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Una vez desinfectado y lavado el cuerpo de una persona que murió por Covid-19, los cirujanos legistas y embalsamadores Armando y Carlos Robles aplican una inyección intra-arterial. Hacen una incisión en la región superior de la clavícula derecha para localizar la arteria carótida y drenar el cuerpo.
Cerca de la medianoche, en un centro de tanatopraxia que brinda servicios funerarios, Armando y Carlos hacen otra incisión.
Esta vez el bisturí abre el abdomen, cerca del ombligo, para aspirar los gases y fluidos de los órganos de la cavidad abdominal; hígado, intestinos, páncreas, y riñones. El aspirado también extrae líquido de los pulmones, esófago y corazón.
Los cuerpos son drenados y los líquidos son sustituidos con una solución.
El cadáver queda libre de cualquier virus o bacteria eliminando el riesgo de contagio para que sus familiares puedan despedirlo de forma segura.
“Siempre que realizamos un embalsamado a un cuerpo infectocontagioso más que temor tenemos precaución. Hemos trabajado, por ejemplo, con VIH, influenza H1N1, tuberculosis y ahora Covid. El riesgo es alto, sí, pero siempre hemos acatado las reglas de la Ley General de Salud”, explica Carlos Robles en entrevista con EL UNIVERSAL.
El riesgo para los embalsamadores es igual de alto que para cualquier trabajador de la salud debido a que están expuestos a sustancias altamente peligrosas y trabajan con herramientas punzocortantes que si no se manejan con el debido cuidado pueden provocar heridas y contagiarlos de cualquier enfermedad.
Es por ello que deben estar previamente capacitados además de contar con un certificado expedido por una institución pública o particular que lo avale, tal como lo establece la Ley General de Salud.
Vestirse para la muerte
La guía de manejo de cadáveres por Covid-19 en México establece que quienes embalsamen deben cumplir las normas de bioseguridad y el uso del equipo de protección personal.
Antes de recibir el cuerpo infectado, Carlos y Armando deben colocarse sobre la pijama quirúrgica el traje Tybek y los cubrecalzados.
Unas gafas de protección transparentes resguardan sus ojos; el cubrebocas N95 la nariz, los labios y las mejillas, y tres pares de guantes de látex sus manos.
Cada equipo de protección tiene un costo de casi 700 pesos y es completamente desechable.
Al llegar la carroza fúnebre, los embalsamadores revisan el certificado de defunción para conocer a detalle las causas de muerte y saber qué tipo de proceso van a realizar.
Con un rollo de plástico, cubren el cadáver, desde los pies hasta los hombros para brindar mayor protección.
Con la ropa que los familiares colocaron en el ataúd visten al difunto.
Después de colocar algodón en fosas nasales y boca, además de pegamento en los ojos, los embalsamadores maquillan el cuerpo; lo peinan y colocan fijador en rostro y cabello y lo regresan al féretro con la imagen de la Virgen de Guadalupe.