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Madrid
La revelación de las tensiones entre las reinas de España, Letizia y Sofía, ha sido un duro golpe para la imagen de la monarquía cuando el conjunto de las instituciones del país no pasa por su mejor momento.
El presidente del gobierno, Mariano Rajoy, con su decisión de resolver la crisis independentista catalana recurriendo a los juzgados y no mediante negociación política, ha empujado a los tribunales a su peor crisis de percepción pública.
El rechazo de Alemania la semana pasada a la petición española de entregar a Carles Puigdemont por un delito de rebelión ha complicado aún más la posición de unos jueces a los que se los acusa de trabajar al dictado de la política.
El parlamento español también está congelado, debido a la imposibilidad de apoyar leyes sin los parlamentarios nacionalistas catalanes y vascos, que boicotean a Rajoy.
Esto se suma al descrédito de los dos grandes partidos, el Partido Socialista (PSOE) y el Partido Popular (PP) y los casos de corrupción que cada semana siguen surgiendo dentro del Partido Popular.
En medio de este cuadro de inestabilidad, la monarquía había recuperado en los últimos meses un papel importante, especialmente a partir del controvertido discurso del rey Felipe VI el pasado 3 de octubre, tras el referéndum de independencia catalán, cuando atacó con dureza a Puigdemont y los independentistas por poner en riesgo la integridad territorial del país.
Ese discurso fue tan criticado por la izquierda y los nacionalistas como alabados por los conservadores. Los primeros lo desaprobaron por su tono poco dialogante; los segundos lo alabaron por su firmeza.
La contundente aparición del rey sirvió, en todos los casos, para disipar las conversaciones sobre la pérdida de influencia de la corona.
Desde que el rey Juan Carlos se rompió la cadera en 2012 en Botsuana, cazando elefantes en compañía femenina mientras el país atravesaba una fuerte crisis económica, la familia real se había convertido en sinónimo de escándalos. El mayor de ellos fue el juicio de la infanta Cristina y su marido, Iñaki Urdangarin, por aprovechar sus privilegios para enriquecerse con una organización benéfica.
Urdangarin fue condenado el año pasado, y está a la espera de ingresar en prisión. La decisión de Felipe VI de apartarlo de la Familia Real había ayudado a mejorar la imagen de los Borbones. Todo ese esfuerzo saltó por los aires por algo, al parecer, tan superficial como una fotografía.
El pasado martes dio la vuelta al mundo un vídeo de la familia real a la salida de una misa en Mallorca. En él se observa a la reina Letizia evitando que Sofía, la reina emérita, se fotografiase con sus nietas, las princesas Leonor y Sofía.
Las imágenes coincidieron con la presentación de los presupuestos nacionales (los mismos que siguen congelados desde septiembre por el bloqueo institucional), en los que la asignación a la Casa del Rey aumenta un 1%, hasta los 7.8 millones de euros.
Las críticas no se hicieron esperar. El jueve pasado Letizia fue abucheada por la gente en su primera aparición pública tras la difusión del video. Varias personas le gritaron “antipática” a la salida de un evento en Madrid, una actitud que no es habitual de la población para con la familia real.
En ese contexto, el debate sobre la representatividad de la monarquía ha regresado a los hogares españoles, aunque sigue lejos de la esfera política y los medios de comunicación de prestigio, donde es un tabú.
Incluso Pablo Iglesias, el líder de Podemos, el partido más abiertamente anti monárquico, se ha mostrado cauto respecto al incidente entre las reinas, afirmando que “las cuestiones de familia, enfados o tensiones son asuntos privados”.
El secretario del PSOE, Pedro Sánchez, también declaró que “en todas las casas cuecen habas” y “la relación con la familia política es siempre compleja”.
La prensa española habla del choque de dos tipos de monarquía: el de Sofía —hija, esposa y madre de reyes—, y el de Letizia.