliente más intenso de la política exterior”, recordó la (no estatal) Fundación Mary Ferrell, de EU, que analiza e indaga los conflictos mundiales. “Castro había llegado al poder (…) durante la era de (administración de 1953 a 1961 del presidente Dwight) Eisenhower (1890—1969) y los complots para derrocarlo y asesinarlo continuaron en la era de Kennedy”, precisó, en uno de sus reportes sobre el asesinato.
“Había muchos individuos y grupos —exiliados cubanos, figuras de la mafia, racistas virulentos, miembros de la línea dura de la CIA y del Pentágono (Departamento de Defensa de Estados Unidos)— con un motivo para el asesinato”, planteó.
Al ex infante de marina estadounidense Lee Harvey Oswald (1939-1963), acusado de matar a Kennedy y ultimado a balazos dos días después en un sótano de un cuartel policial en Dallas por el estadounidense Jack Ruby, un reconocido mafioso, se le trató de vincular con Castro por su presunta solidaridad política con Cuba y su revolución comunista.
Oswald pasó el verano de 1963 en Nueva Orleans, Luisiana, “participando en extrañas actividades pro-Castro que muchos han interpretado como ‘la construcción de una leyenda pro-Castro’ en lugar de genuinas”, describió la Fundación.
Documentos secretos de la CIA desclasificados en diciembre de 2022 exhibieron las presunciones que Castro indagó y esa agencia estadounidense rechazó: una conjura de la CIA con cubanos mafiosos para ejecutar el crimen del mandatario y manipular a Oswald con una leyenda falsa de su odio a Kennedy por su castrismo.
La Fundación insistió en que el estadounidense George Joannides, jefe de guerra psicológica de la estación de la CIA en Miami en noviembre de 1963, lanzó un operativo para distraer, construir una fábula y centrar los focos en que Castro usó a Oswald para asesinar a Kennedy.
Las supuestas pruebas contra Castro, de que ajustó cuentas con Kennedy por Girón y misiles y por el embargo económico que dictó en 1962 contra Cuba, nunca aparecieron.
En los atiborrados estantes de una inmensa biblioteca casera en La Habana hay libros, fotografías y documentos que un espía de Castro comenzó a atesorar hace 60 años para intentar desnudar otra realidad.
sp/rmlgv