Bruselas.— Cada año, holandeses, canadienses y belgas honran los pasos que recorrieron las fuerzas aliadas que liberaron a Flandes zelandés de la en 1945.

Son sólo 30 kilómetros, pero al batallón de la Novena Brigada de Infantería Ligera de Canadá le llevó tres semanas recorrerlos; de la costa de Knokke, balneario belga localizado frente al mar Norte, hasta el pequeño poblado de Hoofplaat, ubicado frente al Escalda Occidental, brazo de mar estratégico para el transporte fluvial; es la puerta de acceso a Amberes, el segundo puerto más importante de .

A pesar del viento y el frío, en la última edición de la Marcha del Recuerdo, que se celebra cada primer domingo de noviembre, participaron centenares de personas, en un gesto de solidaridad, recuerdo y preocupación.

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Sistema de defensa antimisiles durante un simulacro militar en un lugar no revelado en Irán, que ha ampliado los ejercicios militares para cubrir dos instalaciones nucleares adicionales en el país 26 de enero. Foto: AFP
Sistema de defensa antimisiles durante un simulacro militar en un lugar no revelado en Irán, que ha ampliado los ejercicios militares para cubrir dos instalaciones nucleares adicionales en el país 26 de enero. Foto: AFP

Para algunos de los que cruzaron los llanos agrícolas del sur de la provincia holandesa de Zelanda, el mundo no aprendió las lecciones heredadas por la Segunda Guerra Mundial, peor aún, el sonar de los cañonazos está más cerca que nunca.

“Tenemos que seguir recordando y seguir caminando, porque aún no hemos aprendido. Entonces hubo víctimas de la guerra, hoy siguen habiendo”, dijo el organizador del evento, Danny Lannoy, a la cadena local Omroep Zeeland.

“No viví la guerra, todo parece muy lejano. Sin embargo, te das cuenta de que, aunque aquí no estemos en guerra, sigue estando cerca. En eso pensé cuando guardamos un minuto de silencio”, dijo la holandesa Tannie Boone.

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A ocho décadas del fin del último conflicto global vivido en el planeta —este lunes se conmemora el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto—, la entonces victoriosa Europa, hoy integrada en un exitoso modelo que se conoce como Unión Europea (UE), comienza a comprender que los años que han transcurrido desde el sangriento conflicto han sido la excepción y no la norma, en la trayectoria de la humanidad.

Las envidias, las rivalidades, los celos, las ambiciones personales, el hacer prevalecer el poder del más grande y poderoso sobre el más pequeño y débil, han sido desde siempre la regla entre las naciones, a pesar de que para los europeos de hoy resulta inexplicable que el nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, reclame derechos sobre Canadá, Groenlandia y Panamá.

El bullying imperialista de Trump es lo último que los europeos esperarían de su más cercano aliado y del país que presume de ser guardián del orden internacional.

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Pero, como acertadamente señala en una publicación Sven Biscop, estudioso del Instituto Real de Relaciones Internacionales Egmont, con sede en Bruselas, la historia de 3 mil años de política internacional es una de potencias que compiten y eventualmente cooperan para tener acceso a materias primas, generar oportunidades comerciales o ganar influencia.

Con demasiada frecuencia, recuerda el autor de Cómo las superpotencias determinan el curso de la política mundial, las naciones más poderosas eligen el camino de la rivalidad y, en última instancia, el de la guerra para consolidar sus ambiciones. “Siempre fue así, y sigue siéndolo, pero a los europeos occidentales se les puede disculpar [hasta cierto punto] por haberlo olvidado. Ochenta años de paz entre ellos, de 1945 a 2025, es el verdadero gran logro de la integración europea, y una asombrosa excepción en su historia.

“Setenta y seis años de alianza de la OTAN con Estados Unidos, desde 1949, también es históricamente excepcional. Desgraciadamente, llevó a muchos a pensar que el mundo a su alrededor también había renunciado a la política de poder, lo que por supuesto nunca ocurrió”.

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Son múltiples las alertas que hoy incomodan y que amenazan con desestabilizar un mundo que desde la derrota de la Alemania nazi se ha ido construyendo con base en reglas equilibradas y vinculantes.

En el frente este europeo hay en curso una guerra a gran escala provocada por la decisión unilateral del presidente ruso Vladimir Putin de invadir Ucrania. Irónicamente, el argumento usado por el autócrata ruso para agredir al país vecino fue la “necesidad de liberarlo del nazismo”.

