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San Miguel de Los Lotes, Guatemala.— El olor a cadáveres en descomposición y un vapor caliente que se expande emergen de la tierra cada vez que rescatistas escarban donde pudieran hallar restos de personas que quedaron atrapadas durante la erupción del Volcán de Fuego, ocurrida el domingo 3 de junio.
Ayer, a las 11 de la mañana, personal de la Policía Nacional Civil (PNC) guatemalteca rescató el pie con un calcetín de un bebé de aproximadamente un año, que fue trasladado al Instituto Nacional de Ciencias Forenses de Guatemala (Inacif).
En un acto desesperado y de rebeldía debido a que el gobierno de Guatemala, encabezado por Jimmy Morales, suspendió las labores de rescate —que este sábado se reanudaron de forma intermitente—, familiares de las víctimas rentaron maquinaria pesada para sacar los restos por su cuenta, pero la gran cantidad de ceniza, tierra y grandes rocas, además de la inestabilidad de la zona, dificultan las labores en este lugar que en un futuro podría convertirse en santuario para honrar la memoria de las víctimas.
Un recorrido por esta, la llamada Zona Cero, revela un panorama desolador: viviendas de concreto enterradas total o parcialmente; árboles cubiertos de polvo gris y sus frutos quemados por el material piroclástico y las cenizas que alcanzaron temperaturas de más de 600 grados.
Un grupo, los Topos de Oaxaca, de la brigada de Búsqueda y Rescate, sin herramientas, ingresaron a este lugar a las 10:00 de la mañana para realizar labores de búsqueda en una zona donde presuntamente hay medio centenar de personas enterradas.
En total, una decena de integrantes de la asociación civil Escuadrón Organizado en Rescate y Atenciones Médicas (ORAM) de Oaxaca, participa en las labores de auxilio en los municipios guatemaltecos de Escuintla, Chimaltenango y Sacatepéquez.
“Por pena no la desperté, hoy está muerta”. El llanto desgarrador de Damaris Tomas, una mujer cuya hija de seis años está desaparecida, aumenta la tristeza que embarga San Miguel de Los Lotes, donde civiles, jóvenes y adultos, se unieron a las labores de rescate, escarbando con palas y picos.
“Si la hubiera llevado conmigo a trabajar, ella no estuviera muerta, estaría conmigo”, lamenta Damaris, una madre soltera que tiene otra niña de año y medio. Recuerda que el pasado domingo, como de costumbre, se levantó a las cuatro de la madrugada para ir a comprar la fruta que vendería en el municipio de Chimaltenango.
Un día antes de la erupción, su hija Emily Aleysi Tomas Zacarías le pidió que la llevara con ella a trabajar. “Me dijo: ‘Mamá, yo mañana me voy a ir con voz a vender’. ‘Vaya mija’, le dije”, a lo que la pequeña respondió: “Pero me despertás por que luego así me decís y no me despertás.
“Yo por pena no la desperté en la madrugada para que no sufriera el frío, si la hubiera despertado todavía estuviera conmigo, es mi culpa por que no la desperté”, se reprocha Damaris, y explica que la niña se quedaba al cuidado de su cuñada. Pero en el momento de la erupción ésta no se encontraba en la vivienda y a la familia no le dio tiempo de ir a buscarla, ni a otra sobrina que también está desaparecida.
A unos dos metros de donde está Damaris, los Topos escarban a petición de una mujer que les pidió ayuda para encontrar los restos de 50 integrantes de su familia, incluyendo hijos, que vivían en cuatro casas contiguas.
También don Ezequiel Bacú pide a rescatistas que busquen los restos de 13 integrantes de su familia: su hermana, cuñado, sobrinos y nietos. “Se quedaron en la casa, ya no pudieron salir; sólo yo me salvé por que fui a trabajar en la milpa”, explica. Mientras la gente busca, un grupo de creyentes católicos rocía con agua bendita en cruz y reza por las almas de los fallecidos.
Cerca del lugar, don Mamberto Vázques y dos de sus sobrinos escarban para rescatar los cuerpos de su sobrino Apolinar Linario Pamantes, la esposa Olga Vázquez y sus sobrinas Yulissa, Vanesa, Katy y Griselda. Pero la tierra caliente, las piedras y rocas enterradas alentan el trabajo. Don Mamberto explica que en este centro poblacional vivían alrededor de 7 mil personas, de las cuales unas 3 mil pudieran estar enterradas.
Una comitiva de San Francisco la Uma, Quetzaltenango, repartió dinero en efectivo que reunieron sus pobladores para que se pagara la maquinaria que contrataron familiares de las víctimas para la búsqueda de los cuerpos.
***Con información de Yuridiana Sosa