Phnom Penh, Camboya.— Bajo la sombra de un árbol que aplaca el clima tropical seco de la capital camboyana, Phnom Penh, el astuto técnico jubilado de 93 años, Chum Mey, dice vivir una realidad que hace 45 años sólo llegó a imaginar cuando podía cerrar los ojos.
“Realmente estoy muy feliz porque lo que hoy es Camboya, sólo pude imaginarlo al soñar”, dice con gran sonrisa en el rostro el originario del poblado de Thnaot Chroh, ubicado en la provincia de Prey Veng, al sur del país.
“Hoy es muy diferente, tenemos hospitales, escuelas, carreteras, fábricas y comercios. Antes debíamos conformarnos con unos cuantos granos de arroz, y hoy comemos tres veces al día”.
Chum Mey es uno de los 12 sobrevivientes de Tuol Sleng, una secundaria que fue transformada en el principal centro de interrogatorios y exterminio de la dictadura del profesor y revolucionario maoísta Pol Pot, entre 1975 y 1979.
Clasificada con el código de “S-21” durante el régimen de Kampuchea Democrática, comúnmente llamado régimen de los Jemeres Rojos, por la prisión habrían pasado unos 20 mil presos políticos y sus familiares, incluyendo niños.
Los encarcelados eran sistemáticamente torturados y ejecutados, in situ o en el campo de exterminio de Choeung Ek, situado a 15 kilómetros al suroeste de la capital.
En la actualidad, Tuol Sleng alberga el Museo del Genocidio y exhibe, en lo que un día fueron aulas de clase, fotografías de prisioneros, documentos biográficos y ejemplos de los utensilios de tortura usados para arrancar confesiones que asociaban a las víctimas con los servicios secretos soviéticos o estadounidenses.
Al memorial acude todos los días Chum Mey. Explica que es para dar testigo de las atrocidades perpetradas a gran escala en el interior del edificio cercado con alambrados de espino y con paredes aún manchadas por la sangre derramada por miles de personas.
Chum Mey sabe de la muerte de su esposa Ratanak y de dos hijos, de tres años y dos meses, y desconoce el paradero de dos hijas, aunque da por hecho que fueron asesinadas.
Fue torturado 12 días, hasta que su captor consiguió la confesión que lo asociaba con la CIA. Eludió la muerte estando en pleno paredón, cuando un torturador preguntó entre los presos: “¿Quién puede arreglar máquinas?”, “Yo hermano, yo puedo”, respondió. A partir de ese momento se convirtió en el reparador de las máquinas de escribir usadas para registrar los testimonios extraídos a los “enemigos de la nación”.
“¿No es doloroso regresar y sentarse frente a su celda?”, se le preguntó a Chum Mey en la explanada.
“No, no es doloroso, porque cada vez que platico con los visitantes me hacen sonreír. El ver a tantas personas, de tantos lados, me dice que vamos por buen camino. No volveré cuándo esté en el cielo, ese día dejaré de venir”, asegura el autor del libro titulado Sobreviviente, el triunfo de un hombre ordinario, frente al genocidio de los Jemeres Rojos.
Camboya enfrentó tres décadas de guerra civil, hasta 1993, cuando celebró sus primeras elecciones en cumplimiento del acuerdo de paz firmado en París dos años antes.
Durante ese periodo sufrió uno de los capítulos más oscuros conocidos por la humanidad. Por tres años, ocho meses y 20 días, vivió la dictadura de Pol Pot, un maoísta camboyano que estudió en Francia y que durante su gobierno se empeñó en imponer un modelo basado en aniquilar todo lo que oliera a civilización urbana, usar lentes o portar una pluma era sinónimo de educación y, por tanto, motivo para ser ejecutado.
Pol Pot y los radicales comunistas de los Jemeres Rojos intentaron crear una sociedad pura, meramente rural, sin familias ni derechos como individuo.
