Jaycee Lee Dugard
salió de casa hacia su colegio, el 10 de junio de 1991, pero jamás regresó.
Esa mañana, la menor, en ese entonces de 11 años, atravesaba la colina que separaba su hogar de la parada del bus escolar en Meyers, un pequeño municipio de California, en Estados Unidos .
De repente, su habitual camino se vio interrumpido por una pareja que manejaba un modesto carro gris.
Pensando que a lo mejor podían necesitar ayuda con una dirección, Jaycee se detuvo a hablarles. Sin embargo, en el momento en que se acercó a la ventana del conductor, una descarga eléctrica la inmovilizó.
Tras ello comenzó una odisea que acabó con su niñez y, por poco, con su vida.
En manos de un pedófilo condenado
Lo más seguro es que cuando Jaycee pudo abrir los ojos ya estaba en Antioch, un suburbio a 270 kilómetros de su casa.
Allí, el rostro de Philip Garrido , un hombre desgarbado, de entonces 60 años, debió ser la primera imagen que vio.
Esa misma cara que, sin saberlo, la acompañaría por 18 años seguidos.
Garrido era un pedófilo que había sido condenado a finales de la década de los setenta por secuestrar y abusar de una mujer de 25 años.
Para el momento del secuestro de Jaycee, Garrido cumplía una condena de casa por cárcel y portaba un brazalete localizador en su tobillo. Sin embargo, eso no le impedía seguir con sus abominables actos que, con los años, se cebaron con menores de edad.
Tras semanas de estar retenida en una habitación en la que la puerta solo se abría para dejar pasar comida, Jayce Lee Dugard empezó a ser testigo de la indolencia de su secuestrador.
De un momento a otro, Garrido empezó a abusar de ella. También la obligó a bañarse con él y realizar otro tipo de actividades íntimas y personales.
Desde entonces, las escenas fueron subiendo de tono hasta llegar a un punto en el que la joven jamás logró salir de la consternación.
Abusos permanentes
En "Una vida robada", libro autobiográfico que Jayce Lee Dugard publicó en 2011, ella relató todos los vejámenes a los cuales el hombre la sometió.
El criminal condenado la ataba a la pared, la golpeaba, la obligaba a ver metrajes indecorosos y abusaba de ella de otras formas físicas y psicológicas.
Durante todo el tiempo que permaneció retenida, Garrido y su mujer, Nancy Bocanegra, eran las únicas personas que tenían contacto con la menor.
Con el tiempo, las atrocidades que le infringía a la adolescente empezaron a ser "matizadas" con actos falsamente benevolentes: regalos de juegos, mascotas y golosinas.
Toda una manipulación del criminal. Un infame paliativo ante el desastre.
Philip Garrido. Foto: EFE
Dos embarazos en cautiverio
Tres años después de haber sido raptada, Jayce Lee dio a luz a la primera hija que resultó producto del abuso. Renuentes a dejarla salir, el parto se dio en las mismas cuatro paredes que entonces contenían su vida.
Como si no fuese suficiente, cuando tenía 17 años engendró otra hija que, de nuevo, tuvo que ver la luz— y la oscuridad— de la casa donde permanecía encerrada.
A pesar de la dificultad de su crianza, la existencia de esas dos infantes serían las grandes razones para que Jayce encontrara una "salida" a la tragedia.
El fin del secuestro
Con el paso del tiempo, Philip Garrido sentía que nunca iba a ser descubierto por su atrocidad. Sin embargo, un pequeño "descuido" derribó su despreciable plan después de 18 años de comenzarlo.
En la mañana del 24 de agosto de 2009, Garrido se dirigió a la Universidad de California para repartir, según estableció Vanity Fair , estampillas religiosas a los estudiantes.
Con intención o no, el condenado abusador, de más de setenta años, fue con las hijas de Jayce Lee, de entonces 15 y 12 años.
Lo cierto es que ese asombroso contraste entre un pederastia octogenario y dos menores de edad despertó la suspicacia de los policías que custodiaban el claustro universitario.
Alarmado, el centro de reclusión responsable de su prisión domiciliaria lo llamó a indagatoria.
Allí inició el punto de no retorno para su barbarie. El principio del fin.
Garrido asistió con Jayce Lee a la cita porque estaban interesados en saber quién era la madre de las pequeñas.
Coaccionada por él, Lee, ya de 29 años, pensaba encubrirlo. Pero los efectos de una tortura tan bestial no podían esconderse.
“¿Cuál es tu nombre?”, le preguntaron los policías que los recibieron.
En medio del nerviosismo, el balbuceo de una mujer, que llevaba casi dos décadas sin decir su nombre, fue la principal respuesta.
“Su nombre es Alyssa”, declaró un apurado Garrido.
Luego, un papel y un lápiz revelaron la oscura trama que escondía el silencio de su presencia.
"Jayce Lee Dugard", apuntó ella en una hoja.
Se supo, entonces, que había algo oculto.
Después de que Philip Garrido fuese recapturado por quedar en evidencia, Jayce Lee volvió a contactarse con su familia.
Angel y Starlet, sus dos hijas, fueron liberadas con ella. Ya tienen 27 y 23 años, respectivamente.
Por la inefectividad de la justicia, fue indemnizada por un juzgado local con una suma cercana a los 20 millones de dólares.
En 2011, tras menos de 700 días de volver a respirar tranquila, lanzó su primer libro: "Una vida robada". Cinco años después, publicó un segundo texto narrando los detalles de su renacer: "Libertad: Mi libro de primeras veces".
En la actualidad maneja "The Jayc Foundation", su propia fundación con la que busca ayudar a familias que han sufrido crisis o terribles situaciones adversas.
La esperanza que rezuma su propósito tiene implícita una firma autorizada: Jayce Lee Dugard, 41 años de vida y 12 de libertad.
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