Miami.— En cada lápida del cementerio militar de Arlington, en Washington DC, hay una historia silenciosa que resiste al tiempo, al ruido, al poder. En este Memorial Day o Día de los Caídos en todas las guerras de Estados Unidos, bajo un cielo claro y banderas ondeantes, el ritual se repite como cada año: coronas de flores, salvas de honor, trompetas que desgarran el aire y la memoria, así como familias vestidas de duelo y recuerdos que no olvidan. Pero entre los veteranos, los soldados en activo y los padres de los caídos, una sensación de incomodidad recorre los pasillos este día. Y es que el hombre que hoy comanda a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos es Donald Trump, y muchos se preguntan si su presencia ensombrece el homenaje, más que estimularlo.
La tradición de conmemorar el Día de los Caídos en Estados Unidos tiene profundas raíces históricas y culturales que reflejan el dolor colectivo de una sociedad completa, el respeto por los sacrificios militares y el patriotismo estadounidense. Se celebra cada último lunes de mayo (en este caso el 26 de mayo) y su propósito principal es honrar y recordar a los soldados estadounidenses que murieron en servicio activo en las Fuerzas Armadas.
No es un secreto. En cada ceremonia oficial, en cada comunicado de la Casa Blanca que promete solemnidad, resuenan aún los ecos de las palabras que Trump pronunció, según múltiples fuentes, durante su primer mandato.
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En septiembre de 2020, la revista The Atlantic publicó una investigación que marcaría un antes y un después en la relación entre el presidente y la comunidad militar estadounidense. Según el reportaje, durante una visita a Francia en 2018, Trump se negó a visitar un cementerio militar estadounidense. “¿Por qué debería ir a ese cementerio? Está lleno de perdedores”, habría dicho. En otro momento, se refiere a los marines que murieron en la Batalla de Belleau Wood como “tontos”.
El general John F. Kelly, quien fue su jefe de gabinete y cuyo hijo murió en combate en Afganistán, decidió romper el silencio en octubre de 2023 y declaró durante una entrevista con CNN: “Lo que más me dolió fue escuchar al presidente decir que no entendía por qué la gente querría morir por su país”. Su testimonio no es el de un detractor político, sino el de un padre condecorado que ha entregado a su hijo a la historia militar de Estados Unidos.
Familiares de veteranos, indignados
El desprecio, sin embargo, no se limita al discurso. Las familias Gold Star, aquellas que han perdido a un hijo o hija en combate, no olvidan. Karen Meredith, madre del teniente Ken Ballard, muerto en Irak en 2004, respondió ese mismo año en nombre de varias familias: “Que la campaña de Trump nos llame ‘títeres’, en respuesta a nuestra ira por llamarnos ‘tontos’ y ‘perdedores’, sólo subraya el odio absoluto que Donald Trump tiene por aquellos que sirven y por quienes han perdido seres queridos en la guerra”. La declaración, difundida por VoteVets el 8 de septiembre de 2020, expresa el dolor de quienes sienten que sus muertos han sido usados como munición política.
Khizr Khan, padre del capitán Humayun Khan, muerto por una operación suicida en Irak en 2004, acusó públicamente a Trump de “tener el alma de un cobarde”. “No entiende el valor ni el sacrificio. No es digno de ser comandante en jefe”, afirmó en una entrevista con WGBH en septiembre de 2020. Sus palabras, respaldadas por su propia historia, evocan con crudeza la fractura que se agranda entre el presidente Trump y el honor que representa el Memorial Day.
Pero el rechazo no proviene únicamente de los deudos. Dentro de las filas militares el desconcierto es constante. En 2019, una encuesta de Military Times reveló que sólo 41% de los soldados en servicio activo aprobaban la labor de Trump como su comandante, mientras que 50% manifestaba una visión negativa. Para muchos encuestados, lo que preocupaba no es sólo el estilo beligerante del presidente, sino la utilización del aparato militar como un instrumento político. Como por ejemplo, cuando en junio de 2020 Trump ordenó dispersar una protesta pacífica frente a la Casa Blanca para posar con una Biblia frente a la iglesia de St. John, altos mandos militares reaccionaron.
El general Mark A. Milley, entonces presidente del Estado Mayor Conjunto, rompió el protocolo y se disculpó públicamente. “Mi presencia en ese momento y en ese entorno creó una percepción de que los militares estaban involucrados en la política interna. Fue un error del que me arrepiento profundamente”, dijo durante una ceremonia de graduación en la Universidad Nacional de Defensa el 11 de junio de 2020. Sus palabras resonaron no como una autodefensa, sino como una advertencia, la integridad de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos no debe ponerse al servicio de ningún caudillo.
La tensión ha crecido con los años, y con el regreso de Trump a la Casa Blanca. En abril pasado, un estudio de Reuters/Ipsos mostró que apenas 42% de los estadounidenses aprueba el desempeño de Trump, mientras que 55% lo desaprueba. En diciembre de 2024, una encuesta de AP-NORC mostró un dato aún más inquietante: sólo 30% de los ciudadanos confía en la capacidad del presidente para ejercer el mando de las Fuerzas Armadas estadounidenses. La desconfianza atraviesa líneas partidistas y se refleja en los pasillos del Pentágono.
