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Texto: Susana Colin y Nayeli Reyes
Fotografías: Archivo EL UNIVERSAL
Diseño Web: Miguel Ángel Garnica
“Salíamos con los chilacayotes, les hacíamos sus ojitos y todo, les metíamos una velita en medio, luego los llenábamos de papel de china rojo para que se vieran”. Nicanora, a sus 90 años, recordaba el Día de Muertos en Santa Anita , cuando esta colonia de la hoy alcaldía Iztacalco era un pueblo a las afueras de la ciudad.
Eran los años 30 del siglo pasado. Los niños del pueblo se reunían e iban a las casas a pedir dulce de calabaza, antes llamado chacualole (palabra que proviene del náhuatl xacualolli, amasar). La gente les servía en ollas de barro esta pulpa endulzada con piloncillo y al terminar la noche repartían el botín entre todos.
Postal Santa Anita a finales del siglo XIX. Éste fue un pueblo lacustre hasta los años cuarenta del siglo pasado, cuando se desecaron los ríos que nutrían el cause de sus canales. Colección Villasana-Torres.
“Cantábamos: Muerto si hubieras corrido/ no te hubieran alcanzado/ pero como no corriste/ ya te llevan cargando. Luego decíamos: Alabada sea la hora/ en que Cristo nació/ por salvarnos del pecado/ bendita sea su pasión… ¡El chacualole!”, contaba Nicanora con sus ojos perdidos en el tiempo.
Nicanora ya no canta. Este año visitará por primera vez una ofrenda en su memoria: ella no alcanzó el siglo de vida, murió este verano.
Ocho décadas después, en lo que fueron tierras de cultivo de Santa Anita , pequeños espantos avanzan por la colonia Viaducto Piedad, entre ellos anda Fernando. A diferencia de Nicanora, él viste un disfraz, por una noche es un vampiro de seis años, entre sus colmillos plásticos lanza una advertencia: “¿Me da para mi calaverita?”.
En uno de sus brazos cuelga un bote con forma de Frankenstein donde sus víctimas no arrojan sangre, sino paletas, dulces, chicharrones y a veces dinero. A sus espaldas camina La Catrina, de falda larga, huaraches y chal de flores bordadas que quizá recogió de las ofrendas. Quienes conocen su identidad la llaman Leticia, el niño vampiro le dice mamá.
Con o sin disfraz los niños llevan décadas solicitando a transeúntes, negocios y casas que llenen sus contenedores o bolsas con la preciada “calaverita”. Años 90.
Un origen “de chile, mole y pozole”
¿Por qué pedimos calaverita? Un rumor dice que es una tradición prehispánica. De acuerdo con la versión más popular en el universo de internet, todo comenzó con un niño azteca de las clases bajas de la sociedad; él no tenía dinero para poner una ofrenda a sus muertos y se le ocurrió pintarse la cara para persuadir a la gente de darle pan, fruta y comida.
El especialista en antropología de la muerte, Erik Mendoza, desmiente entre risas esta historia y el origen único del Día de Muertos en lo prehispánico: los rituales referentes a la muerte que realizaban los nahuas antes de la llegada de los europeos son muy distintos a la festividad actual, se realizaban en otras fechas, eran más cercanos a los dioses que a los muertos comunes y corrientes, además, ¡ni siquiera existía el pan!
El investigador del Museo Nacional de Antropología ubica dos principales influencias en lo que se conoce como “pedir calaverita”: una en la época novohispana y otra en el Halloween . ¿Dónde empieza una y termina la otra? Ya es difícil saberlo. “Se busca una pureza que no hay”, comenta Erik.
Erik Mendoza coordina el Seminario Permanente de Antropología de la Muerte del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
La primera podría ubicarse en el siglo XVIII, cuando en las iglesias las reliquias (huesos y objetos de santos) esperaban a creyentes ansiosos de ofrendarles oraciones para expiar sus pecados. Esto era parte de la celebración católica de Todos los Santos, el 1° de noviembre. Con el tiempo “pasaron de la veneración únicamente de las reliquias a la veneración de todos los fieles difuntos… una cosa más doméstica”, afirma el antropólogo.
Los ricos ponían “piras funerarias”, altares para sus propios difuntos. Quienes no podían costearlo pedían lo que sobraba de estos retablos monumentales “para su calaverita”, es decir, para poner en la ofrenda a su muertito. Pese a que algunas costumbres se perdieron, en el mundo rural existió cierta continuidad, en algunos poblados los niños aún piden alimentos de la ofrenda.
Lo más parecido a las piras funerarias podrían ser los altares monumentales que actualmente se ponen en Huaquechula, Puebla.
La segunda influencia es milenaria. Antiguamente, celtas y galos celebraban el Samhain; creían que en el cambio de estación otoñal se abría un portal que durante un mes lunar permitía venir a los muertos (buenos o malos) y a otros seres.
“Se disfrazaban o se pintaban para espantar al espanto, se encerraban a veces, dejaban una vela encendida en las casas siempre para que los malos no pasaran”, explica el antropólogo. Con la evangelización católica el Samhain se convirtió en All Hallows Eve ( víspera de todos los santos , celebrado el 31 de octubre), de ahí deriva el nombre Halloween.
En un inicio la gente no se disfrazaba para pedir calaverita. Actualmente los niños se caracterizan según el presupuesto de los padres; algunos improvisan sus disfraces con elementos que tienen a la mano en sus casas. Aquí podemos observar a un grupo de niños pidiendo calaverita en 2006.
