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Beriut.— Al cumplirse hoy una década del estallido de la revolución siria y su posterior desembocadura en una cruenta guerra, el Observatorio Sirio de Derechos Humanos estimó en 400 mil muertos el coste humano del conflicto, mientras las miradas se centran en el último bastión opositor.
El balance difundido por esa asosiación, con sede en Reino Unido —y que no tiene en cuenta a otras 88 mil personas que habrían perdido la vida en las cárceles y centros de detención gubernamentales— contabiliza 117 mil 388 bajas civiles, de las que 22 mil 254 eran niños.
La mayoría de estos ciudadanos perecieron en acciones de las fuerzas leales al presidente sirio, Bashar al-Assad, la primera causa de los decesos seguida de las operaciones de las facciones opositoras, de la aviación rusa y, por último, de la turca, según la organización, con una amplia red de colaboradores sobre el terreno.
“La guerra de Siria es la peor catástrofe provocada por el ser humano desde la Segunda Guerra Mundial. Siria se ha convertido en una verdadera cámara de tortura, un lugar de horror e injusticia absoluta”, aseguró en 2017 el entonces alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en esa región, Zeid Ra’ad al-Hussein.
Cuatro años después y al cumplirse una década del conflicto armado, el futuro de Siria tiene un punto en común: la guerra está lejos de terminar. En 2011, el régimen de Bashar al-Assad parecía desmoronarse, arrastrado por la ola de la Primavera Árabe que acabó con dictaduras en el poder desde hacía décadas.
“Pero, a diferencia de lo que ocurrió en otros escenarios donde hubo una transición del poder, como en Egipto, Túnez o Libia, en Siria, contra todo pronóstico, el régimen se logró atornillar al poder al punto de llevar al país a un desangre catastrófico”, dijo el analista internacional y autor del libro Conflicto armado en Siria, Janiel Melamed, en declaraciones al diario El Tiempo.
Actualmente, y tras una falsa victoria, Al-Assad sigue en el poder, aunque al frente de un país en ruinas, ejerciendo una soberanía limitada en un territorio fragmentado por potencias extranjeras y sin ninguna perspectiva inmediata de reconstrucción o reconciliación.
Hay que recordar que tras las protestas en la periferia como en Damasco y en la meridonial Deraa, donde 15 adolescentes fueron detenidos tras realizar una pinta contra el presidente sirio, una serie de líderes mundiales lanzaron mensajes de apoyo al movimiento antigubernamental, que poco a poco darían paso, con los años, a intervenciones directas en territorio sirio.
“En Siria tenemos demasiados actores, y eso complica muchísimo más las cosas. No es un conflicto entre el gobierno y la oposición, hay potencias como Estados Unidos y Rusia, tenemos a unos invitados poco deseados como Irán y Turquía, que se suman a los múltiples movimientos guerrilleros extremistas, y dentro de todo eso se encuentra una población a la que todo el tema político le tiene sin cuidado. Eso nos da como resultado un conflicto muy sangriento”, afirmó el periodista de guerra y analista Adrián Mac Liman.
“Desde 2012 hasta casi 2016, la mayoría de la financiación y el apoyo llegan a los rebeldes y la oposición en base a la geografía y no con base en una agenda nacional, de modo que esto creó fronteras dentro del país con áreas del régimen y áreas que no son del régimen”, explicó Kheder Khaddour, analista del Carnegie Middle East Center.
Estas divisorias internas desembocaron con el tiempo en una guerra abierta, que en 2014 se teñiría paralelamente con los tintes yihadistas del proclamado califato del Estado Islámico.
Para el analista del Carnegie Middle East Center, esta situación no funcionará más en parte por haberse convertido en una zona dominada por Rusia y Turquía, y también por la amplia presencia allí del Organismo de Liberación del Levante, en el que se incluye la exfilial de Al Qaeda.
“El futuro de Idlib es que el régimen tomará más territorio en las áreas liberadas.