San José. – La noticia cayó como un rayo en el corazón del poder político en Cuba… y, segundos después, un escritorio voló desde el cuarto piso de un edificio de La Habana y aterrizó en La Rampa, céntrica avenida capitalina que desemboca en uno de los rincones serpenteantes del mundialmente famoso malecón habanero.
Con el reporte noticioso, la tensión mundial contenida por 13 días mermó aquella tarde del domingo 28 de octubre de 1962, pero emergió la ira del entonces primer ministro de Cuba, Fidel Castro (1926-2016).
A espaldas de Castro o sin consultarle, Nikita Kruschev (1804-1971), el entonces todo poderoso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) —primer ministro, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista, presidente del Consejo de Ministros y líder o jefe máximo del campo socialista de Europa del Este— decidió pactar con el entonces presidente de Estados Unidos, John Kennedy (1917-1963).
EU y la URSS llegaron a un acuerdo sin tomar en cuenta a Castro.
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En una medida de gigantesca trascendencia para la humanidad que cerró un trance que colocó a los humanos en el punto más cercano de conflicto nuclear, Kruschev aceptó la reiterada demanda de Kennedy de retirar los misiles o cohetes nucleares y armamentos estratégicos soviéticos que la URSS instaló en Cuba.
A cambio, Washington prometió renunciar a una invasión militar a Cuba y retirar sus proyectiles en Italia y Turquía, frontera terrestre con lo que entonces eran las repúblicas soviéticas de Georgia, Armenia y Azerbaiyán, y marítima con Ucrania, en esa época también bajo dominio soviético.
En uno de los momentos de apogeo de la Guerra Fría entre EU y la URSS por la puja Este-Oeste o comunismo versus capitalismo y tras el triunfo de la revolución cubana en 1959, la crisis Washington-Moscú estalló en octubre de 1962 por un hallazgo del espionaje estadounidense del 15 de ese mes: la edificación de plataformas para el despliegue de 42 misiles nucleares soviéticos de alcance medio R-12 y R-14 en 1962 en Cuba.
El conflicto llevó al instante máximo de riesgo de choque nuclear entre ambas potencias. Kennedy declaró una cuarentena naval sobre la isla para impedir el paso hacia suelo cubano de buques soviéticos con equipos para desarrollar las plataformas de misiles.
La tensión Washington-Moscú llegó a un rango sin antecedentes en la historia y el mundo quedó al borde de guerra nuclear. Castro pidió a Kruschev que, ante la inminencia de una invasión armada de EU a Cuba, lanzara un ataque nuclear a suelo estadounidense, lo que habría desatado un choque con ese tipo de armas entre las dos potencias y causado un desastre.
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Por eso fue que, cuando el breve despacho informativo con carácter de “flash” sobre la decisión unilateral de Kruschev llegó a la agencia cubana de noticias Prensa Latina, desde donde logró estar al tanto del minuto a minuto de los acontecimientos, el máximo dirigente cubano montó en cólera.
Sin titubear, el comandante en jefe de la revolución descargó su malestar sobre un escritorio, que pateó y lanzó contra un ventanal. El mueble de aluminio rompió los cristales y salió por los aires para estrellarse en La Rampa. Mientras tanto, y por separado, Kruschev y Kennedy respiraron con alivio en Moscú y en Washington.
Castro exhibió su honda incomodidad y envió a los cubanos a las calles de Cuba a marchar al ritmo contagioso o pegajoso de una pícara tonada con humor negro en baile de mambo: “Nikita/mariquita/lo que se da/no se quita”.
El periódico Granma, órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC), adujo en 2002 que los misiles nucleares fueron aceptados “como un elemento que fortalecía el campo socialista y ayudaba, de alguna forma, a mejorar la llamada correlación de fuerzas” frente al bloque de Occidente (EU y sus aliados).
Ante la componenda Kruschev-Kennedy que excluyó a Castro, Granma admitió que “las superpotencias involucradas se pusieron de acuerdo tras bambalinas y desoyeron” a Cuba.
Castro se reconcilió con Kruschev y con el alto mando soviético y en 1972 insertó a Cuba en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), brazo económico del campo socialista.
La URSS se desintegró en 1991 por impacto de la caída, en 1989, del Muro de Berlín y de lo que significó el final de la Guerra Fría y la debacle del campo socialista.
Por la desaparición de sus socios de Moscú y de los demás regímenes europeos que, como La Habana, fueron satélites soviéticos, la revolución cubana se hundió en los últimos 30 años en profundos aprietos socioeconómicos.
Aunque logró sobrevivir por más de tres decenios en desafío “al imperio”, a solo 90 millas de EU, quedó atrapada en 2022 en una de las más graves situaciones políticas y socioeconómicas de sus más de 63 años de existencia.
A 60 años…
Pese a su dramatismo y a la inconformidad de Castro, los sucesos en torno a Cuba de hace seis décadas fueron resueltos con una salida política y modificaron la historia.
“El arreglo permitió a Castro afianzar su poder”, aseguró el disidente y exprisionero político cubano Vladimiro Roca Antúnez, hijo de un cubano que fue dirigente histórico del comunismo en Cuba e incondicional a Castro: Blas Roca Calderío (1908-1987).
