Las estructuras burocráticas, según los teóricos organizacionales, desarrollan tendencias y estrategias dinámicas que tienden a la perpetuación de las mismas. Algo cambia para que nada cambie, es el tema de El Gatopardo, de Giuseppe de Lampedusa. La Iglesia católica es la estructura burocrática más antigua del mundo; en ese contexto, cabe la pregunta sobre si las importantes reformas estructurales propuestas por el papa Francisco perdurarán en la gestión de su sucesor. Los antropólogos no nos dedicamos a las adivinanzas, por ello haré un análisis dedicado a mejorar la comprensión de las estructuras burocráticas de esta milenaria institución y como Francisco prepara el camino para un cambio estructural.
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Importa aclarar que el proceso de cambio institucional fue iniciado formalmente con Juan XXIII cuando convocó al Concilio Vaticano II (1963-65) y se definieron un conjunto de cambios conceptuales de la Iglesia. El problema fue que el contexto de la Guerra Fría entre el ahora disuelto bloque socialista y las potencias capitalistas comprometían los cambios. La lectura de los cambios conciliares comprometía la asociación entre la Iglesia católica y las oligarquías nacionales, particularmente en América Latina. En Europa, los procesos de secularización de la posguerra dejaban a las iglesias a la defensiva y se afianzaron los sectores conservadores. Estamos frente a un proceso de transición y transformaciones que lleva más de 50 años.
La muerte de Paulo VI en 1978 marcó el congelamiento de las iniciativas modernizadoras, los intentos de continuidad se frustraron por la extraña muerte de Juan Pablo I, que alentó las versiones de su envenenamiento en los departamentos pontificios. La entronización de Karol Wojtyla (Juan Pablo II), marcó una regresión de los cambios impulsados en el Concilio, persecución y desmantelamiento de las propuestas posconciliares, e implicó el regreso a lo ya conocido, incentivando el crecimiento de las propuestas religiosas evangélicas y pentecostales que iniciaron un crecimiento sin precedentes. Millones de católicos desencantados se fueron a otras iglesias en América Latina y otros millones en Europa se retrajeron en sus casas. Los números no mienten, la caída de vocaciones sacerdotales y religiosas fue impresionante, al igual que el abandono de los matrimonios religiosos y el bautizo de los niños.
La muerte de Juan Pablo II coincidió con el destape de los abusos sexuales y la pederastia clerical ya imposibles de ocultar, el involucramiento de cuadros importantes del séquito papal en los abusos comprometieron la propia figura del difunto. Su sucesor, Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, no pudo con el desafío, consciente de su debilidad política y de las nuevas correlaciones de fuerza en la Iglesia decidió un cambio magistral y radical, por primera vez en 599 años un Papa renunció y además llamó a quien lo había desafiado en su designación: el arzobispo de Buenos Aires, Argentina, Jorge Mario Bergoglio, el último cardenal jesuita con derecho a voto que sobrevivía en el cónclave. Debemos entender que la renuncia de Ratzinger inició la debacle de la Curia Romana.
Las precauciones adoptadas por el recién designado Pontífice, que este miércoles cumple 11 años de papado, son elocuentes: no ocupó los departamentos pontificios, permaneció en el cuarto que había ocupado durante el cónclave, él mismo se servía sus alimentos en el comedor de la Casa Santa Martha, de las fuentes que estaban en el sistema de autoservicio. Podemos suponer que adoptaba las precauciones del caso, que no había previsto el presuntamente envenenado Juan Pablo I.
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Lento, pero seguro y en forma sistemática, Francisco desmanteló el poder de la Curia Romana, involucró a las religiosas en la designación de los futuros obispos, una revolución en el “cerrado club de caballeros y célibes”. Inició la designación de obispos según criterios propios, rompiendo con el mecanismo de referencialidad construido por las propias conferencias de los episcopados nacionales.
No designó cardenales a los “caciques institucionales”, sino que los nombró según criterios misioneros y pastorales, cambiando así la correlación de fuerzas en el próximo cónclave que designará a su sucesor. Desarticuló los grupos de poder italianos y europeos de la estructura burocrática, rompió los pactos de complicidad con corruptos y pederastas, en estos años de gestión en forma continua y sistemática desarticuló las estructuras burocráticas de la antigua Curia Romana, cambiando la legislación interna de la Santa Sede, en pocas palabras hizo una reingeniería profunda de la organización.
Lo más notable de Francisco fue la quiebra de la autorreferencialidad de la Iglesia católica que, para decirlo en forma didáctica, “estaba todo el tiempo mirándose el ombligo”. Francisco les habló a los jóvenes: “Hagan lío, cuestionen a los obispos” que se instalan en “la torre de marfil” y no se ocupan de sus ovejas. Rechacen a los “adúlteros pastorales”, que están viendo cómo brincar a un puesto más alto y no se ocupan de sus diócesis, que no están “casados” con la Iglesia y la traicionan con su narcisismo.
¿Por qué los jóvenes apoyan a Francisco? Estamos ante la paradoja que Francisco convocó más de un millón de jóvenes en la última Jornada Mundial de la Juventud, pero los templos de Portugal, España y toda Europa están vacíos, cada vez llegan menos feligreses y, en la mayoría de los casos, de la tercera edad. Los jóvenes están con el Papa, pues los escucha, los entiende y tiene además la valentía de decirles que no está de acuerdo, aunque los comprende, y en qué sí los apoya.
Las nuevas generaciones reclaman autenticidad y consistencia en los comportamientos, y más aún, de quienes se postulan como el “fiel de la balanza”, los ministros de culto se presentan como intermediarios entre los hombres y Dios, ellos dicen que saben escudriñar los “mensajes del Espíritu Santo”. En estos contextos de lo sagrado, no caben las medias tintas, ni el doble lenguaje. Los comportamientos esperados deben ser consistentes y auténticos.
Francisco habló con miembros de la comunidad LGTBQ, con jóvenes que viven con su pareja, mujeres que decidieron abortar, con quienes quieren construir una familia y el dinero no les alcanza y tienen que buscarse la vida en forma honrada. También es consciente que los empresarios y gente rica tienen mucho dinero, pero en muchos casos, una gran pobreza espiritual.
En todos los casos trató de implementar en forma creativa, sin renunciar a sus criterios, pero inspirado por conceptos de caridad humana, acompañando a todos, todas y todes en la búsqueda del amor y la felicidad.
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El problema que tienen los católicos que se oponen a las reformas de Francisco, es su creciente soledad, la incapacidad para construir proyectos viables de iglesia, pues se piensan una “minoría de escogidos y salvados”, producto de su autorreferencialidad y estar todo el día contemplándose frente al espejo. Un espíritu sectario que los aísla de la mayoría de los y las creyentes. Por el contrario, Francisco con su edad, enfermedades y demás cuestiones de cualquier anciano se da tiempo y ganas para ir a Irak, Kazajstán, la República Democrática del Congo y hasta una parroquia de Roma.
¿Qué pasará cuando ya no esté? Lo más probable es que ese exótico y novedoso Colegio de Cardenales que diseñó con criterios desconcertantes continúe con su legado y lo profundice; si no lo hace, como dice el dicho popular, “que nos agarre confesados”.