El ataque repentino y mortal lanzado por Hamás en Israel en la noche del 7 al 8 de octubre ha llevado a Medio Oriente en su conjunto a una dinámica de la que parecía, en muchos aspectos, haberse alejado.

Líbano se encuentra en una situación particularmente vulnerable, por los 400,000 refugiados palestinos que acoge en su territorio desde la creación del Estado de Israel en 1948 y la ocupación de Israel de Gaza y Cisjordania a partir de 1967. En ese marco el Hezbolá, aliado de Irán, se ha posicionado desde 2001 como portavoz también de las reivindicaciones palestinas y del “frente de la resistencia” a Israel. Pero si por un lado Hezbolá amenaza con avanzar hacia una escalada en el frente sur si Israel cruza las “líneas rojas” (básicamente una ofensiva terrestre contra Gaza y el desplazamiento de sus habitantes y ataque a Irán), por otro lado sabe que Líbano no podría resistir una guerra con Israel.

Siria es un punto potencial de apoyo para los grupos aliados a Irán. Pero tras años de marginación por su cruenta represión de las movilizaciones contra su régimen, el presidente sirio Bashar al-Asad fue reintegrado en mayo a la Liga de Estados Árabes. Por lo tanto, colaborar militarmente junto a Hamás podría socavar estos esfuerzos de normalización y atraer la ira de los aliados de Israel en la región. Egipto, que comparte frontera con la Franja de Gaza y que controla estrictamente el paso fronterizo de Rafah, teme que la limpieza étnica de Israel en el enclave imponga la carga de los civiles palestinos en territorio egipcio.

Por su parte, las monarquías del Golfo árabe convergen para pedir un alto al fuego, la reanudación de la ayuda humanitaria y el apoyo a Egipto y Jordania. Riad detuvo su normalización con Israel, aunque mantiene contacto con las diferentes partes en conflicto; algo similar ocurre con el Sultanato de Omán y Qatar. De hecho, Doha (que es sede de la oficina política de Hamás) contribuyó a la liberación de dos rehenes estadounidenses. Por su parte, EAU batalla por salir de la sombra de Qatar y Arabia Saudita.

La opinión pública árabe

En los últimos días, de El Cairo a Bagdad pasando por Túnez, miles de personas se han manifestado en las capitales de los países árabes y musulmanes en apoyo a los palestinos de la Franja de Gaza. El vínculo parte del trauma común de la colonización, europea primero, luego israelí, y ante la negación oficial de la Nakba por parte del Estado israelí. Nakba significa “catástrofe”; se relaciona con la limpieza étnica de la Palestina histórica en 1948; al día de hoy la Nakba no terminó, en el sentido de que la opresión de los palestinos por parte del Estado de Israel continúa al día de hoy.  De acuerdo con el Arab Opinion Index, 84% de la opinión pública árabe rechaza cualquier normalización con Israel. Para ella, aceptar relaciones diplomáticas con Israel está fuera de discusión, en equilibrio a las prácticas de Israel. La suerte de Palestina reactiva el reflejo del nacionalismo árabe, como sentimiento de pertenencia vinculado a una comunidad que sobrevive en un imaginario que resiste.

A la espera

Podría suponerse que los países árabes desaceleren sus relaciones con Israel, lo que se materializaría en una revisión a la baja de la cooperación, una reducción del personal diplomático o el aplazamiento de las reuniones previstas. En cualquier caso, el tipo de coordinación que alcancen los gobiernos árabes en torno a esta guerra muy probablemente se verá limitado, como suele estarlo, por las rivalidades entre ellos y las presiones del sistema internacional, tanto como por sus opiniones públicas, que transitan entre lógicas estatales y solidaridad transnacional.

Profesora-investigadora del Centro de Estudios Internacionales del Colmex

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