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En enero de 1984, hubo una transformación en las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y México debido a un proceso accidental en el que ambas naciones debieron responder a una pequeña crisis radiactiva.
El trabajador Vicente Sotelo Alardín sacó una máquina de radioterapia de un hospital privado en Ciudad Juárez. Esta había sido guardada en un depósito sin nunca haber sido utilizada. El Centro Médico de Especialidades de Ciudad Juárez la compró e importó siete años antes, en 1977, sin haber capacitado al personal en el hospital para su uso.
A pesar de que toda compra de artefactos radiactivos debe ser informada a la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias (CNSNS), nunca fueron avisados de que la máquina de teleterapia había entrado en el territorio nacional mexicano. Así empezó una serie de desaciertos institucionales que llevaron a que ocurriera un incidente.
Sotelo Alardín se llevó la máquina, las versiones difieren entre si su superior le dijo que podía llevarse la máquina o no, pero al final la sacó del centro de salud y la montó en su camioneta.
Sin embargo, como no cabía mientras estaba armada, decidió separar sus partes y, sin percatarse, perforó el centro radiactivo del artefacto. Esto ocasionó que se esparcieran gránulos de cobalto-60.
Este radioisótopo es usado para terapias de pacientes que padecen de cáncer aún hoy en día, pero en esta ocasión, terminaría en las varillas y mezclas de acero de una decena de ciudades en México.
Vendido como chatarra
Al ser sacada de la clínica, Sotelo Alardín llevó la máquina a una chatarrera en Ciudad Juárez llamada El Yonke Fénix.
Afortunadamente para los trabajadores, el centro radiactivo fue manipulado por un imán industrial que les salvó de manejarlo directamente con sus manos. Sin embargo, el imán terminó por esparcir restos radiactivos en todo el material de chatarra.
El propósito era que en Yonke Fénix fundieran diversas piezas de metal para venderlo como acero a diferentes constructoras. Así fue como el material de cobalto-60 terminó en propiedad de la empresa Aceros de Chihuahua S.A., que luego vendió las piezas como material de construcción.
Foto: CNSNS
Detectada por EU
El portal digital mexicano ‘Xataka’ reportó que el 16 de enero de 1984 se dispararon las alarmas de los dosímetros (instrumentos que miden la dosis de radiación absorbida) del Laboratorio Los Álamos. Pues bien, había lecturas irregulares de cantidades de radiación por encima de las normales.
Al buscar la fuente de radiación, se dieron cuenta que estaba afuera, en una calle aledaña al laboratorio, en un camión que cargaba tubos de acero e iba de paso en la carretera.
Entonces, las autoridades del estado de Texas decidieron informar al gobierno mexicano, pues podía leerse en la insignia del camión que se trataba de un transportista de Aceros de Chihuahua.
Gracias a las alertas, se informó al CNSNS y pudieron empezar las pesquisas directamente en aquella ciudad mexicana. Los medidores mostraban que estaba repleta de cobalto-60, pero no entendían cómo había llegado al acero que se usó en las construcciones de Chihuahua.
Finalmente, tras unas entrevistas a los empleados de Aceros de Chihuahua, pudieron identificar que la fuente estaba en la chatarrera de Ciudad Juárez: El Yonke Fénix.
Agentes del CNSNS se dirigieron a esa otra ciudad en donde encontraron que toda la chatarrera estaba llena de cobalto-60.
Una camioneta radiactiva
Además de la clara radiactividad que encontraron en la chatarrera, encontraron otro punto en el que los medidores mostraron picos de radiación. En medio de un barrio residencial, en una camioneta que resultó ser de la propiedad del técnico de mantenimiento del Centro Médico de Especialidades de Ciudad Juárez, Vicente Sotelo Alardín.
Cuando el trabajador se llevó la máquina del hospital, le pidió ayuda a un compañero llamado Ricardo Hernández, quien manipuló el centro de cobalto-60 con las manos sin ningún tipo de protección.
Al encontrar la camioneta de Sotelo Alardín, y sus altos niveles de radiación, el CNSNS tenía que alejarla de la zona residencial donde estaba parqueada. Pero no podían llevarla demasiado lejos, pues eso implicaría exponer por mucho tiempo a los oficiales de la CNSNS a la radiación que emitía.
Decidieron llevarla al parque El Chamizal, pues estaba a las afueras de la ciudad sin ser demasiado largo el trayecto.
La ‘BBC’ reportó que, después de haber movido la camioneta, no se dejaron avisos que alertaran a los ciudadanos de la radiactividad que provenía de ella, y en ocasiones vieron a personas en proximidad de la camioneta.
Las personas expuestas a la radiación y los desaciertos
Tras un arduo proceso por parte de la CNSNS, se pudo identificar a 4.000 individuos que fueron expuestos al cobalto-60. Afortunadamente, los radioisótopos tienen una cualidad degenerativa que implica que, con el pasar de los años, el material radiactivo pierde su intensidad.
Seis años después de la compra de la máquina de radioterapia, el medio inglés ‘BBC’ reportó que se calculó que, de alrededor de mil gránulos de cobalto-60, tan solo quedaban 450. Aún una cifra alta, pero menos peligrosa en su cantidad.
La CNSNS contactó a todas las personas que fueron afectadas y les hizo pruebas de sangre, de médula ósea, conteo de espermatozoides y de cromosomas. Sin embargo, después de esas primeras pruebas en 1984, no se volvió a evaluar a los pacientes, por lo que ha sido imposible trazar si alguno quedó con secuelas a largo plazo por la exposición al cobalto-60.
Se limpiaron los materiales en El Yonke Fénix y pudieron identificar ventas de las varillas con el material radiactivo a 15 departamentos en México, donde tuvieron que demoler cientos de construcciones que habían sido elaboradas con las vigas radiactivas.
De Vicente Sotelo Alardín se supo que no tuvo reacciones al material, pero su compañero Ricardo Hernández tuvo una quemadura en la mano con la que manipuló el centro de cobalto-60.
Después de la investigación realizada por la CNSNS no hubo más información sobre Sotelo Alardín, quien ha permanecido por fuera del ojo público desde entonces.
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agv