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Trabajar sin descanso y nunca resignarse ante el horror. Esta es la máxima de Denis Mukwege , el doctor que “repara” a las mujeres violadas en el este de la República Democrática del Congo (RDC) y que este viernes ganó el Premio Nobel de la Paz junto a la yazidí Nadia Murad.
A dos meses y medio de unas cruciales elecciones en Congo , el jurado del Nobel ha recompensado asimismo a una de las voces más críticas hacia el régimen del presidente Joseph Kabila , más escuchada en el extranjero que en el propio país.
“Cuando violan a una mujer, allá donde sea, es a mi mujer a la que violan. Cuando violan a una hija, a una madre, es a mi hija y a mi madre a las que están violando”, dijo Mukwege a la agencia EFE en 2014 con motivo del Premio Sajarov que le concedió el Parlamento Europeo.
Nacido en 1955 en la República Democrática del Congo , Mukwege fundó en 1999 el Hospital Panzi en Bukavu , en el este del país. Lo concibió para permitir a las mujeres dar a luz en condiciones óptimas.
Sin embargo, en poco tiempo el centro se convirtió en una clínica de tratamiento de las violaciones debido al horror de la segunda guerra del Congo , ocurrida entre 1998 y 2003, durante la que se cometieron numerosas violaciones masivas.
Esta “guerra contra el cuerpo de las mujeres” , como recuerda el médico, continúa por la presencia de milicias en zonas del norte y del sur de Kivu .
Allí, trata a las mujeres que son violadas por los grupos armados, muchas veces en grupo, usadas como un arma de guerra más; se ocupa también de aminorar los efectos devastadores de esos daños, tanto físicos como morales, con una prioridad: “No debemos precipitarnos con una operación si no hemos recuperado psicológicamente a esa mujer”.
Para ello cuenta con un equipo de asistencia social, psicológica y psiquiátrica, que ayudan antes de proceder a un tratamiento quirúrgico complicado, ya que muchas mujeres acuden con destrozos físicos en su aparato genital.
Foto: AP
Este médico congoleño siempre ha tenido claro que las violaciones a cargo de militares son “una potente arma de guerra” , que busca “destruir no sólo físicamente a la mujer, sino a toda la comunidad a la que pertenece” y que se prolonga cuando se producen embarazos de niños no deseados.
“El hombre deja de ser hombre cuando no sabe dar amor ni esperanza a los demás”, declaró en 2015 a los empleados del hospital de Panzi que dirige en Bukavu , la capital de la provincia de Kivu del Sur.
Tiene 63 años, está casado y es padre de cinco hijos. Estudió en Francia , donde pudo trabajar, pero no lo hizo. Optó por regresar a su país y quedarse en él durante los momentos más oscuros.
Su padre, un pastor pentecostal, le ha inculcado la fe. Es muy creyente y "vive sus valores en todo lo que hace" y sobre todo "nunca se da por vencido", cuenta una europea que colaboró con él varios años en Panzi .
Su combate por la dignidad de las mujeres víctimas de los conflictos que devastan el este de la República Democrática del Congo desde hace más de 20 años lo expone a todo tipo de peligros.
Está acostumbrado a las amenazas. Una noche de octubre de 2012 escapó a un intento de atentado. Después de un breve exilio en Europa , en enero de 2013 regresó a Bukavu . No podía abandonar a sus pacientes.
Viaja a menudo al extranjero para alertar sobre la tragedia del este congoleño y denunciar el recurso a la violación como “arma de destrucción masiva” en las guerras.
Entre dos viajes al extranjero, como este año a Irak para luchar contra la estigmatización de las mujeres violadas yazidíes, se ve obligado a vivir recluido en su hospital bajo la protección permanente de soldados de la Misión de las Naciones Unidas en Congo.
“Es un hombre recto, justo e íntegro pero intratable con la mediocridad”, describe el doctor Levi Luhiriri, médico del hospital.
agv