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La noche del jueves 26 de noviembre mi teléfono quería explotar. Primero los amigos: ¿Luz, qué vamos a hacer?; luego los conocidos queriendo saber detalles, los desconocidos preguntando, todos queriendo ayudar. Fuerzas represivas del gobierno acababan de entrar a la sede del Movimiento San Isidro ( MSI ) en Cuba , rompiendo la puerta de la vivienda para sacar a la fuerza a 14 personas que estaban allí acuarteladas desde el día 16, algunas de ellas en huelga de hambre.
Todos exigían al gobierno la libertad de Denis Solís con esa medida extrema, acuartelamiento o huelga, pero antes estuvieron recorriendo las unidades de policías de La Habana en busca de noticias y sólo recibieron arrestos arbitrarios.
La poeta Katherine Bisquet leyó poesía frente a la unidad de Cuba y Chacón y fue arrestada; la curadora Anamely Ramos entró a ese mismo lugar a pedir noticias de Solís y terminó detenida. Así le ocurrió a Luis Manuel Otero Alcántara, a Maykel Castillo, a Iliana Hernández, a Omara Ruiz Urquiola, a Oscar Casanella, a Esteban Rodríguez. Pronto se supo que había sido juzgado en un juicio sumario y condenado a ocho meses de cárcel por el delito de desacato.
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“Libertad para Denis Solís”, siguieron exigiendo amparados en la violación del debido proceso que hubo en su caso. Y es que Solís nunca tuvo acceso a un abogado ni a comunicarse con su familia en esos primeros días en los que nadie supo de su paradero, denunciaron. Luego apareció, pero ya estaba condenado.
Bisquet y Alcántara así lo comprobaron el día que recogieron la respuesta al habeas corpus que habían presentado a las autoridades, un momento que ambos transmitieron en vivo en sus redes sociales.
La noche del 26 todos los post que salían al abrir la aplicación de Facebook en mi celular mostraba indignación, rabia, desespero, impotencia. En menos de media hora ya se habían creado tres grupos de Whatsapp y dos de Telegram donde decenas de amigos y colegas se conectaban para canalizar voluntad e indignación y “hacer algo”; de eso se trataba, “hay que hacer algo”, decían. Esta vez nadie quería quedarse con las manos cruzadas.
El Movimiento San Isidro no es un partido político, ni un grupo peligroso, sus miembros llevan tres años defendiendo la idea de la inclusión en su proyecto artístico, pero ¿por qué son vistos como enemigos por el poder?, pues porque son libres y así actúan. En Cuba actuar como un ser libre tiene un precio que en muchos casos se paga con esa misma moneda, libertad. Pero ellos tienen mucha, son fuente inagotable de libertad.
En mi último interrogatorio con la Seguridad del Estado los oficiales me dijeron que era un peligro que yo siguiera dando cobertura a las actividades del MSI , que si lo hacía ellos me iban a hacer pagar un precio por eso.
Pero después de una noche completa sin dormir llegó la mañana del 27 de noviembre. Ya a esa hora estaban los planes concertados. El grupo de artistas que iba a pararse frente al Museo de Bellas Artes se unió a otro grupo de actores que iba para las puertas del Ministerio de Cultura y así fue como a las 11 de la mañana de ese día ya habían unas cincuenta personas delante de la enorme reja de la casona ubicada en El Vedado.
La primera fotografía que salió pública ya daba esperanzas de una Cuba inclusiva, feliz. Fue así que se fueron sumando más personas a medida que avanzaba el día y a las nueve de la noche ya eran más de 500 cubanos palpitando en un mismo sentimiento, el de la indignación. Todo eso sin perder la alegría, increíble.
Rodeados de patrullas de la policía, agentes de la Seguridad del Estado y tropas de civil defensoras del gobierno lidiaron con el hambre, la sed y el cansancio para pedir al ministro de Cultura que los escucharan. Superaron sus egos y eligieron de manera democrática a 30 representantes porque los funcionarios insistieron que no podían atenderlos a todos juntos. Esperaron horas y horas una respuesta hasta que por fin pasadas las ocho de la noche lograron entrar.
Foto: Luz Escobar
Lo que ocurrió dentro sólo lo saben ellos. Una de las condiciones del ministerio era que no podían grabar y que sus celulares tenían que quedarse fuera de la sala escogida para recibirlos. Sin embargo, en un ejercicio de creación colectiva a los pocos días publicaron unas memorias de esa reunión en la que no estuvo nunca el ministro Alpidio Alonso Grau pero sí Fernando Rojas, viceministro de Cultura.
Mientras puertas adentro del Mincult el grupo de artistas e intelectuales seleccionado le cantaba las cuarenta a los funcionarios afuera olía a peligro. Aunque durante horas el operativo que rodeó al ministerio dejó pasar a todo el que llegaba, pasadas las diez algunos recibieron amenazas para impedirles pasar. Una joven denunció que le bloquearon el paso y le dijeron que sería acusada de “desacato”; ella se impuso aguantando empujones y jalones de brazo de la policía pero pudo pasar, ella asumió un riesgo para defender un derecho, de eso se trata. Un grupo de muchachos recibieron gas pimienta en la cara al pasar por el cerco de policías pero al final también pudieron pasar.
Afuera se cantó, se aplaudió cada 15 minutos para hacerle saber a los que habían entrado que estábamos bien. Los de adentro salieron a preguntar por nosotros en un momento que se fue la electricidad y nos quedamos a oscuras. Casi a las dos de la mañana, después de más de cinco horas de reunión salió el grupo, en la puerta del Mincult y ante las cámaras de la prensa extranjera se leyeron los acuerdos a los que se habían llegado. No habían pasado 24 horas y ya el gobierno se había encargado de romperlos al lanzar una campaña de descrédito en las medios de difusión contra Denis Solís, contra Luis Manuel Otero Alcántara, contra todo el Movimiento San Isidro y contra algunos de los que estuvieron en el ministerio el 27 de noviembre.
Después del asalto a la sede el MSI a todos los llevaron para sus viviendas y les pusieron vigilancia, a todos menos a Otero Alcántara que continuaba en huelga de hambre y, después de un recorrido que duró varias horas, lo terminaron llevando a un hospital donde finalmente volvió a ingerir alimentos.
En esta semana la campaña de descrédito continuó; han hecho de todo por intentar dividir a los que han quedado conectados tratando de hacer posible la reunión que se acordó aquella noche en términos aceptables pero no, la respuesta del gobierno fue la siempre, el portazo en la cara. La respuesta de la institución fue que no, que no había diálogo.
El calor que dejó en el pecho de muchos la chispa que se prendió el 27 de noviembre no se apaga. Una semana después de esos acontecimientos el gobierno se ha encargado de sacar la carta que mejor sabe usar, la confrontación. Es ese el terreno donde chapotea con soltura, la democracia le queda grande, el respeto no le interesa y al amor lo subestiman todo el tiempo. Pero ya pasó, los cubanos tenemos de nuestro lado ese día, el día que cientos de personas nos conectamos con un mismo sentimiento y lo canalizamos donde más le duele al poder, en la calle.