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Henio Hoyo. Profesor-Investigador del CIDE, especialista en nacionalismos y radicalismo político
Desde finales del siglo pasado, los partidos de extrema derecha histórica reformularon sus estrategias en todo el mundo. Los movimientos “clásicos” de extrema derecha tuvieron como enemigo a la democracia en sí misma, a la que buscaban suplantar por un autoritarismo o totalitarismo, al estilo de Franco o Hitler, respectivamente. Por lo mismo, la extrema derecha de postguerra quedó condenada a la marginalidad. En contraste, la nueva extrema derecha (o, en palabras de Cas Mudde, la “derecha radical”) abrazó la democracia como sistema y aprendió a jugar en ella, explotando las debilidades de la democracia y los errores de otros: la derecha liberal “clásica” y la democristiana, pero también la izquierda, para cooptar a grupos sociales cada vez más amplios.
En ese sentido, los éxitos de la derecha radical contemporánea también son producto de su capacidad de aprendizaje. Sin embargo, también es todo menos homogénea. Dependiendo del país, puede incluir movimientos que buscan el retorno a valores considerados esenciales en la familia, en la educación, en los roles de género… etc. y donde el estado debe reforzarlos en la escuela, la cultura, los medios, por lo que la defensa de las tradiciones y la “soberanía cultural” se vuelve una bandera. Otros movimientos dan un paso más allá y toman un sesgo étnico y hasta pseudobiológico: no sólo la cultura, sino la misma composición étnica y racial de la nación debe “salvarse” de quienes son y serán esencialmente diferentes: inmigrantes, musulmanes, africanos, mexicanos… por lo que la defensa de la nación en realidad se transforma en la lucha contra el desplazamiento o hasta genocidio étnico/racial de los habitantes pretendidamente originarios por parte de un “otro” invasor. Por ende, la prioridad debe ser el reforzar fronteras, identificar y vigilar sospechosos y extraños, y expulsar a los indeseables. Y, sin embargo, la derecha radical también incluye a grupos guiados por versiones extremas de individualismo y libre mercado: un libertarismo que, en nombre de la libertad individual, pregona el achicamiento radical del Estado al punto de que desaparecerlo de múltiples ámbitos que incluyen, ciertamente, la educación y la cultura. O sea, justamente lo contrario que buscan las otras derechas.
En ese sentido, la agenda de la derecha radical contemporánea muchas veces es una combinación de estas influencias contradictorias, que fluctúan según los votantes respondan más o menos a una de ellas, y de si logran o no con ello el poder. Así, Alternative fur Deutschland (AfD) empezó como un partido ultraliberal con agenda euroescéptica, para luego derivar del todo hacia lo entocultural y de defensa de “los auténticos alemanes” frente a los migrantes y musulmanes.
El triunfo de Trump también es una expresión de distintas corrientes dentro de Estados Unidos, que van desde grupos abiertamente supremacistas, racistas y de eso llamado “alt-right”, hasta otros (no sólo blancos, por cierto) preocupados por su posición dentro de una sociedad cada vez más competitiva y multicultural, así como aquellos que están influidos por ideales libertarios y ciertamente, de sectores desfavorecidos a quien atrae la promesa de un país donde su destino personal sea definido por su trabajo: un discurso que, muy sagazmente, Trump enfatizó más en esta última campaña y que le permitió atraer a grupos que antes le eran refractarios (inmigrantes, afroamericanos y latinos…) sin perder la lealtad los anteriores. En ese sentido, el triunfo de Trump también es resultado de aprender y utilizar distintas agendas dentro de ese abanico llamado “nuevas derechas”. Falta ver cómo el resto del espectro político va a reaccionar: si adoptando las estrategias del trumpismo, incluyendo la agenda antiinmigrante, para así conservar votos … o bien, formulando una alternativa clara, viable y responsable, basada en valores democráticos, frente a los triunfos del nacionalismo desaforado que vivimos hoy.