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La oposición y el gobierno de Venezuela parecen haber llegado a un empate técnico: ninguno logra derrotar al otro.
Ambos tienen grandes fortalezas que no están dispuestos a perder y ambos tienen debilidades que no quieren exponer.
A esa conclusión llegaron varios observadores de la realidad de ese país tras los sucesos de esta semana, que incluyen nada menos que la escapada del líder opositor Leopoldo López del arresto domiciliario y nuevas protestas y enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas de seguridad.
"Ninguna de las partes tiene la capacidad de vencer a la otra", le dice a BBC Mundo Jennifer McCoy, latinoamericanista de la universidad estatal de Georgia, en Estados Unidos.
"El gobierno controla las armas y tiene aliados internacionales importantes, pero carece de apoyo popular; la oposición tiene un respaldo internacional más amplio y una población harta, pero no ha podido persuadir grandes deserciones ni movilizar protestas masivas sostenidas", añade.
Desde que el 23 de enero Juan Guaidó fue reconocido por medio centenar de países como el presidente encargado de Venezuela, las fuerzas políticas de ese país, con el apoyo de diferentes actores internacionales, entraron en un juego de presiones.
Un juego lleno de simbolismos —conciertos en la frontera, disputa por la ayuda humanitaria y masivas y constantes protestas— que en la práctica no parece haber cambiado nada: Nicolás Maduro sigue en el poder, la mayormente opositora Asamblea Nacional sigue sin poder legislar y, en general, los actores políticos continúan sin reconocer al otro como tal.
Mientras tanto, la dramática crisis económica del país está intacta, hay apagones nacionales durante días y la hemorragia de emigrantes a países vecinos parece convertirse en una crisis de refugiados.
1. Negociación
Para los expertos, en Venezuela va a tener que haber una negociación tarde o temprano.
Vaticinan un proceso lento y complejo de diálogo que cuente con un mediador imparcial, como ocurrió en Centroamérica con al famoso Grupo Contadora, y que parta del hecho de que ambas partes están dispuestas —genuinamente— a dirimir, sacrificar y conceder.
Es decir: sacrificar fortalezas y admitir debilidades.
Los intentos de diálogo en el caso venezolano, en 2014 y 2017, se vieron frustrados, en general, porque el chavismo llegó a las pláticas sin nada que ganar: tenía todo el poder del Estado y amplio reconocimiento internacional.
Pero en los últimos meses, y sobre todo después de esta semana, ese escenario cambió: quedó claro que hay quiebres importantes en el chavismo, decenas de funcionarios del gobierno están sancionados por Estados Unidos y la Unión Europea y Maduro no es reconocido como legítimo presidente por grandes potencias o socios comerciales clave para el país.
Y las sanciones de Washington agravan la crisis económica.
La oposición desconfía del chavismo, en parte porque, según ellos, "destruyeron la democracia" y se sintieron burlados en los intentos de diálogo anteriores.
En una negociación se pueden tratar aspectos muy de fondo —como unas elecciones libres con veeduría internacional, o renovación de los poderes judiciales y electorales, o liberación de políticos presos— como también temas más puntales y urgentes —resolver el problema eléctrico.
Pero más allá de los detalles, los expertos coinciden en que ambas partes deben partir de una premisa innegable: el otro es un actor político con el que me tengo que entender para evitar la violencia.
"Tiene que haber un reparto de poder negociado entre las dos partes", asegura Dimitris Pantoulas, politólogo griego con base en Caracas.
"Luego, deberían buscarse unas elecciones generales en las que compitan todos con muchas garantías (políticas y judiciales) para el después".
2. Una implosión del chavismo
El quiebre en el cuerpo de inteligencia que permitió la fuga de López confirmó que tanto en el chavismo como en las Fuerzas Armadas hay disidencias importantes.
Además, durante los últimos meses varios prominentes chavistas —exministros, exfiscales, exmilitares— han desertado y manifestado su intención de crear un chavismo sin Maduro.
"Una solución negociada no incluye necesariamente a Maduro: actores importantes de su entorno podrían dejarlo a favor de un gobierno de transición que represente los intereses de todos, reforme las instituciones y plantee unas elecciones", asegura McCoy.
Pero una implosión del chavismo también podría dar con un escenario violento, sobre todo si se mantiene el estancamiento político.
