Washington.— En el último gran tiroteo vivido en Estados Unidos, el de este martes en tres salones de masajes en Georgia, seis de las ocho víctimas fueron de origen asiático, y todas menos una mujeres. A pesar de que las primeras indicaciones apuntan a que el crimen tuvo una motivación de adicción sexual, a nadie se le escapa el hecho de que casi todas las víctimas fueran asiático-estadounidenses, una comunidad que en los últimos tiempos ha sido víctima de un crecimiento de la actividad criminal contra ella. Coincidiendo, no por casualidad, con toda la etapa de pandemia.
El mes pasado, un hombre filipino fue acuchillado con un abridor de paquetes en un vagón del Metro de Nueva York; en esa misma ciudad, una mujer asiática fue golpeada en la cara mientras esperaba el transporte; otra fue empujada al suelo en una panadería en Queens. En los Ángeles, un anciano fue apaleado con su bastón en una parada de autobús. A finales de enero, en San Francisco, Vicha Ratanapakdee, de 84 años y origen tailandés, murió tras ser embestido y tirado al asfalto por un adolescente.
Estos son sólo algunos de los más recientes ataques a la comunidad asiático-estadounidense en Estados Unidos, delitos de odio hacia un grupo demográfico que están creciendo exponencialmente en un contexto de pandemia en el que la combinación de prejuicios, desconocimiento y una retórica alarmantemente incendiaria del anterior presidente, Donald Trump, ha provocado una situación de emergencia.
La comunidad asiática se siente desde siempre invisible, ninguneada. Ya a finales del siglo XIX, cuando su presencia empezaba a ser importante, la población estadounidense la defenestraba e insultaba, culpándola de todos los males, insinuando comportamientos y costumbres que crearon un estereotipo concreto, empujándoles a tener que luchar en exceso para visibilizarse y formar parte de la sociedad de pleno derecho.
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La pandemia ha magnificado esa sensación, convirtiéndoles de nuevo en la piñata de la xenofobia y el racismo. Ha llegado a un “punto de crisis”, en palabras de la congresista californiana y demócrata Judy Chu, presidenta del grupo de congresistas de origen asiático y del Pacífico. La comunidad que representa está “aterrorizada por el crecimiento alarmante de la intolerancia anti-asiática”. El culpable de la situación actual, según Chu, es evidente. “Los ataques no son un accidente”, decía hace unas semanas, “está claro que [el intento de insurrección de] el 6 de enero no fue la única violencia que incitó Donald Trump”.
La situación es tan alarmante que obligó a la creación de Stop AAPI Hate, una coalición de organizaciones a nivel nacional que se encargó de recopilar ataques de odio y discriminación anti-asiáticos. “Nos inundaron inmediatamente con cientos de incidentes”, relataba Russell Jeung, uno de los fundadores de la coalición y profesor de estudios asiático-estadounidenses en la Universidad Estatal de San Francisco. Si bien no es explícito que todos los reportes que aportan las víctimas son derivados de la pandemia, la relación entre el aumento de los delitos y el contexto global es más que evidente.
Desde marzo de 2020 hasta el 28 de febrero, AAPI Hate detectó 3 mil 795 ataques contra asiáticos, aunque la cifra se basa sólo en aquellos que denuncian públicamente casos que han vivido en primera persona. Los datos oficiales también reflejan un aumento exponencial. Un reporte del Centro de Estudio de Odio y Extremismo de la Universidad Estatal de California en San Bernardino, con consultas a los departamentos de policía de 16 de las mayores ciudades de Estados Unidos, detectó que los crímenes de odio contra la población asiática crecieron 149% en 2020. El año pasado, los crímenes de odio, en general, descendieron 7%. Sólo en la ciudad de Nueva York, por ejemplo, los ataques racistas contra asiáticos aumentaron 833%: más de 80% fueron tipificados como “motivados por el coronavirus”.
Las cifras, sin embargo, se estima que son mucho menores de lo que realmente se vive en las calles. “Hay mucha más gente que no ha reportado incidentes con respecto a la que sí lo ha hecho”, confirmaba Connie Chung Joe, directora ejecutiva de la Asian Americans Advancing Justice en Los Ángeles, a NPR.
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En parte, porque los atacantes se aprovechan de la poca tradición de los asiáticos de confiar en la policía, y se ceban especialmente en aquellas demografías (mujeres, ancianos) que tradicionalmente son más reservados de lo habitual, y que presuntamente tienen un conocimiento de inglés más limitado y, por tanto, hacen más improbable la denuncia y el posterior castigo. “Tenemos un elevado número de ancianos reportando que nunca pensarías que iban a quejarse, pero que reconocieron racismo cuando lo experimentaron”, apuntó Jeung.
