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Cada año, miles de animales marinos, especies y ballenas aparecen en las costas de todo el mundo. Aunque su avistamiento resulta una sorpresa para los habitantes y turistas, la realidad es que este es un fenómeno más común de lo que se cree: el Programa de Investigación de Varamientos de Cetáceos (CSIP, por sus siglas en inglés) de la Sociedad Zoológica de Londres, Reino Unido, ha registrado más de 12 mil cetáceos varados desde 1990, una cifra para nada despreciable cuando se trata de encallamientos de especies acuáticas.
Los varamientos, de acuerdo con el Instituto de Conservación de Argentina, son encallamientos de cetáceos en la arena de la playa o en la orilla del mar, que producen que las especies queden en evidencia para los observadores humanos al bajar la marea.
“Los varamientos de mamíferos marinos, vivos o muertos, no son particularmente infrecuentes. En el caso de ballenas grandes, como las ballenas azules, son mucho más raros simplemente porque quedan muy pocas ballenas azules”, señaló el biólogo marino Andrew David Thaler, en diálogo con National Geographic.
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Si bien este fenómeno global puede involucrar animales vivos, como señala el experto, los casos más conocidos, curiosos y mediáticos están relacionados con especies que llegan a las costas sin signos de vida.
Bien sea por enfermedades, sobrepesca, contaminación o inanición, los motivos para explicar por qué se varan las ballenas son equivalentes al número de casos que se presentan anualmente a lo largo y ancho del globo. Lo único que parecen tener en común los miles de cetáceos que encallan en la superficie es el destino que sobreviene a su muerte: una dramática, impactante y estruendosa explosión.
La explosión, el fatídico destino de las ballenas varadas
Esta escena, tan abrumadora como desgarradora, ha quedado grabada por cientos de cámaras e inmortalizada en la memoria de miles de ciudadanos: la ballena yace quieta, inamovible y, aparentemente, imperturbable flotando en la superficie del mar. Nada parece afectarle, ni los intempestivos vientos, ni la agitación de las aguas. Hasta que, de repente, una estruendosa explosión amenaza con dañar la tranquilidad, tan propia de la muerte, que segundos antes inundaba el ambiente.
Los varamientos son un fenómeno global común entre las especies marinas, especialmente las ballenas. FOTO: Archivo
En unos cuantos segundos, el agua azul que antes impactaba con los rayos del sol, se tiñe rápida y súbitamente de un color rojo que inunda el perímetro cercano al cadáver. Órganos, sesos y vestigios de lo que alguna vez fue vida animal se ciernen sobre la superficie marítima. Es real, la biología ha hecho de las suyas otra vez.
Los cetáceos y en general las especies marinas, no están exentas a sufrir los efectos biológicos de la muerte. Al igual que pasa con cualquier cadáver, el fallecimiento trae consigo un proceso de descomposición en el que las proteínas se deshacen de los tejidos para dar paso a la producción de gases como el metano y el ácido sulfhídrico.
La explosión, que por lo general sobreviene a la muerte de las ballenas, no es otra cosa que la expulsión dramática e inevitable de los gases que han estado acumulando incontrolablemente en su organismo tras su muerte asociada a causas naturales o humanas.
“El gas se acumula a medida que las vísceras y el contenido del estómago del animal se descomponen, pero la piel y la grasa de ballena son duras. La enorme bolsa de la garganta que ves inflarse en todas las imágenes está diseñada para llenarse con agua de mar y luego forzarla a salir a través de las barbas (la placa de queratina que las ballenas usan para filtrar la comida)”, explicó Thaler a National Geographic luego de que el varamiento de un cetáceo de 380 mil libras (170 mil kilogramos) encendiera las alarmas en Estados Unidos, en 2014.
Si bien la bolsa de la garganta de las ballenas está diseñada para manejar cantidades significativas de presión, los estímulos externos -como el movimiento- pueden llegar a desencadenar un sangriento y fatal estallido. La expulsión de los gases, producto de la descomposición, puede hacer que parte de sus intestinos salgan disparados por la presión con otros restos orgánicos.
Mientras que el cadáver de la ballena permanezca intacto, al igual que la capa exterior y la grasa, la explosión espontánea es mucho más que probable, es inminente, según Olaf Meynecke, del centro de investigación costera y marina de la Universidad de Griffith, para el diario británico The Guardian.
En 2004, por ejemplo, el cadáver en descomposición de un cachalote -especie de mamífero marino- de 60 toneladas y 17 metros explotó en una concurrida calle de la ciudad taiwanesa de Tainan, “llenando coches y tiendas con sangre y órganos, deteniendo el tráfico durante horas”, según explicó The Guardian.
Por lo general, este fenómeno explosivo solo ocurre cuando la ballena muere en la tierra. De hacerlo en el mar, el cadáver suele ser el objetivo de los depredadores que al devorar el cuerpo abren las vías de escape de los gases acumulados y hacen que salgan al exterior sin la necesidad de explotar.
Varamientos fatídicos
Aunque los fatídicos varamientos de cetáceos se han convertido en un fenómeno global por su numerosidad e intensidad en las costas de todo el mundo, las causas de los encallamientos no responden a una única razón en específico; todo lo contrario, pueden ser asociadas a motivos tanto naturales como humanos.
“Una ballena varada puede estar enferma o herida, senil, perdida, ser incapaz de alimentarse o tener alguna otra insuficiencia —por ejemplo, un parto difícil—, o simplemente ser vieja”, señala Dan Jarvis, de la organización benéfica British Divers Marine Life Rescue. Cuando esto ocurre, los cetáceos son propensos a morir deshidratados o ahogados cuando la marea sube y cubre sus orificios respiratorios.
Las causas, por el contrario, también pueden ser humanas. Las fluctuaciones de temperaturas; la disminución de las fuentes de comida, producto de la sobrepesca; y la aparición de sustancias contaminantes en el agua pueden cambiar el comportamiento de las ballenas, obligándolas a dirigirse hacia una playa sin retorno en la que muy probablemente hallarán la muerte.
Las colisiones con barcos pueden causar heridas graves (o la muerte) y provocar varamientos, al igual que el uso de sonares en diferentes ejercicios navales, puesto que “interviene en la comunicación de los cetáceos, confundiéndolos, estresándolos o hiriéndolos”, de acuerdo con el periódico español El País.
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