“Así como a nosotros, a muchos se les han cerrado las puertas de trabajo. Yo ya ni para el gas tenía. Hay gente que te arrima una bolsita de arroz, una de frijoles y me siento muy agradecida pero ¿con qué lo haces?, de dónde sacas el agua, el gas, el jitomate…”
La feriante de 36 años tiene un puesto de dardos y un juego de sillitas, de ella depende su hijo de 13 años quien le ayuda a botear sobre la avenida. “Tenemos problemas económicos desde que ocurrió el accidente en Chapultepec, las autoridades nos comenzaron a poner muchas trabas, pero a mí me gusta la feria es un orgullo, me ha enseñado a trabajar en otros oficios y no sé qué haría sin ella. La feria es un gremio muy bonito pero muy sufrido, es de aguante”, dice Araceli.
Tanto Araceli como Aída esperan que las actividades se reanuden lo antes posible porque su fuente de trabajo está siendo cada vez más relegada y les gustaría que sea una tradición que se recupere.
“Nunca nos han volteado a ver como lo que es. No somos un medio de primera necesidad, somos una diversión, pero una diversión en calle y es triste porque la feria existe desde los años 40. Somos una tradición que se está yendo. Ya es más fácil entretener a un niño con una tablet que sacarlo a divertirse”.
Vendedores de feria, olvidados ante la pandemia
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