Miami.— Primero era miedo, pero ahora es terror. Eso es lo que están sintiendo millones de indocumentados que viven en la Unión Americana, ante el regreso de Donald Trump a la presidencia en Estados Unidos y cuya promesa principal es iniciar “la operación más grande de seguridad fronteriza y deportaciones masivas en la historia de este país”.

EL UNIVERSAL platicó con una mixta de indocumentados, compuesta por padres indocumentados y dos hijos menores estadounidenses, quienes pidieron el anonimato. Rosa y Martín llegaron a Estados Unidos hace 12 años huyendo de la violencia y la pobreza que azota la región de Tierra Caliente en el estado de Michoacán.

A Martín el narco lo tenía amenazado para que se uniera a ellos y él y su esposa vivían con el Jesús en la boca, entre autodefensas, el cártel de la Familia Michoacana y el Ejército Mexicano.

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Martín y Rosa viven en el barrio de West Side, en San Antonio, Texas, lleno de murales, y donde la gente se reúne a convivir. Foto: Especial
Martín y Rosa viven en el barrio de West Side, en San Antonio, Texas, lleno de murales, y donde la gente se reúne a convivir. Foto: Especial

Martín y Rosa salieron de ahí y viajaron a Nuevo Laredo, donde cruzaron a Estados Unidos con poco más que una mochila y la dirección de un primo lejano que vivía en San Antonio, Texas.

En San Antonio, la pareja buscó la manera de rentar y acomodarse. Con el paso de los años lograron establecerse, ser padres y construir una vida estable para sus hijos, Sofía y Mateo, quienes nacieron en Estados Unidos y nunca han conocido otro hogar. La vida con la que soñaron comenzó a hacerse realidad. Pero ahora, en el barrio donde viven, rodeados de otras familias inmigrantes, entre documentados e indocumentados, la elección de Trump ha hecho que el ambiente se vuelva tenso e incierto.

“Nos sentimos como si estuviéramos esperando una tormenta, un huracán de esos monstruosos”, dice Rosa con voz entrecortada hablando de sus miedos. “No sabemos si el día de mañana nos paren en la calle y nos pidan documentos o lleguen donde trabajamos. ¿Y qué pasaría si vienen a la casa?”, se pregunta angustiada.

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Martín , Rosa y sus hijos viven de forma modesta. Él trabaja en la construcción y ella limpiaba casas, pero la llegada de Trump ha alterado sus planes. Foto: Especial
Martín , Rosa y sus hijos viven de forma modesta. Él trabaja en la construcción y ella limpiaba casas, pero la llegada de Trump ha alterado sus planes. Foto: Especial

Martín dice que “ahora nos levantamos y pensamos cuando esta pesadilla comience y no sabemos si vamos a regresar a la casa” en la noche. El miedo, la angustia ya están ahí. No saben qué va a pasar.

“Sofía quiere inscribirse en un curso de arte, pero no sé si deberíamos dejarla”, confiesa Rosa. “Me da miedo que mientras esté en la escuela o en una actividad, algo nos pase y no podamos ir por ella”.

Frente a la incertidumbre, la familia ha armado sus planes de contingencia. Rosa trabajaba limpiando casas y oficinas. “Pero desde que inició este año dijimos que yo me quedo en la casa y sólo Martín trabaja; nos vamos a apretar el cinturón, pero es por seguridad. Si lo agarran a él yo puedo quedarme con mis hijos mientras vemos qué hacemos”. Tiene pensado dejar de asistir a reuniones escolares y mantenerse alejada de lugares públicos. “Es como si estuviéramos regresando a vivir en la sombra. Vamos a hacer todo lo posible por no ser vistos, no llamar la atención”.

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Martín, quien trabaja en la construcción, ya no conducirá al trabajo. En su lugar, va a usar el transporte público o caminar, aunque sean largas distancias, para evitar los retenes policiales y de la Patrulla Fronteriza. “Cada vez que veo una patrulla, siento como si se me paralizara el cuerpo. Ni siquiera estoy seguro de si llegaré al trabajo y, si llego, no sé si volveré a casa”, comenta. A pesar del cansancio físico y mental, Martín sigue trabajando para mantener a su familia. “El auto lo voy a dejar estacionado por si tenemos que venderlo y que haya algo más de dinero; estamos ahorrando para cualquier cosa”.

