Toluca, Méx.— La violencia contra las mujeres no distingue edad, sexo, profesión ni el nivel económico, es una espiral de la que el grado de estudios no puede salvar a la víctima, pues la vergüenza y el miedo son iguales en todos los casos, señaló Carolina, una de las 107 mujeres víctimas de violencia atendidas dentro de los siete refugios para mujeres violentadas y sus hijos en el Estado de México.
Ella es médico de profesión desde hace ocho años. Admitió que eso no fue un factor que le ayudara a detener la espiral de violencia física, sicológica y económica que enfrentó durante los años de vida en pareja.
La mujer de 35 años platicó que se casó enamorada, sin saber que vendrían cambios que la llevarían a vivir bajo el yugo de un hombre que, incluso, amenazó con hacerle daño a sus padres, hermanos o sobrinos si ella lo denunciaba o se iba de su lado.
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Haberse convertido en una víctima la avergonzó y sólo pensar en lo que dirían sus compañeros de trabajo o sus familiares le impidió pedir ayuda.
Detalló que su pareja se fue transformando en un hombre agresivo, celoso y violento, razón principal para negarse a tener hijos, pero aún así no se percibía tan vulnerable como para pedir ayuda en un refugio.
“Da mucha pena, sabía que era violentada, pero el miedo y el estigma te limitan, pensar en qué van a decir los compañeros, la gente, tu familia, porque al ser una mujer preparada no se supone que estés así.
“La otra es que la violencia se salió de control, no es que haya una medida, sino que él me mantuvo amenazada, decía que si me iba le haría daño a mi familia”, reconoció Carolina.
A los refugios en la entidad ingresan las mujeres tras una valoración, dijo Angélica Arroyo González, subdirectora de Espacios y Mecanismos de Refugio de la Secretaría de las Mujeres, es decir, a través de la línea sin violencia reciben la denuncia, pero son enviadas a las diversas dependencias facultadas para definir de forma multidisciplinaria en qué estado emocional se encuentran las mujeres y las necesidades sicológicas que presentan.
Para acceder a esta atención deben establecer la denuncia por violencia o intento de feminicidio, según el caso, aunque 90% de las víctimas que ingresan son por violencia.
Una vez que ingresan quedan incomunicadas, es la trabajadora social quien las arropa, que hace el contacto con familiares y tramita sus documentos, pues muchas de ellas huyen sólo con la ropa que traen puesta.
Una vez dentro, realizan una entrevista para conocer cuál fue el detonante que llevó a la víctima a pedir ayuda, “aunque pareciera implícito, es importante conocer cuál es su objetivo, que quieren ellas para orientarlas”, comentó.
De acuerdo con Graciela Rodríguez, sicóloga clínica dentro del refugio de Jocotitlán, una de las características para definir si son o no viables para ingresar a los refugios es su situación anímica, y saber cuál es la expectativa de la víctima, si es sólo salir del círculo, empoderarse o ser independiente.
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Añadió que entre las víctimas existen efectos sicológicos, sobre todo predomina el estrés postraumático, la depresión y conocer la gravedad de los efectos de violencia. A estos sitios la cantidad de mujeres que llega fluctúa, aunque mensualmente son cerca de 23 usuarias, algunas con hijos e hijas, y los rangos de edad que prevalecen son de 18 a 25 años, pero “la violencia no reconoce estratos sociales, edad, género, preparación académica, hay algunas hasta de 60 años de edad”.
De acuerdo con Rodríguez, en muchos casos existe la negación: primero se enfrentan a un duelo, porque deben perder todos los estereotipos de género. Antes de que ellas tomen la decisión de salir del hogar, luchan contra la familia, la religión y la sociedad, se cuestionan a sí mismas, no saben si hacen bien o mal, y cuando ingresan a sicología comienzan a deconstruir la violencia, cuestionan los mandatos sociales.
La subdirectora Angélica Arroyo comentó que según la historia clínica, en muchos de estos casos hay focos rojos desde el noviazgo, pero existe el romanticismo, creen que las celan por amor o hay imposiciones por su bien, mucho de esto es carga social, educación que reciben en casa y es por ello que deconstruir la violencia es un camino que requiere ayuda profesional.
Las víctimas son albergadas durante tres meses, tiempo en el que reciben capacitación para el trabajo, y a ellas y a sus hijos les brindan asesoría nutricional, toda vez que han recibido casos de menores en desnutrición; actualmente en los siete refugios hay 35 niñas y 36 niños.
“La idea es empoderarlas, que sean independientes, y por supuesto, asegurar que cuentan con una red de apoyo afuera que las recibirá”, indicó.
Una vez que egresan reciben asesoría y atención multidisciplinaria en alguno de los 84 Centros Naranja de la entidad.
Dentro del refugio reciben capacitación para el autoempleo desde electricidad hasta repostería, y en los casos en los que no cuentan con una red de apoyo, pueden ser atendidas en la Casa de Transición, en Naucalpan, un modelo exclusivo de la entidad en el que les brindan hospedaje y pueden salir a trabajar, estudiar y hacer un ahorro para que, tras un año, cuenten con recursos para iniciar una nueva vida.
Los refugios se localizan en Zinacantepec, Jocotitlán, Cuautitlán Izcalli, Chalco, Amecameca, Nezahualcóyotl y Tultepec.
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