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"No me permitían salir de casa sola, pero logré persuadir a mi esposo y así pude visitar el salón de belleza dos o tres veces al año".
Una charla donde la peluquera era suficiente para que Zarmina, de 23 años, pudiera seguir adelante, dándole una sensación de libertad en una sociedad represiva y patriarcal.
Se casó a los 16 años. Aunque pudo terminar la escuela secundaria, la familia de su esposo no la dejó asistir a la universidad.
Vivía para esa salida al salón, pero luego el Talibán ordenó el cierre de todos los establecimientos para el 24 de julio.
Una triste despedida
Durante su última visita un mes antes, Zarmina estaba tinturándose el pelo de café oscuro cuando llegó la devastadora noticia del veto.
"La dueña se estremeció y empezó a llorar. Ella es el sostén de su familia", señaló la madre de dos hijos.
Se estima que unas 60.000 mujeres trabajan en el sector de cosmetología en Afganistán.
"Ni siquiera podía mirar al espejo cuando me estaban arreglando las cejas. Todas estaban llorando. Había silencio".
Zarmina solía ir al salón con una mujer de su vecindario y también había entablado una profunda amistad con una de las trabajadoras.
"En el pasado, las mujeres solían hablar de cómo influir a sus esposos. Algunas se abrían sobre sus inseguridades".
Pero la crisis económica penetró gradualmente después de que el Talibán tomó el poder en agosto de 2021.
"Ahora las mujeres sólo hablan del desempleo, la discriminación y la pobreza".
Zarmina vive en Handahar, en el sur de Afganistán, el bastión conservador del Talibán donde vive el líder supremo.
Aquí es común que los hombres prohíban a sus hijas a usar maquillaje o ir a donde la esteticista, dice.
"La mayoría de las mujeres andan con burka o hiyab aquí. Lo hemos aceptado como parte de nuestra cultura".
Su esposo perdió un trabajo bien pagado hace dos años y ha buscado empleo en otra ciudad. Zarmina gana su propio dinero enseñando a niños pequeños.
De regreso a casa ese día de junio, repetidamente volvía la vista al salón, completamente consciente de lo que estaba perdiendo, un pequeño intento de independencia.
"Yo pagaba por mí misma en el salón y me daba fuerza y poder. Tengo dinero pero no puedo gastarlo en mí misma en el salón de belleza. Eso me hace sentir pobre".
Elegancia y belleza
Madina es una mujer de 22 años que vive en Kabul y desde casa sigue las tendencias de la belleza online.
"A toda mujer que conozco le encanta mejorar su estilo. Yo amo la última moda y usar maquillaje".
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Afirma que sus visitas al salón de belleza han mantenido su matrimonio renovado.
"A mi esposo realmente le encanta ver mi pelo con diferentes cortes y colores".
"Siempre me lleva al salón de belleza y espera pacientemente en la puerta", dice con orgullo.
"Cuando salgo, me da piropos por cómo luzco, lo que me hace sentir bien".
Su ambición era ser abogada, pero el Talibán prohibió que las mujeres fueran a universidad. No ha podido encontrar trabajo porque las mujeres están vetadas de muchos cargos.
Madina se cubre la cabeza con un velo cuando sale de casa. Únicamente su esposo y mujeres de su familia pueden apreciar su pelo teñido.
Recuerda las épocas antes del Talibán cuando las mujeres tenían más libertades.
De niña, Madina solía acompañar a su mamá al salón y vívidamente recuerda cómo las mujeres compartían abiertamente sus historias de vida.
"Las empleadas en el salón ya no usan faldas o vaqueros, todas portan hiyabs".
Y el miedo está en todas partes.
"Nadie sabe quién es un simpatizante del Talibán y nadie quiere hablar de política".
En el pasado, los novios podían ver a sus prometidas alistarse para la boda. Madina incluso recuerda algunos hombres tomando fotos dentro del salón. Todo eso ya ha quedado prohibido.
Pero por lo menos Madina alberga recuerdos alegres de su "gran día"-
"Fui al salón de belleza y me hice el maquillaje de boda completo antes de mi casamiento el año pasado", cuenta.
"Cuando me miraba al espejo, estaba tan hermosa. Me había transformado. No puedo describir mi alegría".
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Terapia invisible
Para Somaya, de 27 años, que vive en la ciudad noroccidental de Mazar-i-Sharif, el salón de belleza es una necesidad.
Hace tres años, sufrió quemaduras en la cara y perdió las cejas y pestañas, cuando un calentador en su cuarto explotó.
"No aguantaba verme el rostro. Me veía fea", dice con voz temblorosa.
"Creía que todo el mundo me miraba y se burlaba de mí porque no tenía cejas. No salí durante un par de meses. Lloré mucho durante esa época".
El tratamiento médico le curó las heridas, mientras que el salón de belleza le ayudo a restablecer un sentido propio".
"Fui al salón de belleza y me hicieron 'microblading' (un maquillaje tatuado semipermanente). Me hizo verme mucho mejor", asegura.
"Cuando vi mis cejas, empecé a llorar. Fueron lágrimas de felicidad. El salón de belleza me devolvió la vida".
Después de que el Talibán se hizo al poder, muchos salones en su ciudad cerraron. Los coloridos afiches que los publicitaban también desaparecieron a medida que el Talibán prohibió que las mujeres mostraran la cara sin estar cubierta de una burka, que sólo permite ver los ojos.
Somaya tiene una maestría en psicología y trabaja como consejera en salud mental. Ha visto crecer el número de mujeres que buscan su servicio desde que el Talibán impuso las amplias restricciones.
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Ella no se encuentra sola en el uso de los salones de belleza como "terapia".
En este país desgarrado por la guerra, muchas mujeres tienen cicatrices y heridas faciales, y no tienen cómo pagar tratamiento reconstructivo.
"Para nosotras, los salones son más que un lugar donde maquillarnos. Nos ayudaban a esconcer nuestras tristezas. Nos daban energía y esperanza".
(Todos los nombres han sido cambiados)
mcc