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Nueva York.— El plebiscito al presidente estadounidense Donald Trump se quedó a medias. A diferencia de 2016, esta vez sí se cumplieron los pronósticos: las elecciones de medio mandato celebradas ayer dejaron un Congreso tan dividido como lo está Estados Unidos, con los demócratas recuperando la Cámara de Representantes y los republicanos ampliando su dominio del Senado.
El resultado es un revés para el presidente, pero mucho menor del que podría haber sido. La pérdida de más de 30 asientos en la Cámara Baja —donde estaban en juego los 435 que la conforman— está dentro de la media de curules sin las que habitualmente se queda un mandatario en sus primeras elecciones de medio término en la Casa Blanca, y queda muy lejos de la pérdida que sufrió Barack Obama en 2010 o Bill Clinton en 1994.
No hubo oleada demócrata, pero la pequeña onda progresista, basada en una campaña con la mejora del sistema sanitario como bandera y la energía antiTrump como motor, consiguió lo que se proponía: quitar el poder absoluto a Trump, darle un primer mensaje de que la maquinaria “azul” está en movimiento y ponerlo en alerta de cara a las presidenciales de 2020, donde va por la reelección.
“No” al muro. Para empezar, tendrán en su control los presupuestos, que ya es seguro que no tendrán asignación para la construcción del muro en la frontera con México y buscará ampliar las prestaciones sociales. Además tendrán el poder de investigar al presidente, algo que ya han anunciado que harán desde el primer momento. En lo que parecen estar más interesados, al menos de inicio, es en obtener los documentos fiscales de Trump, para ver qué intereses empresariales podría esconder.
Trump, quien siguió las elecciones desde la Casa Blanca, describió los resultados como un “éxito tremendo”, y dio las gracias, vía Twitter.
“Ha sido una buena noche para el presidente”, dijo en un momento de la jornada Sarah Sanders, la portavoz presidencial. “Muchos de los candidatos por los que el presidente fue a hacer campaña lo han hecho bien”, añadió.
No le faltaba razón: el Partido Republicano evitó una sangría al mantener el control del Senado e incluso ganar escaños en esta cámara legislativa que realmente les interesaba no perder para poder seguir con su verdadero objetivo: la reforma absoluta de los integrantes del sistema judicial. “¡El tren del conservadurismo judicial va a seguir caminando!”, se felicitó el senador republicano Lindsey Graham.
Las pocas opciones que tenían los demócratas para arrebatar la Cámara Alta, donde estuvieron en juego un tercio de los 100 escaños, desaparecieron rápidamente con la derrota de la gran esperanza joven del partido: Beto O’Rourke en Texas, quien, a pesar de la movilización y la recaudación histórica, no pudo vencer al republicano Ted Cruz.
En cuanto a las contiendas por gobernadores —había 36 en juego—, los demócratas lograron grandes victorias en Nuevo México, Michigan Illinois y Kansas, opacadas por las derrotas sufridas en Florida y en Ohio.
Todo el mundo clamará victoria tras los resultados. Los demócratas insistirán durante semanas en la importancia de haber recuperado la Cámara; los republicanos, por su parte, demostrarán la importancia de haber mantenido el Senado y, especialmente, no haber sufrido un batacazo histórico, algo que seguramente venderán como una reafirmación de la fortaleza del ideario Trump en el país.
Lo que quedó claro es que la figura del presidente sigue siendo una fuerza sobrenatural en la política de EU, que con el amor y la animadversión que genera provocó datos de participación históricos para unas elecciones de estas características.
Además de la alta participación en la jornada, el voto anticipado también fue elevado. De acuerdo con Michael McDonald, de Election Project, 38.8 millones de estadounidenses sufragaron antes, superando los 27.4 millones que se sumaron al voto anticipado en las elecciones de medio término de 2014.