Para Katia Valverde Pérez, de 43 años, lo más significativo de impartir clases y dar tutorías en uno de los Pilares capitalinos es cuando alguno de sus alumnos logra algún éxito, desde pasar un examen, obtener una certificación o incluso aprender a leer.
Cuenta a EL UNIVERSAL que comenzó a dar lecciones en la unidad Jaime Torres Bodet en San Juan Ixtayopan, en la alcaldía Milpa Alta, tras la pandemia de Covid-19, luego de quedar embarazada, pues aunque antes se desempeñaba como ingeniera química petrolera, en el ámbito de seguridad e higiene, la necesidad de un empleo que le diera tiempo para dedicarse a su maternidad la llevó a conocer esta alternativa.
“No lo conocía, busqué, me informé y me agradó la idea. Entré como docente y empecé a dar clases. Primero fue primaria, secundaria y luego me abrí a dar clases de prepa en línea, Comipems, universidad, asesorías, ayuda en tareas y bachillerato Pilares. Entré a todas las modalidades”, señala Katia.

En estos años que ha impartido clases, explica que se ha dado cuenta de que se puede hacer una comunidad muy bonita con sus alumnos, además de las grandes diferencias que existen entre dar clase a niños que a gente adulta mayor.
“Trabajar con niños, por ejemplo, ellos absorben bastante, llevan una energía, te cuentan demasiadas cosas, te dicen ‘maestra no le entendí a la suma’ y tú buscas cómo enseñarle, no es simplemente escribir en el pizarrón y hacer una cuenta. No, buscas la opción para que ellos entiendan el concepto”, dice.
Uno de los casos más gratificantes para ella es el de dos adultos mayores que a causa de la pandemia dejaron sus estudios en el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA), quienes “poco a poco” han ido avanzando en su aprendizaje a lo largo de tres años.
“Además de ser usuarios son personas, es una comunidad muy bonita, los apapachamos, me platican, se han vuelto como mis abuelitos; es una cosa maravillosa, ver cómo la gente te dice ‘maestra, lo logré, saqué un 8, un 7’, hasta un 6 para ellos es grandioso, o niños que dicen ‘maestra, saqué 10, ¡gracias!’ Pero es darles seguimiento, no es lo tradicional de un pizarrón o una diapositiva”, explica con orgullo.
Advierte que también se ha enfrentado a retos; por ejemplo, para dar apoyo a jóvenes de bachillerato, comenta que a veces surgen temas más avanzados de los que “uno ya no se acuerda porque ya tienes tiempo de haberlos estudiado”, por lo que debe volver a estudiar para explicar.
A Javier Islas, de 35 años, docente de una ciberescuela en Tláhuac, lo que más le llama la atención de su trabajo son “los procesos de educación comunitaria” que tienen lugar en estos espacios.
Es licenciado en Ciencias Ambientales y Cambio Climático, pero desde 2019 ofrece asesorías académicas a pequeños desde primaria y secundaria hasta adultos mayores.
“Mi formación tiene que ver con la integración de comunidades indígenas a derechos básicos y defensa de sus derechos. Durante algunos años, antes de 2019, tuve oportunidad de trabajar en algunos sistemas similares de educación popular, que justamente me llamaron mucho la atención, en torno a lo que se hace en Pilares, llevar educación a la periferia”, narra.
Para él, el trabajo que se hace en estos espacios permite reivindicar los derechos de las comunidades en sitios de la CDMX donde era muy necesario, porque existían focos de violencia o marginación, para “dar una pequeña luz para todas las comunidades”.
No considera que él dé clases como tal, sino que “colabora con la comunidad”, pues se pretende que sea un modelo de educación horizontal entre quienes dan las tutorías y quienes acuden a aprender.
Su mayor gratificación ha sido trabajar con adultos mayores y que después se acerquen a decirle “profe, ya aprendí a leer y escribir, o ver cuando empiezan a leer sus primeras palabras después de tal vez 50 o 60 años de nunca haber ido a la escuela, eso es lo más gratificante”.