Este fin de semana volverán a las calles de Perú. Con "memes" convertidos en pancartas, videos virales, convocatorias por redes sociales y una sincronización milimétrica gestada desde los celulares. Se movilizan por causas tan diversas como el apoyo a los gremios de transportistas o el hartazgo a un sector político. Son jóvenes que no alcanzan los treinta años, pero que desde hace semanas se han convertido en los protagonistas del descontento social en Lima: protestan, se organizan, reclaman.
A falta de estructuras partidarias que los acojan o de organizaciones sociales formales que los contengan, estos nuevos manifestantes responden a un código distinto. Son "hijos de los 2000", muchos aún menores de edad, otros con la mayoría recién cumplida, y todos etiquetados bajo una misma categoría: la Generación Z.
A principios de semana, la Municipalidad Metropolitana de Lima ofreció recompensas por información que permita identificar a quienes causaron millonarios daños durante su última movilización. Algunos lo leyeron como una advertencia, otros como un intento torpe por silenciar la efervescencia. Pero los jóvenes –como ya lo han demostrado en otras latitudes– no dejarán de alzar la voz.
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“La Generación Z está conformada básicamente por jóvenes que han nacido en los últimos años del siglo XX y la primera década del siglo XXI, hasta el 2010, 2011”, explica a El Comercio Jaime Bailón, docente de la carrera de Comunicación en la Universidad de Lima. Es decir, muchachos y muchachas entre los 14 y los 25 años, aunque hay quienes extienden la frontera hasta los 29. Son nativos digitales que crecieron entre crisis políticas, escándalos de corrupción, pandemias y el imparable desmoronamiento de las instituciones que deberían haberlos protegido.
Trabajos precarios, falta de movilidad social
En el Perú, cerca de 1 millón 100 mil jóvenes de esta generación “se desempeñan en trabajos precarios, advierte Bailón”. “Tres cuartos de ese grupo son mujeres, muchas laboran sin recibir una remuneración; hay jóvenes de 14, 15 y hasta 29 años que no tienen posibilidad de mejorar su situación económica porque no están siendo capacitados”, afirma. Algunas de ellas, además, cargan sobre sus hombros responsabilidades que duplican su edad: cuidar hermanos, adultos mayores, llevar el hogar. Otros, como dateros o mototaxistas, sobreviven con lo que puedan generar cada día.
Una de las particularidades de esta generación es la forma en que se articulan. Sin partidos, sin sindicatos y sin un rostro principal, los Gen Z han encontrado refugio en las comunidades digitales. “Durante el siglo pasado, los partidos políticos tenían grupos juveniles, los adolescentes tenían posibilidad de participar. Hoy en día los partidos se han convertido en vientres de alquiler al servicio de intereses económicos, informales o hasta criminales”, sostiene Bailón.
Ante la ausencia de partidos, y el debilitamiento de las universidades como centros de debate juvenil, los Gen Z han hallado sus puntos en encuentro en grupos de anime, clubes de fútbol, comunidades de videojuegos, salas de Discord, entre otros. Desde allí se articulan las convocatorias, se comparten imágenes virales, se construyen discursos. No hay una directiva ni voceros.
“En países vecinos como Argentina o sobre todo en Chile, vimos que escolares y adolescentes fueron quienes iniciaron las últimas marchas multitudinarias”, recuerda Bailón.
Lo mismo pasó en Indonesia, luego en Nepal, también en Madagascar y en Marruecos.

Pero así como no hay un rostro único que los represente, tampoco se mueven por solo una causa. Algunos marchan por el cierre del Congreso, otros por la defensa del Centro Histórico de Lima. Muchos exigen acciones contra las extorsiones y el sicariato, otros protestan contra la homofobia, el racismo o la impunidad. Los discursos son múltiples pero todos se encuentran en un mismo punto: el hartazgo.
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Sus últimas movilizaciones en el Centro de Lima llevaron a que las autoridades los catalogaran como vándalos. Pero “atribuir toda esa violencia a la juventud sería una lectura superficial”, explica el docente. “Criminalizar a estos manifestantes es una estrategia que los gobiernos siempre utilizan. Básicamente todos sabemos de dónde viene la violencia: de nuestras autoridades, del gobierno, de una policía particularmente agresiva y violenta. Lo vimos en las marchas contra la instauración del gobierno de Dina Boluarte, donde se mataron incluso a jóvenes que no tuvieron que ver con las marchas”, recuerda.
El origen de la violencia en todo caso, sugiere, no se encuentra en las protestas y los enfrentamientos derivados de las mismas sino en el día a día. “Hay una violencia que no se ve pero es la que vive el ciudadano en el día a día: la precariedad laboral, la falta de oportunidades que afecta a los jóvenes y la violencia de las calles por el crimen organizado, el sicariato. Esa es la violencia que sufrimos todo el tiempo y afecta a buena parte o a todos los ciudadanos de Lima”, lamenta Bailón.
La olla a presión parece haber alcanzado su límite. Y quizás pocas frases lo resuman mejor que el que dejó una joven que el último jueves le dijo a El Comercio cuando se dirigía a protestar frente al Congreso. “(Venimos a) protestar, simplemente. Alzar la voz. Y que todos nos escuchen porque parece que todos son unos sordos. Eso es todo”.
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En las redes y en las calles
El último 30 de setiembre, Yackov Solano, integrante de la llamada Generación Z, respondió desde redes sociales a las declaraciones de la presidenta Dina Boluarte, quien esa misma mañana había advertido a los jóvenes a “no dejarse manipular” de cara al paro del transporte del 2 de octubre. El joven de 22 años negó cualquier tipo de manipulación y sostuvo que las movilizaciones recientes son una expresión genuina del hartazgo frente a la corrupción, la inseguridad y la falta de oportunidades. “No se trata de un chiste”, dijo con firmeza, al recalcar que su generación está cansada de vivir con miedo en las calles y exige respuestas reales del Gobierno.
Solano explicó que los jóvenes se están organizando principalmente a través de redes sociales, donde se informan, se convocan y coordinan sus acciones. Desde esas mismas plataformas, respondieron a las declaraciones de la mandataria y defendieron su derecho a protestar sin ser estigmatizados. “Nos llaman vagos, pero muchos estudiamos, trabajamos y queremos lo mejor para el país”, señaló. En esos espacios digitales —TikTok, Instagram, X o Telegram— circulan mensajes que buscan no solo convocar marchas, sino también articular demandas sobre seguridad ciudadana, justicia y la erradicación de la corrupción.
Las convocatorias virtuales se han traducido en protestas presenciales que, según Solano, son mayoritariamente pacíficas. Reconoció que puede haber reacciones aisladas, pero advirtió que la violencia proviene de la delincuencia y de un grupo de policías que usan la fuerza desproporcionada contra manifestantes.
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