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Bruselas
A las puertas de la iglesia situada en lo que un día fue un monte de arena a los pies del casco histórico de Bruselas, al padre Mario, originario de Puebla, se le ve afligido.
No hubo la reunión tradicional de Jueves y Viernes Santo ni el ritual colectivo de Sábado de Gloria. Este domingo no compartirá con otros fieles la celebración de la histórica muerte y resurrección de Jesús.
“Son días muy tristes porque no nos podemos reunir. Comenzamos la Semana Santa el Domingo de Ramos y por primera vez en mi vida no tengo una celebración con mis hermanos en la fe”, admite el sacerdote mexicano al reflexionar sobre la decisión de ponerle cerrojo a los gruesos portones del recinto religioso, en época de emergencia sanitaria por la pandemia del coronavirus. “En tiempos de guerra y persecución, la iglesia nunca ha dejado de reunirse, incluso con el riesgo de perder sus vidas; ha sido el caso en muchos episodios de la historia, pero ahora es diferente porque no estamos en guerra, sino en una pandemia, y porque no podemos reunirnos para salvar vidas.
“Somos conscientes, por ello, por amor a los demás, no nos reunimos, precisamente para salvar vidas. Si nos reunimos en la iglesia hay el riesgo de contaminación”.
El gobierno de Bélgica introdujo a partir del 14 de marzo medidas restrictivas en respuesta al Covid-19, un nuevo virus que hasta el viernes contabilizaba en el país más de 3 mil defunciones y 26 mil casos clínicos confirmados.
Después, el 18 de marzo, al mediodía, endureció su política decretando confinamiento absoluto, igual que en Italia, Francia y España.
Los templos quedaron excluidos del mandato de encierro. Al inicio de la crisis mantuvieron las puertas abiertas, implementaron medidas, no dieron la comunión en la boca, sino en la mano, retiraron el agua bendita de las fuentes y no hubo más apretón de manos al decir: “La paz sea contigo”.
Pero la llegada cada vez mayor de personas sin techo en busca de refugio elevó el nivel de riesgo en las iglesias, convirtiéndolas en foco de infección potencial. No quedó alternativa que poner candado.
“Mucha gente me llama, tratamos de darnos ánimo los unos a los otros, sabemos que esto terminará”, sostiene tras admitir que una de sus mayores tristezas es que el vicario de Bruselas no podrá bautizar a más de 50 adultos programados. Rosas llegó a la capital de Europa a finales de 2003; fue enviado como seminarista para realizar estudios de Filosofía y Teología. Al concluir la academia, la arquidiócesis bruselense le pidió permanecer como vicario. Desde entonces trabaja en una unidad pastoral compuesta por cinco iglesias, de las cuales hoy es el párroco.
Admite sentirse en casa, a pesar de que hay algunas diferencias culturales entre la capital belga y su natal Puebla. A pesar de ser mexicano, no está a cargo del pastoral para los latinos, sino de la comunidad francófona del centro histórico. Frente a las escalinatas de Nuestra Señora del Sablon (de la Arena), un templo del siglo XIV, de estilo gótico flamígero y lleno de leyendas, dice en entrevista con EL UNIVERSAL que el impacto de la pandemia en la Iglesia se verá con el tiempo.
Aunque el levantamiento del confinamiento tendrá que ir acompañado de medidas preventivas, como es que las personas tengan una distancia con los demás y no se dé “la paz”. “No se va a afectar en el sentido de que la gente está consciente de que tenemos que seguir estas órdenes, pero con el tiempo vamos a regresar a lo que es normal, nos va a llevar meses”, confía.
“No pienso que vamos a perder gente en la Iglesia, porque es verdad que estamos viviendo un tiempo en el cual tenemos que estar retirados de los demás, pero el distanciamiento social no quiere decir uno espiritual”, continúa.
“Si la fe está allí, va a continuar su camino, la prueba es que no se ha parado la Iglesia, aun cuando a lo largo de la historia ha tenido que detenerse y no hacer celebraciones por otras pandemias.
“La Iglesia de Cristo tiene que ser sal y luz, es decir, pequeña, pero que dé sabor a la humanidad. Debe ser humilde y pobre”, apunta. En cuanto a la lección que deja esta atípica Semana Santa, el sacerdote cita un pasaje en el Evangelio según San Juan, el de la oración en espíritu y en verdad y no en un lugar físico.
“Hoy es verdad que no podemos reunirnos dentro de los muros de la iglesia, pero la Iglesia no son solamente piedra, construcciones, la Iglesia es un cuerpo construido por los bautizados. Hoy nos toca adorar a nuestro Dios desde dónde estemos (...) Para adorarlo no tenemos que ir a la iglesia, porque no es prisionero de la Iglesia católica, Dios es Dios y está en todas partes. Es una experiencia positiva, bonita, pero al mismo tiempo triste”, refiere.
Al hablar sobre las iglesias, principalmente las cristianas en Estados Unidos, que decidieron continuar con las reuniones religiosas de Semana Santa en medio de la emergencia sanitaria, insistió en que la decisión de no celebrar misa es evitar que el Covid-19 sume muertes.
“Mucha gente me reprocha el hecho de que no celebro la misa, que no hago nada para reunir a los cristianos, pero mi respuesta es y seguirá siendo la misma: hoy las autoridades civiles nos han pedido quedarnos en casa y hoy lo que podemos hacer para salvar vidas es quedarnos en casa. Como Iglesia, somos conscientes de eso y lo estamos haciendo (...) Invitaría a la gente que está triste por no reunirse en la iglesia a decir: hoy esto yo lo ofrezco para salvar más vidas”.