Los llamados colectivos, por ejemplo, son grupos armados chavistas de civiles que también sufren la crisis económica y ya han manifestado descontento con Maduro.
Son colectivos contrarios a la oposición, a la que ven como una derecha extrema apoyada por Estados Unidos que combatirá su fuerza y privilegios. Pero también son herméticos y heterogéneos factores de poder militar y territorial que pueden agudizar la violencia en varios sentidos, incluso en enfrentamientos con militares, como ocurrió en pequeños episodios en los últimos años.
3. Implosión de la oposición
Como ocurrió durante las protestas de 2014 y 2017, algunos creen que la oposición se puede volver a dividir y perder el impulso.
"Pueden poner preso a Guaidó, que no haya reacción ni del pueblo ni internacional y Maduro se reestablece con todos los problemas que sabemos y un sistema autoritario total", dice Pantoulas.
Si la oposición política está llena de divisiones, ni hablar de la oposición social que está en las calles, donde la delincuencia y la crisis económica marcan los intereses de la gente.
En un país donde conseguir un arma es relativamente fácil, existe la posibilidad de que factores opositores se organicen en una suerte de guerrilla urbana que para el ojo de Maduro —y Cuba y Rusia— sean focos de lucha financiados por Estados Unidos.
En conclusión: la implosión del chavismo o de la oposición puede dar con un gobierno de transición, pero también con un escenario anárquico similar al de Libia o Siria.
4. Golpe de Estado
Venezuela tiene una larga historia de golpes de Estado que mantiene abierta esa posibilidad cada vez que hay un desarrollo político en este país.
El último, en 2002, sacó del poder a Hugo Chávez por 48 horas y no solo dividió al país, sino que empoderó y radicalizó al chavismo y le acercó a Fidel Castro.
Los llamados de la oposición a las Fuerzas Armadas para unirse a su causa han ido creciendo en los últimos años, hasta que Guaidó, este año, lo convirtió en una de sus principales estrategias. Lo repitió este martes, rodeado de una decena de militares.
Es difícil saber cuántos o qué militares están dispuestos a rebelarse a Maduro, pero Guaidó asegura que son "muchos" y varios especialistas en Fuerzas Armadas venezolanos reportan un descontento generalizado.
Ahora bien: la disposición a rebelarse no necesariamente implica apoyo a la oposición.
Vladimir Padrino, el jefe de las Fuerzas Armadas, se ha mostrado leal al presidente.
La Fuerza Armada Nacional Bolivariana se declara "esencialmente antiimperialista" hace casi una década y muchos de sus miembros desconfían de una oposición aliada con Washington.
A este escenario, además, entra el poder de los colectivos, originalmente creados para "defender a la revolución".
Un golpe de Estado puede acabar con la parálisis política, pero no garantiza paz ni soluciones a la crisis general del país, dicen los observadores.
5. Intervención internacional (real o hipotética)
No son pocos los observadores que creen que la única forma de destrabar el escenario político en Venezuela es acabar con el chavismo a través de una intervención militar internacional.
Citan, por ejemplo, el caso de Panamá en 1989, cuando el Operativo Causa Justa, gestado desde el Pentágono, derrocó al gobierno militar de Manuel Noriega y se considera el inicio del proceso democrático que continúa.
Los críticos de esta postura, sin embargo, dicen que Venezuela es un país más complejo, donde hay unas Fuerzas Armadas más grandes, colectivos armados en todo el territorio y un apoyo político de grandes potencias como China y Rusia al gobierno.
Con los desarrollos de los últimos meses Venezuela se convirtió en un escenario de lucha entre grandes potencias que dificulta y, sobre todo, relativiza el éxito de cualquier tipo de intervención.
El gobierno de Donald Trump insiste en que "todas las opciones están sobre la mesa" y algunos creen que mantener abierta la posibilidad de una intervención, más allá de que la haga o no, puede ayudarle en la campaña por la reelección en 2020.
Cualquier intervención, en todo caso, en teoría debe ser aprobada por las Naciones Unidas, donde China y Rusia tienen poder de veto.
También puede ser aprobada en otros escenarios, como la Organización de los Estados Americanos, donde el debate sobre su conveniencia puede prolongarse por meses sin que en realidad ocurra ni haya soluciones.
En dicho caso, dentro de Venezuela se mantendría eso que muchos llaman el "empate catastrófico".
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