La liberación de los rehenes en Gaza es una muy buena noticia, una pequeña luz en un túnel que aún es muy oscuro. Pero está lejos, muy lejos, de ser el fin del conflicto en Gaza.
Esta primera parte del plan del presidente Donald Trump, con todas sus complejidades, era la más sencilla de llevar a cabo. Aun así, hubo resistencias entre la ultraderecha israelí, reacia a liberar a cabecillas de Hamas presos a cambio de todos los rehenes —vivos y muertos— en poder de la organización islamista.
La presión de Donald Trump y de otros países, junto con el agotamiento por dos años de conflicto, que ha dejado a los israelíes lejos de sus familiares cautivos, con la angustia de si sobrevivirían, de cómo los tratarían, de no poder enterrar a sus muertos, y a los palestinos sin un hogar dónde vivir, solos en medio de la devastación, sin agua ni comida, finalmente forzaron a un acuerdo que significa un respiro.
Pero pasada la emoción del momento, ¿qué sigue? Porque Hamas se muestra poco dispuesto a desarmarse, como exige el plan de Trump. Tampoco hay certeza respecto a que Israel se vaya a retirar de donde se encuentra en estos momentos en Ciudad de Gaza, menos de que se pueda instalar una fuerza internacional que se encargue de administrar Gaza mientras se puede reconstruir.
Trump no ha dado muchos detalles al respecto y, por tanto, hay dudas y desconfianza. Aunque ahora asegura que no pretende quedarse con Gaza, o convertirla en una Riviera, sin palestinos, como planteó hace un tiempo, confianza es lo único que no existe en estas negociaciones.
¿De dónde vendrá la ayuda para reconstruir Gaza? ¿Y a cambio de qué? Son preguntas que urge resolver porque lo que está en juego son las vidas de millones de palestinos.
En el fragor de la guerra, el primer ministro Benjamin Netanyahu ha dicho a las claras que “no habrá un Estado palestino”, porque representa una “amenaza a la seguridad nacional” de Israel. Si no habrá un Estado, ¿entonces qué habrá en su lugar? ¿Más de lo mismo que los palestinos han rechazado por décadas?
Aunque Trump afirma tener garantías de que el plan no se derrumbará pasada esta primera fase, avanzar en las siguientes requerirá de un esfuerzo no sólo de Estados Unidos, sino de la comunidad internacional. Una buena noticia es que diversos países, europeos, árabes, están más que interesados en participar en las negociaciones, para tratar de garantizar una solución que sea justa para todos. De eso dependerá el triunfo. Trump no es conocido por ser un político al que le gusten aquellas cosas que requieren esfuerzos de largo aliento. Por el contrario, es el tipo de presidente al que le gustan los simbolismos, lo que parezca ser un éxito, capaz de vender como tal incluso una derrota. Si no ve resultados prontos, fácilmente puede decir: a lo que sigue.
Para los palestinos, para los israelíes, es el momento de empezar a construir en serio la paz, tomar decisiones difíciles, de aceptar que no pueden ganar en todo, que habrá que hacer concesiones, en aras de una paz que ha costado tanta sangre y destrucción. De lo contrario, esta tregua será sólo una pausa antes de otra escalada, quizá peor, porque esta vez, ambos bandos son conscientes de hasta dónde es capaz de llegar el otro. La coexistencia pacífica requerirá de muchos sacrificios, pero quizá, quizá, sea el momento de dar los pasos, dar el salto. ¿O no se ha perdido ya suficiente?