San José. – Siendo presidente de Costa Rica de 1978 a 1982, el antineoliberal costarricense Rodrigo Carazo Odio rechazó una invitación para acudir el 19 de julio de 1980 a Nicaragua a festejar el primer aniversario del derrocamiento de la dictadura dinástica derechista de la familia Somoza, que gobernó de 1934 a 1979.
Carazo (1926-2009) alegó que sería incongruente y contradictorio celebrar la caída del dictador nicaragüense Anastasio Somoza Debayle (1925-1980) al lado de “otro dictador”: el comunista cubano Fidel Castro (1926-2016). También invitado a las fiestas de 1980 en Managua, Castro si acudió y se convirtió en la estrella política del primer aniversario.
La frase de Carazo pareció premonitoria, porque Castro ejerció una poderosa influencia en la revolución izquierdista y procubana que gobernó en Nicaragua de 1979 a 1990 y que, en algunas de sus etapas de mayor represión política y social, coartó las libertades fundamentales de multipartidismo, pluripartidismo, asociación, prensa y expresión.
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Carazo ejerció un papel crucial en la caída de Somoza, pese a que Costa Rica abolió su ejército desde 1948. De hecho, y con apoyo bélico de los entonces gobiernos de Venezuela y Panamá, el mandatario prestó parte del territorio norte costarricense al frente sur de la guerrilla del izquierdista y ahora gobernante Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).
Al cumplirse hoy 45 años de la caída del general Somoza, cuya dictadura dinástica fue inaugurada en 1934 por su padre, el general Anastasio Somoza García (1896-1956), la democracia, que germinó en Nicaragua apenas de 1990 a 2007, se afianzó como gigantesco sueño de los más de siete millones de nicaragüenses, con centenares de miles en el exilio, forzado o voluntario. Somoza huyó el 17 a Estados Unidos, sus tropas se rindieron el 19 y el FSLN marchó el 20 sobre Managua.
Nicaragua continuó atrapada en 2024 en el mismo drama que vivió en el siglo XX: una dictadura dinástica, ahora con el autodenominado presidente izquierdista Daniel Ortega —ciegamente leal al régimen comunista de Cuba y jefe del movimiento armado insurreccional que triunfó en julio de 1979 y de los casi 11 años de revolución— y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo.
Apoderado del FSLN, Ortega ganó en 2006 en comicios, recuperó el timón en 2007 y, en una red de fraudes, ganó en 2011, 2016 y 2021 tras acorralar a los opositores y con Murillo como poder visible. La crisis nicaragüense recrudeció a partir de 2018 al estallar multitudinarias y sangrientas protestas antigubernamentales en Nicaragua bajo un clamor: el final de la dinastía dictatorial y el tránsito a la democracia.
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Decenas de miles de combatientes nicaragüenses y extranjeros murieron en la guerra de Nicaragua en las décadas de 1960 y 1970 y se sacrificaron por un ideal sin dictadura, pero el desencanto marcó a los sobrevivientes de aquella gesta de la victoria sobre el somocismo.
“Con el triunfo (de Ortega) de 2006 comenzó el desencanto”, dijo el abogado nicaragüense Marlon Sáenz, conocido como “El chino Enoc”, exguerrillero sandinista, militar en la revolución, fiel al FSLN en contiendas electorales y preso político del “orteguismo” de mayo de 2022 a febrero de 2023 por disentir de la pareja presidencial. Sáenz fue desterrado por el dúo en 2023 a EU.
“El desencanto se dio porque comenzó la apropiación personal y familiar (de Ortega) del Frente, que perdió el carácter aquel de la lucha por todos los sectores de la sociedad, igualdad de derechos, por las libertades de pensamiento, expresión, organización, movilización”, dijo Sáenz a EL UNIVERSAL.
En 1979 “el compromiso (del FSLN) era economía mixta y pluralismo político”, recordó.
Tras explicar que, luego de 2006, participó de gratis con el FSLN en tres procesos electorales, subrayó que “todo fue un lavado de cerebro, la intoxicación ideológica de que todo se hacía por los más pobres y éramos antiimperialistas y todo ese tal cuento”.
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Por la vía electoral y asediado por una guerra que EU lanzó desde 1981 contra Nicaragua con fuerzas contrarrevolucionarias nicaragüenses como eje de irradiación guerrillera comunista a América Latina y el Caribe y “cabeza de playa” de Cuba y la entonces Unión Soviética (URSS, desaparecida en 1991), Ortega perdió en elecciones en 1990, entregó el mando y el país ir a una democracia multipartidista. Derrotado en las urnas en 1996 y 2001, Ortega triunfó en 2006 y retornó a la Presidencia en 2007.
Murillo y Ortega, que defendieron a su gobierno como democracia solidaria y negaron ser dictadura dinástica, ostentaron repetidamente desde 2018 el apoyo de los gobiernos de México, Cuba, Venezuela, Bolivia, Honduras y la caribeña isla de San Vicente y las Granadinas. Por el 45 aniversario, proclamaron que será un “Día de la Alegría: Nicaragua celebra las victorias de una historia que está hecha de triunfos”.
“Ortega y Murillo se han enquistado en el poder”, narró a este diario el nicaragüense Roberto Samcam, mayor en retiro del ejército de su país, exiliado en Costa Rica y, como guerrillero en 1979, proveedor de armas al FSLN del norte costarricense al sur nicaragüense.
Ortega “no renueva sus ideas: todavía cree que la URSS no ha desaparecido. ¡Por Dios!”, describió.