Los últimos 25 días habían sido de una desesperación desenfrenada entre los demócratas. Con cada día que pasaba con el presidente estadounidense como su postulante a las elecciones presidenciales del 5 de noviembre, la probabilidad de retener la Casa Blanca ante uno de los rivales más detestados por los demócratas en su historia, se alejaba más y más. El visible desgaste físico y mental del mandatario ahuyentaba más a los probables votantes que las condenas penales, la deriva autocrática, la retórica zigzagueante de Trump.

Ese periodo de tumulto y angustia terminó este domingo pasado el mediodía con la renuncia de Biden a la candidatura. Los demócratas vuelven a respirar. ¿Pueden también ilusionarse con una victoria en noviembre? ¿Mejoran las posibilidades oficialistas de derrotar a un Trump que se siente invencible después de sobrevivir al atentado en Pennsylvania y de ser venerado en la Convención Republicana?

La respuesta corta y rápida es sí. La respuesta más larga es sí, pero hay desafíos urgentes para los demócratas y van más allá de quién será la o el sucesor de Biden.

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1. Dos ventanas de oportunidad

Desde el debate y hasta ayer, las encuestas eran muy poco generosas con la fórmula Biden-Kamala Harris. La industria de los sondeos está en su apogeo con la campaña presidencial y, en los últimos 25 días, hubo por lo menos una nueva encuesta nacional diaria. Un repaso rápido muestra un paisaje contundente. Solo en uno de esas dos docenas de sondeos (de Marist PBS/NPR), Biden superó a Trump; en dos, empató y en el resto, fue superado por el expresidente. Ese mal desempeño de Biden se proyectó también a los sondeos en los estados que decidirán quién recibe la mayoría de sufragios para el Colegio Electoral, órgano que elige al presidente.

Harris tuvo un desempeño levemente mejor y sacó ventaja sobre el candidato republicano en dos estudios (Ipsos y Marist PBS/NPR). En los principales promedios de sondeos, la vicepresidenta se ubica dos puntos detrás de Trump, mientras que el actual jefe de Estado está entre tres y cinco puntos a la retaguardia. Esa diferencia no parece imposible de remontar una vez que Harris salga a la cancha, si es la elegida.

Detrás de Harris, otros dos demócratas sobrepasaron a Trump en un sondeo cada uno: Gavin Newsom, el gobernador de California, quien ya dijo que está con Harris, y la ex primera dama Michelle Obama, que nunca pierde oportunidad de decir que detesta la política y no le interesa en lo absoluta ser presidenta o candidata.

Hasta que el debate desnudó un deterioro físico y cognitivo que pocos se atrevían a reconocer en público, Biden mostraba en los sondeos un repunte que lo acercaba y hasta empataba con Trump, luego de estar en desventaja desde octubre del año pasado.

Ése es uno de los dos escenarios que los demócratas podrán explotar desde ahora. Esa gradual recuperación de Biden en los sondeos le muestra ahora a su partido que hay un camino posible para derrotar a Trump con otro nominado. Si a eso le suman el historial de recientes derrotas electorales del exmandatario y de sus candidatos (la Cámara de Representantes, en 2018; la presidencia, en 2020, y el Senado, en 2022) la probabilidad de victoria toma otra dimensión para los demócratas y les permite restablecer la ilusión.

Las radiografías del Estados Unidos de hoy -dividido, enojado, alerta ante el fantasma de la violencia- abren otro escenario que puede ayudar a la nueva campaña demócrata. Los sondeos muestran desde hace meses que los norteamericanos están desencantados con sus dos candidatos, no solo con Biden, sino también con Trump. Ambos tienen tasas de rechazo con las que ningún otro candidato en la historia logró ser elegido o reelecto.

De acuerdo con un sondeo del Centro Pew, publicado el 11 de julio, el 63% de los norteamericanos sentía vergüenza de sus candidatos y el 53% creía que había que cambiar a ambos. Los demócratas finalmente lo hicieron. ¿Y los republicanos? Un 26% de los votantes opositores advertían, en ese estudio, que Trump no debía ser su postulante. ¿Qué sucederá con ellos a la hora de sufragar?

