San José.— El calendario de los últimos 50 años en Chile sólo tiene un día: 11 de septiembre de 1973. Todo lo que ocurrió en Chile durante los siguientes 600 meses giró sobre esa fecha. Chile llega este lunes a su más dramático, doloroso, desafiante y evocador cruce con la historia por cumplirse —¿festejar, conmemorar, lamentar, recordar?— el 50 aniversario del golpe de Estado que derrocó al presidente chileno, el médico socialista Salvador Allende, sepultó la democracia y empotró en el poder al general ultraderechista chileno Augusto Pinochet.
Allende gobernó mil 44 días y el derrocamiento de su gestión, que fue legítimo y constitucional, quebró la democracia chilena y permitió a Pinochet gobernar 5 mil 25 días con una dictadura militar, ilegítima e inconstitucional, que cambió la historia de Chile y la de América: 11-9-1973, un sello indeleble.
Nacido el 26 de junio de 1908 en Santiago, médico cirujano y socialista, Allende desarrolló una prolongada carrera política desde que en 1929 emergió como dirigente universitario y en 1933 se involucró en la fundación del Partido Socialista: diputado (1937-1939), ministro de Salud (1939-1942), senador (1945-1969), presidente del Senado (1966-1969) y candidato presidencial (1952, 1958, 1964 y 1970).
Al coronar unos 41 años de batalla política y como candidato de un bloque izquierdista, socialista, comunista y de otras fuerzas aliadas en la Unidad Popular, Allende ganó los comicios presidenciales del 4 de septiembre de 1970 y derrotó al derechista Jorge Alessandri (1896-1886 y presidente de 1958 a 1954), y al democristiano izquierdista Radomiro Tomic (1914-1992), pero sin obtener el mínimo requerido o la mayoría absoluta para proclamar su victoria definitiva. La contienda pasó al Congreso Nacional, que en la noche del 24 de octubre de 1970 adoptó una decisión transcendental para Chile y le otorgó 153 votos a Allende y 35 a Alessandri, con siete en blanco: Allende se convirtió en presidente electo y en el primer socialista en llegar a la presidencia en América Latina y el Caribe por la vía del voto y no por las armas.
Allende asumió el 3 de noviembre de 1970 para gobernar hasta 1976. Fiel a su ideología, lanzó un plan de gobierno de “socialismo a la chilena” que atemorizó a las más poderosas clases políticas conservadoras y tradicionales de Chile: estatizar áreas vitales de la economía, nacionalizar la minería de cobre —estratégica para ese país—, congelar precios de mercancías, acelerar una reforma agraria y aumentar salarios, entre numerosas iniciativas.
El país se polarizó, con una constante agitación política, socioeconómica e institucional, con violencia callejera de seguidores y rivales del mandatario y todo bajo vigilancia rigurosa de dos radares: el del flanco militar chileno, sensible e histórica bisagra de poder, y el de Estados Unidos. Washington nunca congenió con Allende. Desde 1970 con la elección en juego, el entonces presidente de EU, el republicano Richard Nixon (1913-1994), intentó cerrarle al paso su avance hacia el Palacio de La Moneda, sede de la Presidencia de Chile.
De enero a septiembre de 1973, con otro halcón republicano —Henry Kissinger— todavía como consejero de Seguridad Nacional de Nixon y secretario de Estado de EU a partir del 22 de septiembre de ese año, Wa- shington concedió la solución del problema chileno a los militares… y Pinochet comprendió el mensaje geopolítico: impedir que Chile se convirtiera un país socialista.
Nacido el 25 de noviembre de 1915 en la central zona de Valparaíso, Pinochet intentó sin éxito en 1931 y en 1932 entrar a la carrera militar y lo logró en 1933. Egresado en 1936 como alférez de infantería, inició un recorrido por escuelas y regimientos, subió en el escalafón, ascendió a capitán en 1946 y en 1948 ingresó a la Academia de Guerra, con tareas de servicio por emergencias naturales, para emprender en 1949 estudios en geopolítica y geografía castrense y acceder en 1953 a la Facultad de Derecho de la (estatal) Universidad de Chile.
Nombrado como agregado militar de Chile en Washington en 1954, suspendió en 1956 sus estudios de Derecho y prosiguió su carrera militar en escalada de los variados rangos, y en 1970 alcanzó el de general de división. El 23 de agosto de 1973, 19 días antes de la fecha eterna en Chile, Allende lo nombró comandante en jefe del Ejército, y de allí saltó —en una sangrienta y mortal asonada— a la posición que le marcó para siempre… y a su país.
