En otros tiempos, menos oscuros, que un país exigiera a otro “dejar en paz” a un político señalado de golpismo y le impusiera aranceles de 50% por no complacerlo, sería un escándalo mundial.
No lo es en la era de Donald Trump. No conforme con intervenir en un asunto político estrictamente brasileño, condiciona las relaciones bilaterales a que el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva deseche el caso contra el expresidente Jair Bolsonaro.
La acusación contra Bolsonaro no es menor: encabezar un intento de golpe para evitar que, tras ser derrotado, Lula pudiera asumir el poder. La Justicia consideró que hay suficiente evidencia para enjuiciar a Bolsonaro. Pero Trump sólo entiende que su aliado y leal tiene un pie en prisión, y no le hace gracia. Podría ser difícil para Trump comprenderlo, dado que él atizó a la multitud que irrumpió en el Capitolio para tratar de evitar que la victoria del demócrata Joe Biden fuera certificada y no sólo no pagó un precio, sino que, tras ganar las elecciones de 2024, perdonó a muchos de quienes asaltaron el recinto legislativo, aunque pusieron en peligro las vidas de los congresistas y del entonces vicepresidente, Mike Pence.
“Si Trump fuera brasileño e hiciera lo que hizo en el Capitolio, estaría siendo juzgado en Brasil por violar la Constitución. Sería arrestado si hubiera hecho eso”, fue la reacción de Lula a las amenazas y sanciones de Trump.
El injerencismo de la administración estadounidense se agrava dado el contexto brasileño, donde en 2026 están previstas elecciones presidenciales en las que Bolsonaro, o uno de sus descendientes, podría buscar la candidatura y enfrentarse, muy probablemente, a Lula, que no ha descartado buscar la reelección.
Brasil no es el único país donde Trump intenta “meter su cuchara”. Un episodio clave de su presidencia fue su anuncio de que busca convertir a Gaza en la “Riviera del Medio Oriente”, para lo cual pretende sacar a los palestinos. También defiende su pretensión de adquirir Groenlandia, de recuperar el Canal de Panamá... Su necedad en convertir Canadá en el estado 51 de EU provocó un giro de 180 grados en las elecciones canadienses y la victoria del liberal Mark Carney es 100% cortesía de Trump y sus amenazas.
Trump no ve ningún problema en respaldar candidatos para elecciones de los demás países; rechazar a otros, o en usar los aranceles para obligar a las naciones a hacer lo que él quiere, sea aceptar migrantes o hacer de la vista gorda ante políticos acusados de cometer delitos. Tampoco tiene reparos en forzar acuerdos de paz que significan que un país invadido se tenga que resignar, sin chistar, a perder sus territorios.
Si este accionar de EU como imperio avasallador preocupa, también resulta inquietante el silencio con que cada una de estas acciones y políticas son recibidas. Como si nada ocurriera. Excepto que sí ocurre. Y mientras unos callan, otros observan... y emulan.