La situación ha obligado a grupos de jóvenes voluntarios a patrullar armados de silbatos y panfletos las calles de los Chinatown de San Francisco, Oakland o Nueva York, preocupándose por las tienditas regentadas por asiático-estadounidenses. “Es un momento de trauma nacional [para los asiático-estadounidenses]”, reconocía Jeung.
Las patrullas y la toma de decisiones de precaución, como el evitar salir a las calles, son respuesta a casos como el de Denny Kim, atacado por dos hombres en el barrio coreano de Los Ángeles que le golpearon hasta dejarle un ojo morado y la nariz rota, que escaparon diciendo que “todos los asiáticos iban a morir”.
O el de una víctima que, en la plataforma de Stop AAPI Hate, denunciaba haber sido rociada con desinfectante en una farmacia al grito de “eres la infección, no te queremos aquí”. O el de un hombre y su hijo de dos años apuñalados en la cara con un cuchillo al principio de la situación pandémica; o el de una mujer a la que le lanzaron ácido encima en Nueva York, en abril de 2020. “No hay duda: todos los asiáticos se sienten extremadamente vulnerables porque los ataques se han incrementado”, decía Don Lee, un activista de Brooklyn, semanas después del inicio de la pandemia y tras los primeros reportes de ataques de odio contra la comunidad asiática.
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Manjusha Kulkarni, otra de las fundadoras de Stop AAPI Hate y directora ejecutiva del Consejo de Planificación y Política Asia-Pacífico, insiste que gran parte de la culpa de la situación es la retórica en la opinión pública, lanzada por la anterior administración. Trump, en uno de sus momentos más racistas y xenófobos de su administración, se empeñó en calificar el coronavirus de “virus de China” o “kung-flu” (haciendo un juego de palabras entre flu —gripe— y el arte marcial). “En un análisis”, dice Kulkarni, “encontramos que una cuarta parte de los incidentes que seguimos incluyeron al atacante usar un lenguaje muy similar al de Trump”.
Como en muchos otros ámbitos, Trump consiguió hacer políticamente correcto, al menos entre sus seguidores, retóricas y actuaciones xenófobas, racistas e intolerantes. El expresidente unió la pandemia con su temor al crecimiento económico y político de Beijing en el mundo, generando una oleada de odio contra lo asiático (generalizado en el concepto restrictivo e insultante del “chino”), y provocando el aumento de los ataques, la actividad en internet contra esa comunidad.
Una situación que ha sido fácilmente detectada por el nuevo gobierno de Joe Biden, quien ha querido poner freno a este contexto de forma inmediata. “El gobierno federal debe reconocer que ha desempeñado un papel en la promoción de estos sentimientos xenófobos a través de las acciones de los líderes políticos, incluidas las referencias a la pandemia de Covid-19 por la ubicación geográfica de su origen”, dijo Biden, en un duro golpe (aunque velado) a su predecesor. “Tales declaraciones han avivado temores infundados y perpetuado el estigma sobre los estadounidenses de origen asiático y los isleños del Pacífico y han contribuido a aumentar las tasas de intimidación, acoso y crímenes de odio contra ellos”, añadió poco después de llegar a la Casa Blanca.
Por eso uno de sus primeros memorandos presidenciales, cuando todavía no había cumplido una semana de mandato y con menos repercusión mediática entre otras medidas destinadas a fulminar herencias polémicas del anterior gobierno, fue el dedicado a “condenar y combatir el racismo, la xenofobia y la intolerancia contra los asiático- y los isleños del Pacífico en los Estados Unidos.”
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“Ordeno a todas las agencias federales que combatan el resurgimiento de la xenofobia, en particular contra los asiático-estadounidenses y los isleños del Pacífico, que hemos visto dispararse durante esta pandemia. Es inaceptable y no es estadounidense”, reza ese documento, firmado el 26 de enero, seis días después de la toma de posesión.
Insistiendo en ese mensaje, en su discurso a la nación por el primer aniversario de la declaración de la pandemia, hizo un llamamiento urgente a terminar con los delitos contra los asiáticos.
“Crímenes de odio violentos contra asiático-estadounidenses, que han sido atacados, acosados, acusados y culpados. En este momento, muchos de ellos están en la primera línea de esta pandemia, intentando salvar vidas, y todavía obligados a vivir con miedo por sus vidas mientras caminan por las calles de Estados Unidos. Eso está mal, no es estadounidense, y debe acabar”, sentenció.