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Tal vez en parte por los efectos de la pandemia, tal vez porque el presidente Donald Trump inició la búsqueda de su reelección hace dos años o porque Joe Biden se impuso relativamente pronto a sus rivales, pero esta campaña electoral en EU ha parecido interminable. Pero no hay ciclo informativo que dure cien años ni sociedad que lo aguante, así que estamos, por fin, a una semana del inicio formal de la jornada electoral.
Digo formal, porque en realidad la gente ya lleva rato votando, lo mismo por correo que en persona de manera anticipada. En una clara muestra del interés, urgencia dirían algunos, de la ciudadanía por resolver la contienda de una vez por todas, ya han emitido su sufragio poco más de setenta millones de estadounidenses, más de la mitad del total absoluto de votos registrados en la elección presidencial de 2016. A este paso, esta podría ser la de más alta participación electoral en tiempos modernos.
Las encuestas son casi unívocas en darle a Joe Biden una clara ventaja sobre el presidente, no solo en el voto popular sino también en la compleja aritmética del Colegio Electoral, en donde se suman los delegados que cada entidad federativa otorga al ganador de la votación. Como sucedió ya en varias ocasiones, de las cuales la más memorable y para algunos traumática fue la del mismo 2016, el ganador del voto popular absoluto puede terminar derrotado en el Colegio Electoral, lo cual complica mucho la lectura e interpretación de las encuestas. Aún así, prácticamente todos los modelos probabilísticos pronostican un cómodo triunfo de Biden, mientras que la ruta a la victoria para Trump parece cada vez menos probable.
A estas alturas, ya es bien poco lo que pueda cambiar las tendencias. Ya se dieron los debates, ya cada uno de los candidatos puso sus cartas sobre la mesa y jugó a lo que su estrategia dictaba. Y por lo que vemos del voto anticipado, ya la mayoría de los votantes ha tomado también su decisión. Tendría que suceder algo verdaderamente inusitado, catastrófico, para alterar la dinámica electoral.
Quedan, por supuesto, los tecnicismos y las chicanas legales para tratar de incidir en el resultado, y no debemos minimizarles: lo mismo las tácticas para inhibir el voto el día 3 de noviembre como toda artimaña que se intente para declarar no válidos a cientos de miles, millones incluso, de sufragios, existen riesgos. Aunque parezca increíble, ronda el fantasma del fraude electoral en los Estados Unidos de América y otro riesgo, que es casi una realidad, es el de una elección cuyo resultado final podría tardar días o hasta semanas en conocerse dada la afluencia masiva de votantes anticipados.
Resulta un tanto cuanto baladí especular acerca de las predicciones de quien ganará o de quien nos conviene más a los mexicanos cuando flota sobre el escenario la posibilidad de un conflicto postelectoral que bien podría convertirse en una crisis constitucional para nuestro vecino. Las repercusiones son inestimables: en medio de la mayor (y combinada) crisis económica y de salud pública, la todavía nación más poderosa del mundo podría meterse a un embrollo digno de una república bananera.
Irónica y perversamente, ese sería el colofón de este malhadado año de 2020.
Así como lo leen, apreciables lectores.
Analista político. @gabrielguerrac