“Tenía siete años cuándo me llevaron a un campamento en donde sólo había niños. Ahí me dijeron que ya no había familia, sólo camaradas. Estaba prohibido jugar o cantar, la única música que se escuchaba eran los cantos revolucionarios”, dice Chhan, un veterano guía de turistas en la ciudad de Siem Reap, ubicada en el norte del país.
Cuenta que cuándo volvió a ver a sus padres campesinos no los reconoció, estaban extremadamente desnutridos. Su hermana de tres años murió de hambruna y sus dos hermanos mayores fueron asesinados por un subordinado que les disparó y se fue sin decir palabra.
No se sabe con precisión cuánta gente murió durante la dictadura. El gobierno de Vietnam estima que murieron tres millones de personas, mientras que la Universidad de Yale habla de dos millones.
“Mucho ha cambiado desde entonces, el progreso ha sido lento, pero no hay que olvidar que comenzamos la reconstrucción a partir de escombros”, dice Chamroeun Chhemsok, experto que ha dado seguimiento a lo ocurrido en “S-21” y a los trabajos realizados por las Cámaras Extraordinarias de los Tribunales Camboyanos, que concluyeron con tres sentenciados, incluido Kaing Guek Eav, alias Duch, exdirector de la prisión.
Camboya es una nación muy diferente a la que vivió durante su infancia Chhan. Hay industria, universidades, teatros, cafeterías y centros comerciales. Es un país abierto al mundo, a la inversión extranjera y al turista que desea admirar su rico pasado milenario. Antes de la pandemia fue una de las economías de mayor crecimiento en el sureste asiático. El Banco Mundial considera que creció 5.2% en 2023.
Pero al mismo tiempo encara múltiples desafíos asociados a un crecimiento demográfico exponencial —actualmente la población suma 17 millones y crece a un ritmo anual de 2.5 hijos por mujer—, así como a los rezagos heredados por la imposición de un modelo económico y social meramente rural; 35% de la población laboral está activa en el campo. El derecho a la salud sigue siendo una asignatura pendiente y la edad de vida promedio de los camboyanos es de sólo 69 años.
Si bien la tasa de alfabetización de los ciudadanos mayores de 15 años ha aumentado extraordinariamente en las últimas décadas, falta por cubrir todavía 12%.
El desempleo está en 0.5%, pero estar ocupado no significa que se tenga un trabajo de calidad; 47% de los empleados está clasificado como autónomo. El Departamento del Trabajo de Estados Unidos afirma que poco avance se ha logrado contra el trabajo infantil: prevalecen las peores formas de explotación a los niños, incluyendo el comercio sexual.
El Banco Asiático de Desarrollo estima que alrededor de 25 de cada mil nacidos mueren antes de cumplir los cinco años, mientras que 14.2% de la población se encuentra en situación de pobreza extrema, con un ingreso menor a 1.90 dólares diarios.
Esta nación figura entre las de peores resultados del Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional (TI), en el peldaño 150 de 180, de mejor a peor, y según Human Rights Watch, la promesa de que Hun Manet —quien heredó el año pasado de su padre el cargo de primer ministro— sería un líder “reformador”, ha quedado en papel mojado.
La ONG denuncia que no hay elecciones competitivas, la prensa libre ha sido silenciada, los críticos sufren acoso y el partido gobernante controla todas las instituciones, incluyendo el Poder Judicial.
“Espero que el país no vuelva a la guerra y en 20 años siga habiendo paz, porque mientras haya paz, habrá felicidad”, afirma Chamroeun.
En la celebración del 45 aniversario de la victoria sobre el genocidio, el 7 de enero pasado, Hun Sen, quien fue primer ministro durante más de 24 años y es presidente del hegemónico Partido Popular Camboyano, aseguró que el país ha cambiado de forma inesperada, particularmente en los últimos 25 años.
Aunque reconoció que hay mucho camino por recorrer para convertir el país en uno “avanzado y civilizado, que garantice que no habrá más rupturas nacionales, guerras ni genocidios”.
Aseguró que los próximos cinco años serán fundamentales para el gobierno, en la ruta a alcanzar el estatus de economía de renta media-alta en 2030 y de economía de alto ingreso en 2050.