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Washington.— Estados Unidos
dijo adiós a una de las figuras políticas más respetadas de los últimos tiempos, un pilar del republicanismo clásico conocido por su sentido de Estado por encima de las voluntades partidistas que le hicieron ganar el sobrenombre del maverick: el inconformista, el disidente.
“Quizá me habré ido antes de que escuches esto”,
empezaba McCain en The Restless Wave , su libro de memorias que parecía escrita por y para Hollywood.
Hijo y nieto de importantes miembros de la Marina estadounidense, su avión fue derribado por norvietnamitas en 1967; saltó a las aguas de Hanoi, rompiéndose ambos brazos y una pierna, y se convirtió en cotizado prisionero de guerra durante más de cinco años.
Su tenacidad y sentido del deber le hicieron rechazar ofrecimientos de liberación para evitar que sus captores ganaran la batalla de la propaganda, empezando a crear un aura que le acompañaría hasta su muerte.
A su regreso a EU, McCain , nacido en 1936, empezó su magnífica carrera política. Reelegido seis veces como senador del estado de Arizona, decidió buscar la Casa Blanca en dos ocasiones. La primera, en 2000, cuando perdió en las primarias contra George W. Bush . La segunda, ocho años después, siendo derrotado en las generales contra Barack Obama.
Amante de la batalla, inconformista como pocos y de convicciones testarudas, enfrentaba a todo y a todos, incluso a su propio partido. Por ejemplo, cuando retó a Bush hijo por su estrategia en Irak.
McCain deja en su legado una forma de hacer política que parece abandonada en los últimos tiempos, donde el interés personal sobrepasa el partidista. Firme luchador por los derechos y beneficios de los veteranos de guerra, siempre fue un defensor de los migrantes, de que EU abriera sus fronteras comerciales y del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
“He vivido una vida honorable, estoy orgulloso de mi vida”, decía. “He sido examinado en varias ocasiones. No siempre he hecho lo correcto”, añadía, en un gesto de autocrítica inusual en figuras de su categoría.
Una de esas ocasiones, de las más sonadas, en el que se equivocó, fue cuando eligió a Sarah Palin, estrella del ultraconservador Tea Party, como compañera de viaje en su camino frustrado hacia la Casa Blanca, en 2008.
Ese año y esa carrera, sin embargo, dejaron señales de la gran envergadura de su figura. Primero, al elegir como eslogan de campaña “Country first” (el país primero), toda una declaración de principios sobre lo que lo movía interiormente.
De aquella campaña se recuerda también el momento en que defendió a Obama cuando una votante republicana empezó a insultar al candidato demócrata. Un gesto inimaginable en la política tóxica de la era actual.
Voz independiente del republicanismo clásico, mantuvo su espíritu guerrero hasta el final. En el Congreso, una de sus luchas más destacadas, considerando lo que sufrió en Vietnam, fue justamente contra la tortura. “No torturamos. Somos mejor que eso”, decía.
Su última gran batalla política fue contra el candidato de su partido, el presidente Donald Trump , a quien apoyó durante las elecciones más por necesidad que por convicción. El magnate lo humilló e insultó, pero el senador presentó batalla. La última fue una victoria sonada, cuando su pulgar tumbó el intento más feroz de Trump de acabar con la reforma sanitaria de Obama.
El próximo miércoles, John Sidney McCain iba a cumplir 82 años. Pero este sábado, un día después de anunciar que abandonaba el tratamiento médico contra el cáncer de cerebro que padecía, el guerrero perdió la última batalla.