Rinche Roodenburg es holandesa y vive en Uruguay desde 1985. Dirige la ONG Idas y Vueltas, que defiende a inmigrantes, y también integra la Comisión Honoraria contra el Racismo, la Xenofobia y toda otra forma de Discriminación, que recibe denuncias y asesora al Estado:

“En Uruguay el racismo, la xenofobia y la discriminación están a flor de piel, pero durante mucho tiempo se decía que eso no pasaba, que nosotros éramos diferentes, muy abiertos... Ahora por lo menos hay una cantidad de personas que reconocen que eso sí está pasando, que existe. Ese es un pequeño paso para empezar a combatirlo y desactivarlo. Es un mini avance. Si tú decís que no existe, es un poco hipócrita pero además ya no vas a buscar una solución”, relató a El País de Uruguay. ¿Cuál sería el siguiente paso? Le preguntan: “Tenemos buenas leyes, pero hay que potenciar el cambio cultural, trabajar para eso. Eso tiene muchísimo que ver con educación, debates, hablar en serio entre todos y no hablar en forma políticamente correcta. De a poco se puede empezar a cambiar cosas, estoy segura. Pero tiene que haber muchas ganas de querer cambiar”.

En este pequeño país, de poco más de tres millones de habitantes, la minoría más afectada por el racismo es la afrodescendiente. Ese es el caso de Delfina Martínez, quiene tiene 31 años. “Es negra y trans en un país donde ser parte solo de una de esas dos minorías ya pone algunas cuantas piedras en el camino. Y, pese a todo, ha logrado salir adelante. Es artista, fotógrafa y activista social. Integra el colectivo Mizangas Mujeres Afrodescendientes y es cofundadora del colectivo artístico La Contracultural. Fue vocera de la Campaña Nacional Ley Integral para Personas Trans, que se opuso a un referéndum para derogar la ley trans el año pasado. Además, en la última campaña
electoral fue candidata al Senado por el izquierdista Frente Amplio. No resultó electa”, relata el diario uruguayo.

“¿Antes o después de la transición?”, pregunta ella cuando se le consulta sobre sus empleos. “Previo a la transición pasé por supermercados, vender libros puerta a puerta y trabajé en un taller de serigrafía textil. Después de la transición se me complicó para conseguir trabajo. Ahí fue cuando atravesé un período de cinco años en el comercio sexual, en Argentina y Uruguay", relata.

Pero en un momento —allá por 2015— conoció a referentes travestis y trans que estaban fuera del circuito de prostitución. “Decidí dejar eso, retomar el liceo (la secundaria), volver a Uruguay, vivir en la casa de mis padres y empezar a militar. Poder tener una proyección un poquito más allá del momento”, explica.

Ahora por la pandemia hace charlas por Zoom pero no tiene trabajo. En febrero había viajado a Barcelona, España, a participar de un proyecto artístico donde interpretaba a un personaje, en una coproducción, en el prestigioso Festival Grec. “Me había ido a ensayar y tuve que volver”, dice. Espera retomar a corto plazo.

Y también desea no tener que volver a ser trabajadora sexual, pero dice que no lo puede descartar. “Trato de que no. Tengo una contención familiar y una red que fui generando. Pero nunca se sabe, y con el nuevo gobierno (de Luis Lacalle Pou) tengo bastante incertidumbre de cómo se van a llevar a cabo las políticas públicas específicas para las poblaciones más vulneradas”, dice.

¿Qué experiencias de discriminación ha sufrido? A nivel comunitario, dice, no poder acceder “a los derechos más básicos”. “Y a nivel personal puedo estar hasta mañana contando cosas", explica y se ríe. “Desde que te griten en la calle hasta que no te dejen entrar a locales comerciales porque se reservan el derecho de admisión", afirma.

Y menciona algunos datos: “Uruguay es el país que más blanco se autopercibe en América Latina. La mayoría de las mujeres afrodescendientes se dedican al servicio doméstico. Hoy sigue siendo muy difícil el acceso a estudios universitarios. Nos llaman para el discurso, para la foto y el resto del año no existimos”.

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