Ese desencanto con Trump y Biden, además, fue uno de los principales combustibles para el crecimiento de la candidatura de la tercera pata de esta campaña, Robert Kennedy Jr, descendiente de la mayor dinastía familiar demócrata. De acuerdo con el promedio de sondeos de The New York Times, hoy tiene 9% de intención de votos. ¿Podrán los demócratas quitarle o recuperar seguidores ahora que Biden ya no será su nominado? ¿Podrán retomar impulso en los tres estados que, en 2020, le dieron la victoria y hoy son esquivos, Pennsylvania, Wisconsin, Michigan?

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2. El fantasma de la otra Chicago

Con Biden afuera, los escenarios parecen a primera vista despejarse de desafíos. Pero todo lo contrario, ahora abren nuevos riesgos, y uno en particular. Apenas el presidente anunció su renuncia a la candidatura, Kamala Harris comenzó a recibir un aval tras otro, desde gobernadores y legisladores hasta los Clinton. Hoy se sumó la expresidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, cuyo papel fue clave para que Biden se bajara de la candidatura.

La candidatura de Harris parece un hecho. Tiene apoyo político, 90 millones de dólares en las arcas de la campaña, millones más que sumó en las primeras horas desde que anunció su intención de buscar la candidatura, experiencia en carreras presidenciales, llegada a los grupos de votantes determinantes para los demócratas (mujeres, afroamericanos, jóvenes, latinos) y casi 20 años menos que Trump.

Pero los demócratas acaban de vivir 25 días de desesperación que los ubicaron a pocos pasos del quiebre, justo cuando la dirigencia republicana está más alineada que nunca detrás de Trump. Lo que más necesitan ahora, además de una postulante enérgica, decidida y capaz de propalar un mensaje de optimismo, es cohesión.

La capacidad de presentarle batalla a la fórmula Trump-Vance será directamente proporcional a la unidad del partido detrás del elegido o elegida. Y para alcanzar ese consenso será crítico no solo quién reemplazará a Biden, sino cómo lo hará.

La sucesión natural por ser parte de la fórmula tal vez no sea suficiente para disipar las dudas que un sector del partido tiene sobre las habilidades de Harris. Los críticos cuestionan el progresismo de Harris (está un poco a la izquierda de Biden), su espasmódica sensibilidad política y la poca capacidad de gestión de campañas.

Consciente de eso y de la necesidad de recomponer la unidad demócrata, Harris dijo apenas después del renunciamiento de Biden que ella quería “ganar y merecer” la candidatura. El partido se enfrenta ahora al desafío urgente, entonces, de consensuar las reglas de sucesión y de ordenar la canasta de posibles rivales de Harris para la candidatura. Tiene poco menos de un mes para hacerlo. El 19 de agosto comienza la convención demócrata en Chicago y los republicanos, con su despliegue y reverencia a Trump en Milwaukee, dejaron la vara del consenso alta.

Los demócratas ya usaron Chicago como sede de su convención en dos ocasiones. En 1996, se unieron sin fisuras detrás de la candidatura a la reelección de Bill Clinton. En 1968, todo lo contrario. Ese año –también en agosto-, la convención estuvo marcada por las peleas, dentro y fuera de la sede.

Como Biden, el entonces mandatario, Lyndon B. Johnson, desistió de la reelección y secundó a su vicepresidente, Hubert Humphrey, para la nominación. El ala izquierda del partido, que apoyaba a Eugene McCarthy, se rebeló contra esa candidatura con una protesta llena de incidentes. Fue uno de los capítulos violentos de una década turbulenta. Unos meses después, los demócratas perdieron la presidencia ante el republicano Richard Nixon.

Este domingo comenzó la era post-Biden y su partido se enfrenta al desafío inmediato de consensuar una candidatura y una convenciónmás parecida a la de 1996 que a la de 1968. Por ahora, la tendencia es al consenso.

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