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Trochas de Villa Rosario, Colombia
De un lado, policías, militares, espías, paramilitares, narcotraficantes y guerrilleros colombianos y opositores y espías venezolanos. Del otro, espías, narcotraficantes y guerrilleros colombianos y policías, militares, espías, paramilitares, narcotraficantes y opositores venezolanos.
Enmedio y víctimas de la escasez de medicinas, alimentos y artículos básicos por la crisis en su país, centenares de venezolanos que van y vienen a diario hacia y desde Venezuela y hacia y desde Colombia.
En su tramo nororiental colombiano y occidental venezolano, la frontera entre Colombia y Venezuela es un hervidero. La caldera podría estallar, mientras el conflicto venezolano, con sus ingredientes de éxodo masivo, profunda inestabilidad política, socioeconómica e institucional, sufre un acelerado y progresivo agravamiento. “En aquel lado hay ‘elenos’. Eso lo sabemos”, dice un policía de Colombia en este punto de Norte de Santander, limítrofe con Venezuela.
“Aquel lado” es Venezuela y “elenos”, en la jerga colombiana, son los guerrilleros del comunista Ejército de Liberación Nacional (ELN), la última insurgencia izquierdista de Colombia y a la que Bogotá acusa de tener un santuario de retaguardia en suelo venezolano, pero la zona es sensible por esos y otros factores, como la movilización de narcotraficantes de ambos países o de paramilitares y otras fuerzas irregulares.
Al escenario se añaden agentes de inteligencia y contrainteligencial leales al gobierno de Colombia o al de Venezuela y las fuerzas regulares, militares y policiales, de los dos países. Los “colectivos”, aparatos paramilitares venezolanos, son elementos vitales de la defensa fronteriza del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
En este panorama, las trochas de Villa Rosario son fundamentales para el ir y venir hacia y desde Venezuela. Apenas ayer Colombia reabrió los pasos fronterizos de Norte de Santander desde el pasado domingo, luego de que tropas de Maduro bloquearan, el sábado pasado, el ingreso a suelo venezolano de ayuda humanitaria.
“El problema no es Colombia. Es Venezuela y el dictador que tenemos de presidente”, afirma el venezolano José González, de 48 años, casado y con tres hijos y comerciante, mientras intenta caminar con una pesada carga a su espalda de alimentos por una de las veredas, para pasar el Táchira y entrar a su país. “Si no llevo así la comida para mis hijos y mi esposa, no tendrían nada para comer. La situación en mi país es horrible”, narra a EL UNIVERSAL, en una pausa bajo un ardiente sol en una de las veredas.
“Allá falta de todo. Después de que el sábado Maduro bloqueó la entrada de la ayuda humanitaria, nos cortó el agua. Sólo hay electricidad por cinco o seis horas. Hay problemas con la televisión. Los niños no están yendo a la escuela”, relata. “Sueño con que Venezuela vuelva a ser lo que antes era… No: ¡qué sea mejor de lo que era!”.
En el trayecto se escucha un repetido mensaje de otros venezolanos que, en algunos rincones, se colocan para ofrecer “… agua, café y cigarrillos” a sus agotados compatriotas. “Yo trabajaba en Venezuela en reparación de teléfonos celulares. Pero cuando había repuestos, el cliente no tenía plata para pagarlos. Si pagaba los repuestos, se quedaba sin dinero para pagar mis servicios de reparación. Desesperado, hace una semana me vine a Colombia”, cuenta el venezolano Víctor Rangel, de 28 y uno de los vendedores de… agua, cigarrillos y café.