Los estadounidenses van a las urnas el 5 de noviembre para elegir a su presidente por los próximos cuatro años. Las opciones son: reelegir a un mandatario que este año cumple 82, o a un expresidente acusado de intentar subvertir el resultado de unas elecciones, señalado por ponerse antes que a Estados Unidos, por querer “Hacer Grande a Trump de Nuevo”, a costa del país entero.
El informe del fiscal especial Robert Hur señalando que Biden es básicamente “un anciano bienintencionado con mala memoria” puso de nuevo en el centro de atención la preocupación de los estadounidenses por la edad del mandatario, el de mayor edad en buscar una reelección y el de mayor edad en asumir la presidencia, si llega a ganar en noviembre.
No es que Trump sea mucho más joven. Tiene 77 años y, al igual que Biden, ha tenido sus deslices, como cuando confundió a la expresidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi con su rival republicana en la campaña por la candidatura, Nikki Haley.
Sin embargo, son las confusiones de Biden: de decir que el presidente de México es Al-Sisi (mandatario de Egipto), señalar que Taylor Swift es Britney Spears o que habló con mandatarios ya fallecidos, las que han dado más de qué hablar.
Que no haya más opción que ellos dos dice mucho del estado de las cosas en Estados Unidos. Y los estadounidenses tienen razones para estar preocupados. Un 59% cree que tanto Biden como Trump son demasiado viejos para lograr un nuevo mandato como presidente, según la más reciente encuesta de ABC News.
El problema es que no hay cuadros, ni entre los republicanos, ni entre los demócratas, para suplir a estos candidatos. Biden tenía 78 años cuando asumió su primer mandato, en enero de 2021. Consciente de su edad, hizo campaña bajo la promesa de ser un presidente de un solo mandato. Quizá lo habría sido, de no ser porque Trump decidió buscar de nuevo la candidatura, y probablemente la conseguirá. Los demócratas no lograron, en cuatro años, impulsar a ninguna figura que pudiera despertar el entusiasmo de los estadounidenses de modo que fuera un peligro real para el magnate republicano.
Cuando Trump perdió las presidenciales de 2020, llevaba ya cuatro años de mostrar a EU y al mundo su tipo de pensamiento, de dejar claro que pensaba que encabezar la Oficina Oval le daba los poderes no de un mandatario, sino de un dios, y que, como tal, nada podía negársele. Mostró de lo que era capaz con tal de mantenerse en el poder, sin importar arrasar con la democracia. Nunca fue Hacer Grande a Estados Unidos de Nuevo. Siempre fue Trump. A pesar de las muestras de su carácter, a pesar de sus acciones, las encuestas muestran a Trump como favorito —si bien por escaso margen— no sólo para ganar la candidatura republicana, sino para regresar a la Casa Blanca. Durante su campaña, ha dado muestras de lo que busca: cerrar las puertas a los migrantes, presionar a los aliados, amenazando incluso con apoyar una invasión de Rusia en países de la OTAN que no paguen sus cuotas, si es necesario; vengarse de Biden por los procesos en su contra.
Entre los republicanos tampoco hay una figura que destacara lo suficiente para hacer sombra a Trump. ¿Ron DeSantis? Un gran fraude. ¿Nikki Haley? Quizá para 2028. Mientras tanto, ¿por quién apostarán los estadounidenses? ¿El adulto mayor olvidadizo o el delincuente al que no le importa pasar por encima de la ley y destruir al país con tal de salirse con la suya?