Bruselas.— En el gigante musulmán, , el descontento por las controvertidas ventajas de vivienda para legisladores dejó, tras dos meses de , un saldo de por lo menos 10 muertos y más de 3 mil detenidos.

En Nepal, las manifestaciones masivas desencadenadas por la decisión del gobierno de prohibir las aplicaciones de redes sociales resultaron en la caída del primer ministro, la disolución del Parlamento y la muerte de 21 personas a manos de las fuerzas estatales.

En Marruecos, a partir del 27 de septiembre, al menos 11 ciudades, entre ellas Rabat, Marrakech y Casablanca, han sido epicentro de inconformidad que estalló por la decisión de construir estadios para la Copa Mundial de la FIFA 2030, en lugar de invertir en salud y educación.

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Las protestas en Madagascar por los cortes de agua y electricidad ocasionaron disturbios mortales y enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, dejando al menos 22 muertos y provocando la destitución del gobierno del primer ministro Christian Ntsay. Cachemira, la región administrada por Paquistán, ha sido testigo de las protestas antigubernamentales más mortíferas en años. Los informes indican que seis manifestantes y tres agentes habían perdido la vida hasta el 3 de octubre.

International Crisis Group, con sede en Bruselas y especializado en solución de conflictos, detectó en septiembre focos rojos de protesta además en Georgia, Ecuador, Perú, India, Bangladesh, Filipinas, Túnez, Costa de Marfil, Burkina Faso, República Democrática del Congo, Etiopía, Guinea, Sudáfrica, Tanzania y Togo.

Si bien son situaciones muy particulares y se desarrollan en contextos geopolíticos diferenciados, todas tienen como común denominador el estar lideradas por jóvenes adultos de la Generación Z, hombres y mujeres que nacieron entre 1997 y 2012.

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Otra característica de las movilizaciones “es que se han apropiado de símbolos que son predominantemente no físicos. Elementos del anime y otras formas de medios de comunicación son producidas físicamente para luego ser reutilizados en protestas”, señala Benjamin Abrams, del Instituto de Educación del University College London.

Entre esos símbolos está una bandera que se muestra una calavera con el sombrero de paja de Luffy, protagonista de One Piece, la serie animada japonesa en la que piratas se oponen al autoritarismo. La versión producida por Netflix fue tendencia entre los jóvenes y en la actualidad es un símbolo de inspiración colectiva visto desde Antananarivo hasta Rabat.

Otra similitud es que las protestas están integradas por personas, que a diferencia de sus abuelos no experimentaron tiempos de la colonización (en los casos de Asia y África), tuvieron acceso a educación, crecieron en la era de internet y no están dispuestos a tolerar los abusos de las élites, corruptelas, los compadrazgos y gustos extravagantes de gobernantes.

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Entre el 15 y el 17 de septiembre, miles de jóvenes se manifestaron en Timor Oriental contra el plan del Parlamento de comprar 65 automóviles nuevos para los diputados.

“La generación Z está profundamente integrada en los ciclos de noticias y canales de comunicación globales gracias al auge del acceso constante a internet y a las redes, lo que ha dado lugar tanto al crecimiento generalizado de las comunidades digitales como a una mayor conciencia política a escala nacional e internacional”, sostiene Fraser Sugden, profesor titular de Geografía Humana en la Universidad de Birmingham.

Otro eje conductor que impulsa las protestas en el llamado Sur Global es el aumento de la disparidad socioeconómica, el estrés y la frustración acumulada por la falta de oportunidades y tener que seguir dependiendo de los padres para subsistir a pesar de haber alcanzado la edad adulta.

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La población joven africana crece rápidamente y se espera que se duplique hasta superar 830 millones en 2050. De acuerdo con el African Development Bank Group, con sede en Abiyán, Costa de Marfil, la mayoría de los jóvenes africanos no tienen estabilidad económica.

“Nepal ha experimentado rápidos cambios políticos y económicos en las últimas tres décadas, lo que ha provocado cambios que han afectado especialmente a grupos de población con menores ingresos. Cada vez está más claro que la globalización neoliberal ha fallado a la mayoría rural, y que la creciente integración en mercados internacionales ha traído consigo un aumento de desigualdades, un incremento de los costes y una reducción de la calidad de vida”.

“Todos estos factores, especialmente en países dependientes de las importaciones, como Nepal, donde dos tercios de la población se dedican a trabajos relacionados con la agricultura y 75% vive en zonas rurales, han dado lugar a múltiples episodios de insurrección política e inestabilidad”, señala Sugden en su análisis sobre Nepal, pero que encaja en el escenario global. Un sello adicional es el activismo en línea, un fenómeno que exhibe ventajas y desventajas, sostiene Janjira Sombatpoonsiri, investigadora del Instituto Alemán de Estudios Globales y Regionales (GIGA), con sede en Hamburgo. En todos los polos, las redes son el hilo conductor de la movilización, así como un instrumento que une a miles.

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Las redes son también el espacio donde los jóvenes activistas intercambian conocimientos tácticos para eludir cordones policiacos y evadir el arresto. Pero al ser un movimiento sin líderes, carente de mando y coordinación, pueden ser un arma de doble filo, afirma Sombatpoonsiri en un análisis divulgado por el think tank Carnegie Endowment for International Peace.

“Aunque fortalece los movimientos a través de las conexiones en red y la amplificación de la agenda, también expone a los activistas a vulnerabilidades estructurales y tácticas. La falta de una figura representativa fomenta la flexibilidad y un sentido de igualdad, pero también deja a los movimientos sin estructuras organizativas sostenidas ni cadenas de mando claras, fundamentales para establecer normas básicas comunes, como evitar el vandalismo, prevenir la infiltración o contener a los actores radicales”.

“Como resultado, las protestas que comienzan con reivindicaciones legítimas, pero que dependen en gran medida de los algoritmos de las redes para amplificar la ira y desencadenar enfrentamientos con las autoridades pueden degenerar en turbas violentas”. Las protestas estimulan cambios cuyo desenlace está lleno de incógnitas. De acuerdo con Vision of Humanity con sede en Bruselas, los disturbios liderados por los jóvenes, la difusión de símbolos culturales, el uso de plataformas digitales para organizarse y la inspiración transfronteriza demuestran que la generación Z está desarrollando nuevas formas para manifestar sus quejas y exigir responsabilidades. Sostiene que una respuesta eficaz requiere abordar los problemas asociados a la desigualdad y la falta de servicios, involucrando activamente a las generaciones como partes clave.

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