“Se van mezclando todas las tradiciones, llegan a México y es una mezcla”, dice Erik detrás de la oscuridad de su barba. Muchos años atrás, en la década de los 60, antes de que el vello facial llegara a su rostro, recuerda que desde septiembre guardaba la caja de zapatos nuevos para la escuela, en noviembre tomaba las tijeras para darle mueca de calabaza de Halloween al cartón y metía una vela dentro. Así recorría las calles buscando para la calaverita.
A su parecer estas cajas son una “jack-o'-lantern a la mexicana”, los irlandeses acostumbraban poner dentro de un nabo una vela para simular la brasa del infierno que, según una leyenda, el diablo le dio a un mal hombre llamado Jack para andar en la oscuridad. Cuando estos migrantes llegaron a América cambiaron el nabo por la calabaza o el chilacayote, según la región y se retoma por el resto de la población.
De acuerdo con el especialista, en las películas mexicanas de la época se puede ver que antes de los 70 se acostumbraba en estas fechas ir al panteón, “ponerse hasta las chanclas”, platicar y comer, sólo eso. Poco a poco, con la influencia mediática que tuvo el Halloween, principalmente en las ciudades, se sumó la práctica mestizada de “pedir calaverita”.
Cajas y chilacayotes con velas dentro iluminaban el camino de los niños durante estas fechas. Halloween se ubica en el calendario el 31 de octubre, mientras Todos los Santos y Fieles Difuntos se celebran el 1° y 2 de noviembre respectivamente.
“La muerte nos da identidad”
Una niña-conejo saltaba por las calles de San Bartolo Atepehuacan, en la alcaldía Gustavo A. Madero. A su lado rodaba un Rayo McQueen humanoide, agitaban sus botes fantasmales que de a poco se llenaban de caramelos. Tras ellos andaba la tía Dafne y también algunos gritos viejitos: “¡eso no es tradición mexicana!”
Dafne García cuenta que en San Bartolo algunas personas, principalmente las mayores, atacan a quienes piden dulces en la calle por promover una tradición que no consideran de este país, aunque hay algunos disfraces que toleran, como Catrina, Frida Kahlo o alguno de la película Coco.
“Las tradiciones anglosajonas y su comercialización han restado identidad cultural a los niños y adultos mexicanos”, acusaba la columna “Morral de libros” de este diario en 1994. El autor del texto diferenciaba entre pedir calaverita para juntar “dinero o alimentos para el homenaje al propio difunto, a nuestra calaverita” y el Halloween, donde se pedía dinero y golosinas porque sí.
“Tenemos que tener a nuestro enemigo…el famoso Masiosare” afirma Erik. En respuesta a la inminente llegada del Halloween, en los años 80 se realizaron películas para reafirmar al Día de Muertos como una tradición mexicana, tales como Calacán (1985) y Día de Difuntos (Los hijos de la guayaba) (1988).
Según el experto, el mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” de Diego Rivera es parte del origen de la identidad mexicana oficial, La Catrina (adaptación de La Garbancera de José Guadalupe Posada) está en el centro.
¿En verdad perdemos nuestra tradición por apropiarnos de otras? Hoy pueden andar juntos la mexicanísima Catrina y el lejanísimo vampiro: “Es importante separar las cosas, independientemente de que mi hijo se disfrace, yo le he enseñado por qué se le celebra a la muerte, la tradición de poner la ofrenda, es la herencia que le dejo”, dice pensativa Leticia.
Si bien sus favoritos son dulces “de los que pican”, Fernando, nuestro vampiro, afirma en entrevista que también le emocionaría recibir por calaverita elementos de la ofrenda como dulce de calabaza o flores, aunque en esa zona ya no los ofrecen.
Sin importarles si es Halloween o calaverita, dos niñas disfrutan el día de las caries.
No hay una forma única de vivir Día de Muertos, la variedad de culturas de este territorio no se resume en una monografía de papelería y en significados uniformes. En la Ciudad de México, lugar de encuentro entre las migraciones rurales y la admiración por lo extranjero, se conjuga esta diversidad de tradiciones en un mismo momento.
Todo tiene cabida, el Espíritu Santo habita en las canciones con Hulk y el Chavo del 8, como en los cantos para pedir calavera en Xochimilco:
“Buenos días paloma blanca / hoy te vengo a saludar /saludando tu belleza / y tu reino celestial / los que suben ya no bajan / los que bajan ya no suben / ya llegó la Chilindrina / a pedir su mandarina / ya llegó el Chavo del 8 / a pedir su bizcocho / ya llegaron los abuelitos / a pedir sus tamalitos / ya llegó el hombre verde / a pedir su mole verde. / Con los huesos de mi abuela voy a hacer una escalera y subir a la azotea para gritar ‘¡la calavera, tía!’”
Si no dan “calaverita” los pequeños monstruos no lanzan papel higiénico a las casas como en Estados Unidos, arrojan algo peor, un grito: “¡que se le quemen los tamales!”, y premian la generosidad con otra consigna mejor que el perdón de los pecados: “¡que se le cosan los tamales!”
El autor de la columna “Morral de libros” también escribió aquel 2 de noviembre de 1994: “Desconocer las tradiciones y culturas de otros pueblos nos hace encerrarnos en nosotros mismos o, como dice Carlos Fuentes, si no somos capaces de imaginar a los otros, los destruimos”.
La fotografía principal ilustra la tradición de pedir calaverita con un chilacayote en 1994. En la fotografía comparativa antigua vemos a un niño con una caja de zapatos: “jack-o'-lantern a la mexicana”, ambas pertenecen a nuestro Archivo Fotográfico. La imagen actual es cortesía de José Antonio Cerezo.
Fuentes : Hemeroteca EL UNIVERSAL
Entrevistas con Leticia Ayala, Dafne García, Nicanora y Érik Mendoza. Agradecemos a Jocelyn Barrera y a Alfredo Ortega por compartir sus canciones.