El pacto entre Kruschev y Kennedy fue construido sin pedir el criterio de Castro, pero benefició al gobernante cubano porque la Casa Blanca se comprometió a abstenerse de agredir militarmente a Cuba y a evitar promover acciones bélicas de terceras naciones sobre la isla.
“El más perjudicado fue el pueblo cubano. Lo mejor hubiera sido que no hubiera habido crisis, que Castro no hubiera aceptado los misiles”, dijo Roca Antúnez a este periódico.
Roca Antúnez conoció de cerca la influencia soviética en Cuba al ser hijo de un hombre poderoso en Cuba. Reclutado en 1961 en su país para entrenarse como piloto de combate en la URSS, Roca hijo retornó a la isla en 1963 y rompió con la revolución en 1990.
Acusado de sedición, fue detenido en 1997 y condenado a cinco años de cárcel y al salir de prisión siguió ligado a sectores opositores que funcionan en la ilegalidad. El PCC es el único legal en la isla y fue conducido por más de 20 años por Roca padre.
“El gobierno cubano incrementó la tensión que llevó a la crisis. Sin consultar al pueblo, Castro la provocó al aceptar irresponsablemente que los soviéticos instalaran los misiles. Lo deseable era que Moscú no los trajera”, agregó el disidente.
“Para la humanidad, el arreglo fue positivo pues evitó la conflagración nuclear. Para el pueblo cubano significó la tranquilidad de no sufrir más agresiones de EU”, subrayó, al destacar que, en una maniobra casi de billar, el régimen cubano se aprovechó de la situación para consolidarse.
Luego del triunfo de la revolución en 1959, Castro chocó con EU al expropiar empresas estadounidenses, afianzar nexos con la URSS y construir un sistema marxista-leninista.
Una invasión armada anticastrista, organizada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) atacó Cuba en abril de 1961 por bahía de Cochinos, en el litoral sur, y fracasó en su meta de derrocar a Castro. En febrero de 1962, EU decretó el embargo económico sobre Cuba, todavía vigente más de 60 años después y al que la revolución culpa de sus males.
Y así, se llegó a octubre de 1962.
Las fotografías
“La parte soviética solicitó a Cuba la instalación de los misiles”, aseguró el general cubano José Ramón Fernández (1923-2012), vicepresidente de 1978 a 2012 y pieza clave de Castro para derrotar la invasión a Cochinos y en otros momentos bélicos cruciales del proceso revolucionario.
“Cuba era partidaria de que su instalación se hiciera de manera pública, no en secreto, como pidieron los soviéticos”, relató Fernández en una entrevista en octubre de 2002 con la prensa oficialista cubana.
La CIA depositó el martes 16 de octubre de 1962 sobre el escritorio de Kennedy un expediente con fotografías captadas por aviones espías estadounidenses que sobrevolaron territorio cubano y demostraron que los soviéticos construían bases para armas nucleares.
La revelación de la CIA culminó una secuencia de hechos y desató una oleada de presiones militares y políticas en EU y la URSS. Sin éxito inicial, la Casa Blanca exigió al Kremlin el desmantelamiento de las estaciones nucleares.
En la mañana del lunes 22 de octubre, EU ordenó el bloqueo naval sobre Cuba y el inicio de una guardia con, aeronaves B-52 artilladas con armas nucleares. Ese mismo día, Kennedy anunció una cuarentena militar en torno a Cuba y denunció que los misiles soviéticos podrían atacar al hemisferio occidental. Castro respondió con una alerta de combate.
En un ir y venir de amenazas y negociaciones en 13 días de octubre de 1962, lo que la historia bautizó como la crisis de Octubre, de los Misiles o del Caribe finalmente se resolvió el 28 de octubre con la decisión de los gobernantes de las superpotencias y cerró un trance que colocó a los humanos en el punto más cercano de conflicto nuclear… hasta ese momento.
Pero esos hechos fueron superados en 2022 y resurgieron por la guerra que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, lanzó el 24 de febrero pasado contra Ucrania y con las repetidas amenazas rusas de utilizar sus armas nucleares para garantizar su existencia soberana y su integridad territorial. Cuba se colocó del lado de Putin.
El temor se agudizó por lo que, a consulta de este periódico, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) calificó en abril anterior como situación nuclear de “extrema gravedad” por riesgo de tragedia en instalaciones atómicas ucranianas por un fuego cruzado entre las fuerzas de Kiev y Moscú.
A 60 años de octubre de 1962 y casi ocho meses de febrero de 2022, el disidente cubano Dagoberto Valdés, religioso, ingeniero agrónomo, exmiembro del Pontificio Consejo Justicia y Paz del Vaticano y director de Convivencia, revista digital de Cuba, tendió un puente sobre esos acontecimientos.
“La lección que podemos sacar tanto de la Crisis de los Misiles en 1962 cómo en 2022 con Putin”, explicó, “es que todo poder autoritario y todo proyecto de hegemonía geopolítica termina en la amenaza del uso extremo de la fuerza”.