La Misión de Observación de los Derechos Humanos de la ONU en Ucrania reportó el 9 de enero pasado que la agresión rusa iniciada en 2022 ha causado la muerte de 12 mil 456 civiles y dejado 28 mil 382 heridos. Al costo humanitario se añade el económico, 744 estructuras médicas y mil 614 complejos educativos han quedado destruidos o dañados.

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Simultáneamente, al interior de la Europa rica, el espíritu de armonía y solidaridad sobre el que se ha construido el proyecto comunitario se desvanece a medida que las sociedades se polarizan y las fuerzas populistas de ideologías extremas ganan posiciones. El mayor daño infligido hasta ahora ha sido la salida del Reino Unido de la Unión, en un contexto de mentiras, engaños y ambiciones personales.

En Medio Oriente, la potencia militar regional, Israel, hace y deshace a su gusto. Castigó durante 15 meses a todo un pueblo por las atrocidades cometidas por los fanáticos de Hamas. Los fundamentalistas islámicos, mataron en un ataque sorpresivo a mil 195 israelíes y extranjeros, mientras que 251 fueron llevados como rehenes.

El castigo israelí al pueblo palestino es resumido por la Agencia de la ONU para la Coordinación de Ayuda Humanitaria de la siguiente forma: 466 días de bombardeos israelíes en la Franja de Gaza resultaron en 46 mil 645 muertos, 110 mil heridos, 90% de la población desplazada, 685 mil escolares sin acceso a educación, 92% de los hogares destruidos y 91% de los habitantes en peligro de enfrentar inseguridad alimentaria aguda.

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Del otro lado del Atlántico, Trump ha vuelto a la Casa Blanca. Los europeos pensaron que su primera presidencia había sido un error histórico que jamás se repetiría. Se equivocaron, al igual que al haber pensado que la seguridad y bienestar alcanzado es algo escrito en piedra que puede considerarse como algo adquirido de manera permanente.

Para Trump, las relaciones son transaccionales, no basadas en lazos históricos o principios compartidos. Prioriza la política de divide y vencerás, como demostró con su la lista de invitados a su investidura presidencial: convocó a miembros de la extrema derecha europea y excluyó a los europeístas.

A estas alertas se agrega otra no menor: el planeta es cada vez más volátil. El Institute for Economics and Peace contabilizó en junio del año pasado 56 conflictos en activo, el mayor número desde la Segunda Guerra Mundial.

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A diferencia del pasado, los conflictos de hoy son más internacionales, involucran a 92 países; más letales, provocaron 162 mil muertes en 2023, el índice más elevado en tres décadas; y más costosos, su impacto económico fue ese año de 19.1 billones de dólares, 158 mil millones más que el año anterior.

En tanto que el desarrollo tecnológico está recortando la brecha asimétrica entre gobiernos y grupos no estatales, dificultando aún más la posibilidad de encontrar soluciones sostenibles. En la década de 1970 en 49% de los conflictos había una victoria decisiva, en 2010 el índice fue de sólo 9%.

Si esto no fuera suficiente, habría que agregar los riesgos generados por la creciente dependencia de la sociedad moderna de la electrificación y la tecnología. Los ataques externos a la infraestructura crítica, es decir, a los activos esenciales para el mantenimiento del funcionamiento de la sociedad, la salud, la seguridad, la economía y la preservación del bienestar, son cada vez más frecuentes, destructivos y letales. Uno de los incidentes más recientes tuvo lugar en noviembre, en el mar Báltico, en donde sospechosamente fueron dañados cables submarinos de telecomunicación clave. Próximamente, habrá ataques híbridos y cibernéticos desde Rusia, anticipa la primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen.

Sven Biscop insiste en que no estamos ante un nuevo orden mundial, sino es la “vieja normalidad” la que vuelve a llamar la atención de Europa.

“Históricamente, las grandes potencias surgen y desaparecen, y las alianzas van y vienen. Sin embargo, esto no es una llamada al fatalismo. El declive del Imperio romano duró más que la vida entera de muchos otros sistemas políticos; la UE y la OTAN tampoco han terminado todavía. Y Europa no tiene por qué declinar, desde luego no en términos absolutos. Se trata de una llamada a la acción”, puntualiza.

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