De un lado, palestinos muriendo, literalmente, de hambre. Imágenes que antes se veían en Somalia se ven hoy en Gaza. Periodistas que ya no tienen fuerza para narrar lo que es, sin duda, un infierno en la Tierra. Del otro lado, israelíes en poder de los terroristas de Hamas, famélicos, cavando sus propias tumbas. Seres humanos de ambos lados usados como monedas de cambio, sin que sus vidas o muertes importen, excepto si se puede sacar ventaja de ellas.
Es, quizá, el punto más bajo en el que ha caído la humanidad. Las muertes de palestinos en Gaza, el cautiverio, que en octubre cumple dos años, de israelíes en los territorios, viviendo bajo la amenaza constante de muerte, humillados, denigrados, convertidos en mercancías, pesan sobre todos los países, hasta ahora incapaces de detener el horror. Naciones Unidas, cada vez más irrelevante en la solución de este tipo de conflictos, lanza llamados de alerta ante el cementerio masivo en que se convierte Gaza, un territorio que Israel mantiene cercado y adonde la ayuda, de vida o muerte, no fluye, presa de los cálculos políticos.
El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos dio nuevas fuerzas al gobierno de Israel, pero en nada ha mejorado la situación, ni para rehenes ni para palestinos. Una organización de ayuda controlada por Estados Unidos e Israel ha sido incapaz de aliviar el hambre en los territorios y los centros de distribución se han convertido en trampas mortales para quienes intentan acercarse.
La ONU reclama a Israel que le proporcione rutas seguras para poder ingresar sus camiones con ayuda humanitaria; Israel revira que la ayuda termina en manos de Hamas y acusa a la ONU de ser “ineficiente” en la distribución.
Europa, sin reponerse del golpe que ha significado el regreso de Trump, no ha encontrado la unidad necesaria para presionar para que algo se destrabe y la ayuda llegue adonde se requiere.
Trump, en cambio, no sólo propone una “Riviera de Medio Oriente”... sin palestinos, sino que encontró el arma perfecta: los aranceles, que en el caso de Gaza está usando en contra de sus supuestos aliados, para evitar que éstos apliquen la última medida desesperada de presión que han encontrado: reconocer el Estado de Palestina.
En el resto del mundo, más allá de alguno que otro grito, sin mayor repercusión, prevalecen silencios o miradas dirigidas hacia otro lado.
La tragedia continúa, se agrava, pero nada cambia. Como si hubiera más tiempo. Como si seres humanos no estuvieran muriendo a cada minuto. Como si hospitales e iglesias no fueran atacados, por error o bajo el argumento de que sirven de refugio a terroristas.
Los palestinos, los rehenes israelíes están solos. Su tragedia recae sobre todos, aunque poco parezca importar.
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