Más Información

Mauricio Kuri llama a queretanos a no votar por Morena; "anda preocupado por las encuestas", revira Luisa Alcalde

FGR obtiene nuevo auto de formal prisión contra Tomás Yarrington; lo vincula con banda criminal y uso de recursos ilícitos

“Sindicatos”controlan el despojo de inmuebles; organizaciones criminales operan en Edomex, Hidalgo y CDMX

“Llegué a casa y había gente desconocida en el interior”, relata Jorge Luis, víctima de despojo en Naucalpan

Fiscalía Anticorrupción de Jalisco investiga a 13 funcionarios por caso del Rancho Izaguirre; buscan posibles omisiones en operativo del 2018
La mañana del viernes 25 de mayo de 1979, Etan Patz, de 6 años, logró que sus padres, Julie y Stanley, le dieran permiso de irse caminando solo a la parada que quedaba a 200 metros de su casa y donde pasaba el autobús que todos los días lo llevaba a la escuela.
No era un logro menor para el mediano de tres hermanos, que salió sonriendo para lo que pensaba iba a ser una gran aventura.
Su madre lo despidió y lo vio salir. Jamás lo vio regresar. Lo que le ocurrió al pequeño permaneció oculto casi cuatro décadas.

Julie Patz vio cómo su hijo vestido con un vaquero azul, una chaqueta, su gorra favorita de piloto de Future Flight Captain, su mochila y un dólar en el bolsillo para comprar un refresco, salió de su casa ubicada en 113 Prince Street para caminar un trayecto que conocía bien y tenía como destino llegar a la parada del autobús que lo llevaría a clases. Sentir que tenía independencia y que podía hacer el camino sin que ningún adulto lo acompañe era algo que les pedía a sus padres desde hacía unos meses y que a ellos les costaba acceder.
Eran cerca de las 8 de la mañana de aquel 25 de mayo cuando la mujer lo perdió de vista desde la puerta de entrada.
El día transcurrió con normalidad, pero horas después, al notar que no regresaba de la escuela, Julie supo que algo no estaba bien. Aunque el maestro de primer grado notó la ausencia de Etan en el aula, no les avisó a sus padres. Primer gran error.
Lee también Crece desaparición de niños y adolescentes
Etan Patz: así inició la historia de terror
Rápidamente, y en medio de la desesperación, el matrimonio llamó a la Policía para denunciar que no encontraban a su hijo. Stanley Patz, de profesión fotógrafo, les entregó imágenes del niño para ayudar en la búsqueda, la cual empezó puerta a puerta por el barrio esa misma noche, tuvo la participación de un centenar de efectivos y hasta contó con la presencia de perros sabuesos. Pese al gran despliegue, no encontraron nada.
Con el correr de los días la angustia aumentaba para la familia, y el caso empezaba a colmar las portadas de los principales medios. “Deseo que esté con alguien que lo cuide. No quiero lastimarte ni juzgarte, no importa quién eres, solo quiero que lo traigas a casa”, expresó muy conmovida Julie ante una cámara de televisión dirigiéndose puntualmente a quién, para ella, se había llevado a su hijo. “No queremos ensuciar a nadie, solo esperamos que lo traten bien y lo traigan de regreso”, agregó en ese momento.
La vivienda familiar se convirtió en un sitio donde era frecuente la presencia de agentes policiales y de reporteros y periodistas, todos siempre con la atención puesta en el teléfono que sonaba constantemente, pero sin pistas firmes para seguir.

Mientras algunos se solidarizaron con ellos por el sufrimiento que vivían, mientras que otros los cuestionaron, acusándolos de negligencia por permitir que su hijo tan pequeño camine solo por la calle. “En algún momento de la vida, todo padre envía solos a sus hijos a la escuela. ¿Lo hicimos demasiado pronto? Obviamente. Pero era un territorio muy familiar. Era un vecindario muy seguro”, declaró Stanley Patz durante una entrevista con la televisora ABC News años después de la desaparición de su hijo.
No pasó mucho hasta que el rostro sonriente de Etan se volvió todo un símbolo. Aparecía en periódicos, estaba en afiches pegados por la ciudad y hasta se vio en las pantallas del Times Square. En los volantes que se repartían se detallaba que había nacido el 9 de octubre de 1972, tenía cabello rubio y ojos azules y pesaba poco más de veinte kilos.
La cara del pequeño fue uno de los primeros en aparecer en las cajas de cartón de leche de Estados Unidos con el objetivo de difundir su desaparición y encontrar algún rastro que permita saber qué le pasó. Esta práctica se repitió en ese país hasta mediados de los 90 con los rostros de muchos otros niños perdidos.
La cara del horror
Desde un primer momento la investigación se centró en el entorno del niño. De hecho, hasta su padre fue señalado como sospechoso, algo que quedó rápidamente desestimado. Al ahondar en el círculo más cercano, la Policía dio con José Antonio Ramos, pareja de una exniñera de la familia.
Aunque el hombre tenía antecedentes por abuso infantil -fue condenado a 20 años de prisión y enviado a la cárcel tiempo después- no lograron demostrar que tuviera vínculo con la desaparición de Etan. Pese a eso, durante décadas fue el principal sospechoso.
Etan Patz fue declarado legalmente muerto el 19 de junio de 2001. Cuando todo parecía haber llegado a su fin y el caso sumarse a uno de los tantos que quedan impunes y sin resolver, el 25 de mayo de 2010, 31 años después de la desaparición, el fiscal de Manhattan, Cyrus Vance, Jr., decidió reabrirlo.
Lee también Hallan cerrada academia militarizada; denuncian muerte de niño de 13 años

