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“En esta foto puedes ver a Raúl Álvarez Garín limpiando la puerta de su celda. En ese tiempo, les pintábamos el apodo del que vivía ahí, no recuerdo cómo le decíamos a Raúl. Siempre nos cotorreábamos; lo hacíamos para quitarnos el carcelazo, como se le decía a cuando estaba uno deprimido.
“Afuera de las celdas había unos tambos de basura muy grandes de donde salían montones de ratas, qué digo ratas... ¡eran unos conejotes!; hacíamos “puntas” con clavos y en las noches nos dedicábamos a matarlas, a veces alcanzábamos a unas 15 o 20. Algunos nos dormíamos, otros nos poníamos a leer... de esa forma me enseñé y leía bastante. Era un desahogo: teníamos que romper el carcelazo.
“Al día 22 de nuestra huelga de hambre, en enero de 1970, nos aventaron a los presos comunes: les dieron permiso de entrar a nuestras celdas y saquearlas para romper la huelga. Nos detuvieron a la visita para obligarnos a salir de nuestra crujía. Era una trampa.
“Regresamos corriendo y alcanzamos a levantar una loza para detener la reja de la crujía. Un compañero, Rafael Jacobo, líder campesino, se quedó a defenderla; le gritábamos que se metiera, pero no hizo caso.
“Les estábamos aventando botellazos a los presos que se nos querían meter a la crujía cuando vimos que los custodios empezaban a disparar... en un principio pensamos que nos iban a proteger, pero no: iban contra nosotros. Nos tuvimos que meter a las celdas.
“Jacobo no pudo seguir defendiendo la reja y corrió hacia nosotros pero solo llegó hasta la jardinera que estaba al lado de mi celda. Lo picaron cuatro veces en el hígado y le rompieron las manos a tubazos, le fracturaron el cráneo. Yo lo miraba desde detrás de la puerta de mi celda, fue tanta la impresión que la mandíbula se me entumió, no podía ni hablar. Fue un héroe.
“Los presos comunes lograron entrar a la crujía y se nos querían meter a las celdas, nos gritaban: ‘¡Abran, abran!’. A mi celda se alcanzó a pasar un compañero, El Gufi.
—¿Sabes qué, Gufi? —le dije— tengo dos fierros y no nos vamos a quedar sin nada. Si nos llevan, nos llevamos a uno con nosotros.
“Cada quien agarramos uno y nos quedamos detrás de la puerta. Afuera seguían gritando pero ya no eran los presos comunes, logramos salir.
“Otra día, hicimos globos de papel de papel de china, de esos que vuelan, para enseñárselos a las visitas. El domingo, estábamos todos los presos políticos, puestísimos, haciendo malabares para echar a volar nuestros globos. Ya que habíamos logrado hacer uno, lo prendíamos y ¡zaz!... se nos quemaba.
“Lo intentamos varias veces hasta que un día hicimos un globo más grande y logramos que levantara. Era un grandote, de cantoya. Cuando voló, le dijimos a la visita: ‘¿Ya ven?, ¿ya ven cómo sí se puede?’”.