Miami.— Una de las más grandes sorpresas de las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos es el incremento en el porcentaje de votantes de origen latino que sufragaron por el republicano Donald Trump. Ahora, este grupo espera cosechar los frutos de su voto y que Trump mejore sus condiciones de vida, así como mejoró su campaña para atraer esos sufragios.
Sin embargo, las probabilidades de que Trump ponga su atención en este sector son prácticamente nulas. Y de hecho, su discurso antiinmigrante también puede derivar en más tensión con los grupos hispanos. “Su mensaje refuerza un sentimiento de superioridad entre ciertos sectores de su base política, especialmente en grupos supremacistas blancos”, advierte el politólogo Pablo Salas a EL UNIVERSAL.
Durante su campaña y primer mandato, estos grupos encontraron en Trump un respaldo implícito para propagar mensajes de odio. En este contexto, es probable que las tensiones raciales y los ataques verbales y físicos contra latinos aumenten, especialmente en regiones donde los inmigrantes son una minoría visible.
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En la historia política reciente de EU, el voto hispano ha sido visto tradicionalmente como un baluarte del Partido Demócrata. Sin embargo, las tres campañas presidenciales de Trump (2016, 2020 y 2024) desafían esa percepción al mostrar un incremento significativo del apoyo latino hacia un candidato cuya postura y políticas han sido vistas como contrarias a los intereses de los hispanos en EU.
Este fenómeno no sólo revela la diversidad dentro del electorado latino, sino también un cambio en las prioridades de ciertos segmentos de esta población, impulsados por factores económicos, sociales y culturales.
En 2016, aproximadamente 28% de los votantes hispanos optaron por él. ¿Por qué? “En gran medida, este respaldo provino de grupos específicos como los cubanoamericanos en Florida, quienes insistieron en su mensaje anticomunista y su postura contra el régimen de Cuba”, explica Salas.
Además, detalla, “Trump logró captar la atención de votantes latinos conservadores y religiosos que apreciaban su promesa de proteger los valores tradicionales, como la familia y la fe cristiana”. Este apoyo, aunque limitado, marcó el inicio de una relación compleja y en constante evolución entre Trump y el electorado latino.
Robert Bautista, residente en Texas, dijo a EL UNIVERSAL que “como cristiano, valoro su postura contra el aborto y a favor de la familia. Aunque no estoy de acuerdo con todo lo que dice, creo que es el único que defiende mis valores”.
En las elecciones de 2020, según reportes de ese año de NBC News, el apoyo hispano a Trump creció a un estimado de 32% a 35%. A pesar de las críticas por su manejo de la pandemia y su postura insistente y continua contra la inmigración, logró consolidar su presencia en estados clave como Florida y Texas.
En Florida, “las comunidades cubana, venezolana y nicaragüense lo respaldaron en gran medida, atraídas otra vez por su postura anticomunista y su crítica al socialismo”, comenta Salas. Estas comunidades, marcadas por las experiencias de regímenes autoritarios en sus países de origen, “encuentran en Trump un líder que promete proteger a Estados Unidos de ideologías que se asocian con la pérdida de libertad”.
La nominación de Marco Rubio como secretario de Estado alienta a los cubanos que esperan ver más acciones de Trump contra el régimen de Miguel Díaz-Canel. Sin embargo, esta comunidad pronto podría ver sus esperanzas desvanecerse.
“En medio de crisis globales como las guerras de Ucrania e Israel-Gaza, y el objetivo de contrarrestar a China, no está claro hasta qué punto América Latina será una prioridad de política exterior de la administración Trump 2.0”, advierte Maureen Meyer, vicepresidenta para Programas de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA). “Aunque es probable que la administración adopte una postura firme contra los gobiernos autoritarios de Cuba, Nicaragua y Venezuela”, su prioridad será, señala, la deportación masiva de migrantes. La presión se concentrará sobre países como México, El Salvador y otros, no sólo para impedir el paso de migrantes, sino para “cerrar sus propias fronteras, llegar a acuerdos de cooperación para asilar” a los deportados de EU.
En ese sentido, Salas dice que aquellos hispanos que votaron por Trump esperando que ponga orden en los flujos migratorios, podrán ver cumplidas sus expectativas.
Más allá de eso, comenta, “a la base política de Trump, que incluye un fuerte componente de votantes blancos —de áreas rurales y suburbanas—, no le interesan los hispanos, e incluso, muchos los detestan”.
La forma misma en que Trump habla de los migrantes latinos, como delincuentes y violadores, ha perpetuado estereotipos negativos que impactan profundamente en la percepción pública y fomentan la discriminación hacia cualquier hispano en la Unión Americana, sin importar si es ciudadano de EU o incluso si nació en suelo estadounidense. Según datos del Buró Federal de Investigaciones (FBI), los crímenes de odio contra latinos aumentaron significativamente durante su primer mandato, una tendencia que ha continuado en los años posteriores.
Para este segundo periodo, no se prevé una situación diferente. La promesa de deportación masiva de migrantes, la presión a autoridades estatales y locales para cooperar con la justicia, temen, puede convertirse en una cacería de brujas en la que no sólo quedarán atrapados los indocumentados, sino residentes legales.
Aunque Trump ha aumentado su apoyo a ciertos sectores de los latinos, su base principal sigue viéndolo como un líder que defiende los intereses de “América Primero”, es decir, “un Estados Unidos para los ciudadanos blancos, no para los latinos ni ninguna otra raza”, subraya Salas.
Esta dinámica refuerza un ciclo de hostilidad hacia las comunidades latinas, donde las políticas gubernamentales alimentan la percepción de los inmigrantes como enemigos del bienestar nacional. “En resumen, los votantes hispanos que eligieron a Trump no van a obtener ningún beneficio con su voto”, dice Salas.