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A paso lento, cargando cuatro macetas que cada una trae dos flores de cempasúchil, don José se abre paso en medio de la vendimia y el caos que en estas fechas de acumula en los alrededores del panteón de Mixquic, en la alcaldía Tláhuac; el ritual le toma más de dos horas pues viene desde Iztapalapa en transporte público, a sus 85 años dice, no es ningún problema, pues es el único día que puede estar con su mamá, hablaron con ella, decirle que la extraña y hasta soltar unas lágrimas.
Su madre, doña Catalina, murió a la misma edad que él tiene actualmente, fue la última persona que se enterró en este panteón hace más de 15 años; desde esa fecha el peregrinar es el mismo, "aquí es cuando uno se da cuenta que ya está viejo uno, antes hacía todo esto rápido, hasta me iba al mercado de Jamaica por las flores y todo, pero ahora, ya me cuesta todo", dice el octogenario maestro de primaria.
Con la vista cansada y los oídos nublados, casi de inmediato llega donde descansa su madre, sin tropezarse ni perderse en los pequeños pasillos de las otras tumbas, la única, "aquí es, aquí está mi madre", dice para luego tomarse un minuto, poner su mano sobre la lápida y hablar en su interior con ella.
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Don José llegó solo, sus hijos estaba ocupados trabajando o con otras tareas "para hacer eso" -ir a dejar flores a la abuela- sus nietos, simplemente lo ignoran, "todo el tiempo están con el celular, ese maldito aparato, espero que por culpa del celular no sé pierda está tradición y luego, ni uno de mis nietos me venga a visitar aunque sea el día 2, mínimo que ese día me vengan a dejar flores o me hagan un altar", cuenta furioso.
El ritual el de todos los años, limpia las hojas y flores secas de un rosal plantado junto a la tumba de doña Catalina, barre, cómo con periódicos viejos mojados, limpia la lápida de azulejos en color azul y descansa un rato.
"Me falta agua" se lamenta, pues sabe que para obtener el líquido tiene que caminar hasta una pileta que está a un costado de la iglesia San Andrés Apóstol, son como 200 metros, pero él, es un largo tramo.
"Vengo este día -31 de octubre- porque los meros días es imposible, llega muchísima gente y en veces, ni llegó a la tumba y ahí me quedo nomás esperando a que se vayan, por eso le digo a mi mamá que no se enoje, de todos modos en la casa le tengo su altar".
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"¡Qué bueno que llegue gente! Es importante que no se pierda está tradición, nunca debemos olvidar a nuestros muertos, son nuestras mamás, nuestros papás, hermanos, hermanas y en algunos casos hasta hijo", dice nostálgico don José.
Poco a poco y conforme el sol caía frente al panteón, fueron llegando familias a limpiar las lápidas, los más adultos solo ordenaban sentados, los jóvenes eran quienes hacían en trabajo pesado, “déjalo bien limpia, te falta ahí atrás de la cruz, vayan por bastante agua", se escuchaba a una abuelita a dos tumbas de la de don José.
Del otro lado, dos hermanos vestidos, uno Beetlejuice y la otra de Merlina, a toda prisa limpiaban la tumba de su tatarabuela, esa era la condición para que les dieran permiso de ir a una fiesta de la prepa, "si nos gusta, pero nosotros venimos a la velada en día 1, hoy nomás nos mandaron a limpiar", dicen entre risas al tiempo que mandaban fotos a sus papás de cómo estaba quedando el último recinto de los abuelos.
Día de muertos, una pachanga
El Día de Muertos, cómo reza la tradición, es una pachanga; en la explanada del pueblo y junto al panteón, se instaló un templete donde no se dejó de tocar música tradicional mexicana y algunas cumbias alusivas a "la muerte", no podía faltar la llorona, entonación que pendió a los asistentes, todos vestidas de Tehuana o catrinas.
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La calle Independencia, era un jolgorio. Dulces típicos, quesadillas, panes de amaranto, tamales, atoles, elotes… en fin, había de todo para los asistentes, es el único día que nos dejan sacar todo, entonces en estos tres días vendemos lo que se pueda", dice Lourdes, una vecina del lugar que vendía elotes y rentaba los espacios frente a su casa, justo, en contra esquina del panteón.
El lugar contaba con vigilancia, un retén de la Policía Capitalina revisaban que nadie llegará con aliento alcohólico, otros, caminando vigilaban que no hubiera conflictos, mientras que personal de la alcaldía, orientaba a los turistas que llegaban de todos lados, "pueden visitar la iglesia y el atrio, hay una exposición y todo es gratis", decían a los turistas.
Al final, cómo es tradición, unas cuantas familias aprovecharon que la noche de ayer no hubo tumulto e hicieron una velada muy íntima, advirtieron que hoy y mañana estará "imposible" por toda la gente que llega a venerar y convivir con los fieles difuntos.
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