“Si algo puede salir mal, saldrá mal”, dice la ley de Murphy. Y todo lo que podía salirle mal al presidente Joe Biden, le ha salido mal, a la espera de cuál será el impacto que esa “mala suerte” vaya a tener en las elecciones de noviembre.
Las protestas propalestinas son el más reciente ejemplo de la delicada situación en la que se encuentra el demócrata. Con la guerra de Israel contra Hamas, crecen las voces a favor de que el gobierno estadounidense haga más por presionar al primer ministro, Benjamin Netanyahu, a fin de que acepte un cese del fuego que permita aliviar un poco la situación en la Franja de Gaza, donde la cifra de muertos se acerca a los 35 mil, con base en cifras del Ministerio de Salud —únicas disponibles—, bajo el control de la organización islamista Hamas.
Las protestas propalestinas se extendieron como la pólvora en las universidades estadounidenses, con reclamos de que la guerra termine, y a la vez con denuncias, por parte de la comunidad judía, de antisemitismo, y de islamofobia, por parte de la comunidad palestina.
Las imágenes en vivo de la policía ingresando al campus de la Universidad de Columbia, la de California en Los Ángeles (UCLA), la de Texas, el campus de University Park de la Universidad del Sur de California han sido transmitidas por todas las cadenas de televisión, en Estados Unidos y en el mundo, trayendo ecos de las protestas contra la guerra de Vietnam. Biden respondió diciendo sí a las protestas pacíficas, no al odio, al antisemitismo, tiene que prevalecer el orden. La respuesta no ha caído bien entre los jóvenes propalestinos. Biden ha tenido que hacer un acto de equilibrismo, consciente de la importancia del voto joven, pero también del poder del lobby judío.
El conflicto en Medio Oriente se vino a sumar a la guerra entre Rusia y Ucrania. Esta última requiere del apoyo estadounidense para evitar una derrota a manos del régimen de Vladimir Putin. Biden lo sabe. Sabe, también, que el triunfo del presidente ruso sería un golpe devastador para su reelección, para su imagen de líder internacional y para la estabilidad europea. Sin embargo, los estadounidenses están cada vez más a disgusto con la ayuda millonaria que sale de Estados Unidos hacia Kiev, y los republicanos se frotan las manos, aprovechando para sacar ventaja política e impulsar a Trump, su candidato.
Del lado migratorio, Biden defiende la necesidad de una reforma migratoria, mientras Donald Trump y seguidores lo acusan de fracaso en la gestión migratoria y usan los temores de seguridad y de perder el empleo para atizar el sentimiento antiinmigrante en el país.
Aunque la economía estadounidense va bien a nivel macro, los estadounidenses resienten el alza de precios del día a día, en los alimentos, en la gasolina. Trump aprovecha este enojo para decir que la nación no podría estar peor. Mientras Biden padece el impacto de ser el incumbent, el republicano aún mantiene su imagen de político de teflón. Todo podría cambiar si empiezan las condenas en los juicios en su contra y los estadounidenses se dan cuenta de que el magnate puede realmente terminar en prisión. Biden lidia con la tormenta actual como puede. Si después de ésta vendrá la luz, se sabrá en los próximos meses.