El pleito que se ha desatado entre el Pentágono, el Buró Federal de Investigaciones (FBI) y otras agencias contra Elon Musk por su exigencia de que “justifiquen” sus empleos o se vayan ha levantado esperanzas en algunos sectores de que, a poco más de un mes de haber asumido, la administración de Donald Trump comienza a hacer agua por dentro.

Desde antes de asumir la presidencia, la cercanía de una figura como Musk con Trump desató pronósticos de un pronto rompimiento. Es cierto: los caracteres del dueño de X y el actual mandatario, sus ambiciones, así como su empeño en ser el centro de atención, los predisponen para un choque frontal en cualquier momento.

Ahora, las decisiones de Musk al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), sus recortes, su vigilancia de las agencias del gobierno despiertan el recelo y el enojo de otros trumpistas que se consideran hechos a un lado por el “niño consentido” de Trump o bien creen que le está robando el foco de atención al magnate.

Sin embargo, una crisis de gobierno está todavía muy lejos del radar. Lo triste del asunto es que los opositores al Trumpismo se aferran a ello como Jack a la tabla que finalmente no le salvó la vida en Titanic.

Otros ponen sus esperanzas en las elecciones de medio término de 2026. Consideran que de seguir las cosas como van, con los despidos masivos ordenados por el gobierno, y la inflación para arriba, con posibilidades de dispararse debido a los planes arancelarios de Trump, el enojo y rechazo al gobierno crecerán como la espuma y los estadounidenses se lo cobrarán al gobierno, con posibilidad de que una o ambas cámaras cambien de bando a demócrata, y Trump pierda el escenario político de oro que tiene hoy a sus pies.

Pero dos años son mucho tiempo. Pueden pasar muchas cosas. Si se analiza la popularidad de Trump, se mantiene estable. Quienes votaron por él escuchan incesantemente en los medios cómo está llevando a cabo sus planes de deportación masiva, amenazando a países con aranceles para cumplir su promesa de Estados Unidos Primero. Cómo quiere regresar empleos al país. Es por eso por lo que votaron. Al menos por ahora, parecen estar dispuestos a sacrificar la bonanza económica —momentáneamente— en aras de lo que creen es dar una lección a quienes, según insiste Trump una y otra vez, han querido aprovecharse de Estados Unidos.

Los demócratas tampoco están haciendo su parte. La derrota en las elecciones de 2020 los dejó noqueados y, hasta este momento, se han mostrado incapaces de levantarse de las cenizas y crear una estrategia para mostrarse como una oposición eficaz, audible, al avasallamiento que Trump está haciendo a su paso. En vez de ello, guardan silencio.

Incluso si el equipo de Trump entra en crisis, no es necesariamente una buena noticia para los estadounidenses, o para el mundo. Una crisis no frenará a un presidente como Trump. Si acaso, puede hacerlo todo más caótico, más loco, con luchas de poder intestinas e ideas más radicales de quienes quieran quedar bien con el presidente y ser el nuevo “niño consentido”.

Las ideas proteccionistas y expansionistas de Trump no van a desaparecer; tampoco las amenazas a México, Canadá y cualquier país que el republicano considere como una amenaza. Sus planes para Ucrania y Gaza son el ejemplo de hasta dónde está dispuesto a llegar un hombre que, por encima de todos, se escucha a sí mismo. Un megalómano que hará lo que sea para que el espejo le diga siempre que no hay presidente más grande que él. Los resultados no le importan. Sólo su imagen. Las consecuencias de sus locuras le tienen sin cuidado. Si Nerón incendió Roma, ¿por qué Trump no puede incendiar el mundo?

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