Ciudad del Vaticano.— En este, su último y definitivo viaje, el papa Francisco fue despedido por al menos 400 mil personas que llenaron no sólo la plaza de San Pedro, también la vía de la Conciliación (la avenida que lleva a la explanada vaticana), las calles aledañas a la sede pontificia y todas las arterias de la capital italiana que recorrió el Papamóvil con sus restos mortales: no fue sepultado en las grutas vaticanas, sino en la basílica romana de Santa María la Mayor.

Su funeral inició a las 10:05 hora local. Ante un silencio sepulcral, que sólo se alteraba por el canto de los salmos, el féretro de madera, con el cuerpo de Francisco, fue colocado frente a la fachada de la Basílica de San Pedro.

Dada su modesta manufactura, el ataúd contrastaba con la fastuosidad que exige el protocolo vaticano para los funerales de los Papas, de los Jefes del Estado Pontificio que, por cuanto diminuto, se extiende a todo el planeta: millones son sus fieles en el mundo.

En el ala derecha de la fachada se encontraban los grandes de la tierra, las autoridades civiles italianas y la alta nobleza. Ahí estaba el presidente de Italia Sergio Mattarella; el mandatario de Estado Unidos Donald Trump, y un buen número de jefes de gobierno entre los cuales sobresalían los de Francia, Emmanuel Macron; el premier británico Keir Starmer; el canciller de Alemania Olaf Scholz, y también el presidente de Ucrania Volodimir Zelensky, quien recibió un gran aplauso de los asistentes al llegar vestido de negro y no con su tradicional uniforme militar.

Más de 200 cardenales y 750 entre obispos y sacerdotes, el alto clero católico, ocupaban el ala izquierda de la fachada de la basílica.

A Giovanni Battista Re, decano de Colegio Cardenalicio, quien ha colaborado con cinco Papas, de Pablo VI a Francisco, tocó el honor de pronunciar la homilía de la ceremonia luctuosa.

Luego de recorrer el pontificado del Papa argentino, deteniéndose en aquellos aspectos o temas que consideraba más relevantes, el cardenal Battista Re se ganó un nutrido aplauso al subrayar que “de frente a tantas guerras que han provocado tanta muerte y destrucción, Francisco siempre elevó su voz para implorar la paz”.

El decano también habló del hilo conductor del ministerio pastoral de Francisco, de su “convicción de que la Iglesia es una casa para todos, una casa con las puertas siempre abiertas”, con lo cual seguramente quiso recordar a sus hermanos cardenales el camino a seguir y también el gran legado dejado por el difunto Jefe de la Iglesia católica: su cercanía con los pobres, con los marginados y la profunda misericordia que caracterizó su pontificado: “Fue un Papa entre la gente con el corazón abierto a todos”, dijo.

También recordó que el líder religioso buscaba “construir puentes y no muros”; destacó la importancia de los migrantes en el pontificado del papa Francisco, con alusiones a la misa que celebró en la frontera entre Estados Unidos y México y a su primer viaje oficial a la isla de Lampedusa.

Después el cardenal se dirigió directamente a Francisco diciéndole: “Ahora te pedimos a ti orar por nosotros”. Una vez terminada la homilía, siguieron la “súplica” de la Iglesia católica y la de las iglesias orientales, en griego antiguo, así como la “aspersión” con agua bendita e incienso, rito que completó el mismo cardenal Battista Re.

Aún no terminaba el rito, cuando un repentino e inesperado golpe de viento movió las hojas del Evangelio colocado sobre el féretro de Francisco. No pocas personas seguramente recordaron el similar hecho acaecido durante el funeral de Juan Pablo II, el cual en su tiempo generó fantasiosas especulaciones.

El doblar de las campanas de San Pedro fue el anuncio de que la ceremonia fúnebre había terminado. Los encargados de introducir el féretro dentro de la basílica salieron de inmediato y cumplieron con este y otro de sus deberes, colocar el ataúd del Papa argentino en la parte posterior de un Papamóvil completamente descubierto.

Minutos después, teniendo como destino final la basílica de Santa María la Mayor, el Papamóvil inició su recorrido por la ciudad de Roma: seis kilómetros aproximadamente. A su paso, parados en ambos lados de las aceras, miles y miles de creyentes, no creyentes y turistas aplaudían al hombre que nunca dejó solos a los descartados, a los enfermos, a los ancianos, a los niños y a los jóvenes, en los que siempre creyó.

A su llegada, 40 personas, entre ellos desfavorecidos y algunos reclusos, esperaron su llegada en la escalinata de entrada con una rosa blanca.

El ataúd fue introducido en la basílica y por un par de minutos fue colocado frente a la capilla Paulina, donde antes y después de cada uno de sus viajes al extranjero Francisco oraba y pedía ayuda y protección a la imagen de la Virgen María que ahí se encuentra.

Concluida esta última escala, los restos mortales del Pontífice argentino fueron colocados en una tumba, ubicada justo al lado de la capilla Paulina, que no podía ser más sobria: el único ornamento de lápida de piedra blanca que la cubre es la inscripción Franciscus (Francisco en latín).

La sepultura de Francisco fue presenciada por todo el Colegio Cardenalicio, y por los miembros de un coro de cuatro sacerdotes que durante la misma entonaban cantos religiosos.

Como desde hace siglos los romanos saben que la historia de los Pontífices no termina con el fallecimiento del último de ellos, de inmediato han retomado un viejo y sabio dicho popular: “Muerto un Papa se elige otro”.

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