Un polémico historial
A ello se suma la controversia que persiste desde los años 60, el modo en que Trump evitó servir en la guerra de Vietnam. Cinco veces evitó ir al frente de batalla, al recibir aplazamientos; cuatro de ellos por motivos académicos y uno más por un supuesto padecimiento llamado “espolones óseos” en los talones.
En diciembre de 2018, The New York Times publicó una investigación en la que las hijas del podólogo Larry Braunstein, quien firmó el diagnóstico, afirman que su padre lo hizo como un favor a Fred Trump, padre del actual mandatario. El examen físico que le permitió eludir el servicio militar en Vietnam sigue siendo motivo de burla entre veteranos que sí combatieron.
Uno de ellos es el almirante William H. McRaven, quien lideró la operación que eliminó a Osama bin Laden en 2011. En octubre de 2019, escribió un artículo en The New York Times titulado “Nuestra república está bajo ataque por parte del presidente”, en el cual señaló que “si queremos sobrevivir como nación, como democracia, Trump debe ser reemplazado”. Para McRaven, la primera presidencia de Trump no sólo socavó a las Fuerzas Armadas, sino que ha dañado la noción misma de patriotismo y no se puede esperar menos para esta segunda presidencia.
Hoy, con Trump nuevamente en el poder, el Memorial Day se perfila como una ceremonia bajo tensión. “No se trata sólo de honrar a los muertos, sino de preguntarse quién tiene el derecho de hablar en su nombre”, escribió un veterano en redes.
Las coronas volverán a depositarse, los discursos serán leídos con solemnidad, pero entre los familiares que asistan y los muchos que han anunciado que no lo harán, habrá un mismo pensamiento: la memoria no se manipula y el honor no se impone desde un atril con palabrería presidencial.
“No voy a escuchar a un hombre que llama héroes a dictadores y débiles a nuestros generales”, declaró John Matthews, padre de un soldado muerto en Siria, en entrevista con NPR en 2023. “Mi hijo no peleó por ese tipo de país”.
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Sin embargo, el uniforme sigue siendo obedecido. “La lealtad no es al presidente, es a la Constitución”, recordó el general retirado Stanley McChrystal en un foro reciente del Council on Foreign Relations. “Pero la Constitución no se defiende sola, requiere que el liderazgo civil no abuse de la obediencia militar”, reiteró.
La tensión entre deber y moral también se refleja entre los capellanes militares encargados de brindar apoyo espiritual en bases y zonas de combate. “Hay jóvenes que me preguntan si lo que están haciendo es justo. No, si es legal, sino justo”, dice el capellán evangélico Michael Torres, asignado a una unidad de infantería en California. “Es una pregunta devastadora. Porque en el fondo, se sienten desechables”, indicó.
En los círculos académicos, la historiadora Heather Cox Richardson insiste en que la militarización del discurso político bajo Trump ha contaminado incluso los rituales cívicos. “El Día de los Caídos es ahora un campo de batalla simbólico. Ya no es sólo conmemorar a los muertos, sino reclamar la propiedad de su sacrificio”, explica.
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Ese intento de apropiación se hace evidente en los mítines organizados en Florida y Texas, donde Trump habló rodeado de banderas y veteranos seleccionados previo al Memorial Day, muchos con camisetas que decían “Trump is our general” (Trump es nuestro general). Allí, alardeó de haber “restaurado la dignidad de las Fuerzas Armadas”, pese a que su administración actual enfrenta una ola de renuncias de oficiales medios y altos.
Según una encuesta reciente de Pew Research Center, 52% de los veteranos considera que el país “ya no honra con sinceridad a sus caídos, sino que los instrumentaliza según convenga políticamente”. La cifra se eleva a 67% entre los que sirvieron tras los atentados del 11 de septiembre (9-11).
A las tres de la tarde, cuando suene el llamado al minuto nacional de silencio, Washington y todo EU guardarán un respiro. En el fondo, un helicóptero militar sobrevolará el río Potomac. Es apenas un símbolo más de la paradoja: el poder continúa pero el honor, dicen muchos, se está perdiendo.
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Mientras las trompetas suenen y las banderas bajen a media asta, las Fuerzas Armadas de Estados Unidos recuerdan a sus muertos con la dignidad que el cargo exige. Pero este año, más que nunca, esa dignidad no vendrá del presidente, vendrá del silencio de las lápidas. Y del ruido de una conciencia que no olvida.
El origen del Memorial Day se remonta a la Guerra Civil estadounidense (1861-1865). Tras la guerra, comunidades de toda la Unión Americana, tanto del Norte como del Sur, comenzaron a organizar ceremonias espontáneas para decorar las tumbas de los soldados con flores, banderas y coronas.
Una de las primeras conmemoraciones reconocidas oficialmente tuvo lugar el 30 de mayo de 1868, impulsada por el general John A. Logan, líder de una organización de veteranos del Norte llamada Grand Army of the Republic. Eligió esa fecha porque no coincidía con ninguna batalla importante y se convirtió en la celebración nacional para honrar a los muertos de la Guerra Civil. Con el paso del tiempo, la conmemoración se amplió para incluir a todos los soldados caídos en todas las guerras de Estados Unidos. En 1971, el Congreso estableció oficialmente el último lunes de mayo como día feriado federal, bajo el Acta de los Lunes Uniformes, para permitir fines de semana largos.
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