Impacto en la escuela

Sofía, de 11 años, comprende bastante la magnitud de lo que ocurre. Es una estudiante destacada, le gusta pasar tiempo en la escuela trabajando en proyectos creativos, pero “yo digo que ahora voy a regresar a mi casa después de clases para estar más tiempo con mi mamá y mi papá cuando llegue de trabajar. Tengo miedo de que algo pase cuando esté en la escuela y no pueda ayudarlos”, dice en voz baja.

Mateo, de nueve años, aún no comprende completamente la situación, pero sabe que vienen tiempos difíciles que podrían alejarlo de sus padres y eso lo angustia. “¿Por qué nos quieren separar si no hemos hecho nada malo?”, pregunta. “Porque hay personas que no entienden que nosotros sólo queremos trabajar y cuidar de nuestra familia”, le responde su mamá.

El estrés ha comenzado a afectar el rendimiento escolar de los niños. Sofía, quien solía obtener excelentes calificaciones, ha tenido problemas para concentrarse en clases, mientras que Mateo ha comenzado a mostrar comportamientos ansiosos, como no poner atención con los maestros.

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Taller de entrenamiento

Rosa y Martín han decidido preparar un plan de emergencia, tal y como lo han venido recomendando grupos defensores de los derechos de migrantes. Durante un taller convocado por una organización proinmigrante local, aprendieron la importancia de tener documentos esenciales separados y listos para llevárselos, contactos de abogados y redes de apoyo; especialmente entre familiares, amigos y vecinos.

En una pequeña caja que guardan bajo la cama, han colocado certificados de nacimiento, identificaciones consulares, registros médicos y un número de emergencia para llamar a un abogado en caso de ser detenidos.

Además, Rosa y Martín han hablado con una amiga cercana, quien ya es ciudadana estadounidense. En caso de ser detenidos y encerrados, ella sería la encargada de cuidar a Sofía y Mateo.

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“No puedo imaginar mi vida sin ellos”, dice Rosa llorando. “Pero prefiero saber que están aquí, donde tienen más oportunidades. Además sé, estoy segura, de que si nos sacaran, vamos a volver algún día”.

A Martín, la responsabilidad de mantener a su familia unida lo consume. “Tengo mucho miedo de no poder protegerlos, pero todo lo que hago y todo lo que haga será siempre por ellos”, dice.

En su barrio, otras familias enfrentan situaciones similares. Rosa y Martín han encontrado consuelo en las reuniones comunitarias, donde comparten historias y se apoyan mutuamente. “Es en estos momentos cuando más necesitamos apoyarnos entre nosotros”, dice Rosa con una leve sonrisa. A pesar de las circunstancias, se niegan a perder la esperanza.

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Cada noche, antes de dormir, Rosa cuenta que reúne a Sofía y Mateo en la sala. “Juntos rezamos, pidiendo protección y fortaleza a Dios, que nos dé fuerza y que nos mantenga juntos, pase lo que pase”.

Para Rosa y Martín la fe y el amor por su familia son su refugio, especialmente en tiempos de incertidumbre. “Cuando Rosa y yo cruzamos sin papeles también teníamos mucho miedo, pero era otro tipo de miedo, porque además aún no teníamos a nuestros hijos”, comenta Martín; “pero igualmente nos encomendamos al Señor y él nos protegió y nos ayudó a salir adelante”.

El miedo a la separación y la incertidumbre sobre el futuro los obliga a prepararse para lo peor, mientras intentan mantener la esperanza viva en medio de un entorno, que saben, cada vez será más hostil.

La solidaridad y el amor entre ellos y dentro de sus comunidades les dan la fuerza para seguir adelante y sostenerse, pensando que, aunque hoy esperan la llegada de un huracán político, mañana volverá a salir el sol.

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