El gran giro de la investigación se dio en 2012, cuando las autoridades recibieron un llamado que lo cambió todo: un hombre señalaba a su cuñado, de nombre Pedro Hernández, como el autor del secuestro y crimen de Etan. Su aviso se dio luego de ver en un noticiero que habían hecho excavaciones en el vecindario de los Patz, más precisamente en la zona de la parada del autobús, en búsqueda de algún rastro. Pero ¿qué prueba tenía este hombre? Según su relato, había escuchado a su familiar contar años atrás que asesinó a un niño en Manhattan.
La Policía no tardó en dar con Hernández. En su declaración, contó que en mayo de 1979 tenía 18 años y trabajaba en una tienda ubicada en West Broadway y Prince Street, muy cerca de la parada en la que habitualmente Etan aguardaba su transporte. Cuando lo vio solo allí ese día, le ofreció una gaseosa y, a base de engaños, lo hizo entrar al local. “Le pregunté si quería algo de beber, un refresco o algo, y dijo que sí. Le dije que bajara conmigo al sótano”, precisó el acusado en la confesión que hizo el 21 de mayo de 2012 y que quedó grabada.
“Cuando se me puso delante, lo agarré del cuello y empecé a estrangularlo. Estaba nervioso. Sus piernas se sacudían. Cuando lo estrangulé, intenté soltarlo, pero mi cuerpo temblaba y saltaba al mismo tiempo. Quería soltarlo, pero algo se apoderó de mí y lo apreté cada vez más”, describió, según lo citado por el medio The New York Post. Etan se desplomó y “todavía jadeaba” en busca de poder respirar y en su instinto por sobrevivir. En ese momento, Hernández lo metió en una bolsa y luego en una caja y se deshizo de la misma en un callejón lleno de basura. “Fue algo que pasó rápido. No sé por qué lo hice, no sé lo que pasó”, aseguró.
Lee también Encuentran a niño de 7 años asfixiado en SLP; la madre es la principal sospechosa
Etan Patz: así condenaron al asesino del menor
En 1979 Hernández, nacido en Puerto Rico, dejó su trabajo en la tienda tras conocerse la desaparición de Etan y se mudó a Nueva Jersey. Allí se casó dos veces, tuvo una hija y se refugió en la religión. Según trascendió, también le habría confesado lo que hizo a algunos miembros de la iglesia a la que solía ir.
Durante la reconstrucción del hecho, y para asegurarse de que su testimonio era verídico, lo llevaron hasta el viejo almacén en el que trabajó. Una vez allí, se mostró confundido al ver una puerta que -según él- no estaba en aquel entonces. Al escuchar esto, los investigadores pidieron los planos del lugar y, tal como lo dijo, la abertura no existía en 1979. Eso demostraba que conocía muy bien el sitio.
Tras su confesión, fue enviado a juicio. Enfrentó un primer proceso en 2015, pero este quedó anulado por, entre otras cosas, no haber un cuerpo. Además, sus abogados alegaron que su relato era producto de su imaginación y que su defendido tenía una “personalidad convulsa e inteligencia limitada que apenas alcanzaba un coeficiente de 67”, algo bastante más bajo que el promedio. También remarcaron que tomaba antipsicóticos desde hacía años y se le diagnosticó con un trastorno esquizotípico de la personalidad.
En 2016 el caso volvió a la justicia y el detalle de la puerta que formó parte del primer proceso fue crucial en esta instancia. Al año siguiente, el 14 de febrero, declararon a Hernández culpable del secuestro y asesinato de Etan y lo condenaron a pasar 25 años tras las rejas.
Stanley, Julie y Shari, la hermana mayor de Etan, estuvieron presentes en el juicio. Tras conocerse la condena, el padre de familia se dirigió entre lágrimas al acusado: “Después de todos estos años sabemos qué oscuro secreto guardaste en tu corazón. Tomaste a nuestro precioso niño y lo arrojaste a la basura. Nunca te olvidaré. El Dios al que le rezas nunca te perdonará. Tú eres el monstruo en tus pesadillas. Un poco de justicia para nuestro maravilloso hijo Etan. Me siento muy agradecido, por fin alcanzaron un veredicto que yo ya sabía; que este hombre es culpable de haber hecho algo horrible hace muchos años. Ya sé cómo es el rostro del mal. Nunca podré perdonarte”.
Stanley se convirtió en activista de causas vinculadas a la protección de niños desaparecidos en Estados Unidos.
mgm