Pinochet asumió el 11 de septiembre de hace 50 años el dominio total nacional y, en un implacable despliegue de fuerzas, ordenó el bombardeo de La Moneda. Tras ese ataque para exigir su rendición incondicional, Allende se suicidó: tenía 65 años.
Leal a su estructura de férreo anticomunista, Pinochet aplicó una táctica de tierra arrasada sobre todo lo que oliera a socialismo que dejó más de 3 mil detenidos-desaparecidos y asesinados y se consolidó como otro de los dictadores militares derechistas proWashington de la época que construyó un voluminoso expediente de violador de los derechos humanos.
Centenares de miles de chilenos atiborraron una diáspora de perseguidos políticos que huyó por Europa, Asia y el resto de América y repercutió en la desintegración social de Chile. Luego de múltiples presiones internas y externas, Pinochet cedió a reabrir la puerta a la democracia.
Tras turbulentas y controversiales jornadas contra Pinochet, violencia y represión política incluidas, Chile acudió el 14 de diciembre de 1989 a elecciones presidenciales en las que venció el democristiano chileno Patricio Aylwin (1918-2016), famoso por una frase de agosto de 1973: “Entre una dictadura marxista y una dictadura de nuestros militares, yo elegiría la segunda”.
Aylwin se instaló el 11 de marzo de 1990 en La Moneda y Pinochet preservó la jefatura militar que Allende le otorgó en 1973. Al dejarla en 1998, sin citar a Allende, defendió que actuó en 1973 por los conflictos que estallaron en el gobierno socialista y decidió intervenir para evitar la “autodestrucción” de Chile. Pinochet murió de infarto agudo de miocardio el 10 de diciembre de 2016: tenía 91 años.
Antes y después, Chile siguió gobernado por la Constitución Política que, hecha a modo de Pinochet y legada por la dictadura, entró a regir en forma transitoria en 1980, con validez total en 1990 y aún vigente con múltiples parches. Tras un intento fallido en 2022 por tener una nueva Carta Magna, Chile comenzó en junio anterior a redactar otra Constitución, que deberá estar lista en noviembre próximo para ser sometida el 17 de diciembre siguiente a aprobación o rechazo del pueblo en un referendo y en una pelea que se transformó en otra tarima en la pugna con el pasado… Pinochet versus Allende.
“Las heridas y las divisiones políticas a partir del golpe de Estado siguen muy vigentes en la sociedad”, admitió la abogada y política socialista chilena Antonia Urrejola, ministra de Relaciones Exteriores de Chile de marzo de 2022 a marzo de 2023 en el primero de los cuatro años de gobierno de Gabriel Boric, primer presidente izquierdista desde 1990.
“Incluso hay retroceso. Algunas encuestas muestran hasta admiración por Pinochet. Las víctimas se van muriendo sin saber la verdad y se alcanza la impunidad biológica. Pensaba que, a hoy y sobre todo luego de los 30 y los 40 años [del golpe], donde sí hubo avances, ya tendríamos acuerdos mínimos civilizatorios. Eso no se ve: para nada”, dijo Urrejola a EL UNIVERSAL.
Tras mencionar que una comisión de verdad y reconciliación creada por Aylwin pidió perdón en 1991 por las atrocidades de Pinochet, lamentó que “a 50 años del golpe los mismos actores relativizan las violaciones a los derechos humanos. Aumentan los discursos negacionistas (…) que, de alguna manera, justifican las violaciones a los derechos humanos”.
“Chile parece estar girando sobre sí mismo, sin mayores claridades”, advirtió el ingeniero y filósofo chileno Álvaro Pezoa, del derechista y opositor Partido Republicano, que este año se consolidó como principal fuerza política de Chile al ganar mayoría en la comisión que elabora la nueva Constitución. Pezoa narró a este diario que Chile está “sin satisfacer siquiera en algo las exigencias sociales (…) marcando el paso rumbo a un futuro altamente ambiguo y, con suerte, mediocre”. “Incertidumbre de por medio, Chile da vueltas como un trompo”, reiteró.
Inamovible, la punta del juguete parece voltear sobre un sólo punto: el 11 de septiembre de 1973.