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Las veladoras que doña Ángela le coloca a sus difuntos no se quedan en su lugar, pone una y se cae inmediatamente, la para y la del otro extremo se va al piso, se da la vuelta para repetir la tarea y la del fondo hace lo mismo, las repetidas acciones lejos de molestar a la señora de 67 años le arrancan una sonrisa.
Como es costumbre, los alrededores del Panteón de Mixquic lucen abarrotados. Capitalinos, visitantes del Estado de México, Pachuca, Querétaro y hasta de Sinaloa se concentran en el lugar, entre muertos y vivos.
“Es nuestra primera vez aquí y está bien bonito, sólo que hay un buen de gente y pues así ni lo disfrutas, pero es algo diferente a lo que hacemos por allá”, dice Lázaro, quien aprovechó su asistencia a la Fórmula 1 para ver correr a Sergio Checo Pérez y mientras se da un baño de pueblo junto a su esposa y amigos.
“Es interesante todo esto, para nosotros es algo nuevo, allá la gente se muere y ya, los despedimos, nos ponemos tristes y es todo. No los esperamos en noviembre, no los vamos ver al panteón ni nada de eso, los mexicanos creo que tienen esa conexión especial con sus difuntos y eso es espectacular”, señala Marcelo —como asegura que se traduce su nombre al español.
Con ese termómetro y con base a su experiencia doña Claudia afirma que hay menos gente, “mira, en el 19, la fila para entrar estaba desde la entrada del panteón y le daba la vuelta a la calle, sí había más gente, imagínate si ahora dices que está lleno, antes no se podía ni caminar”.
De manera aleatoria personal de la alcaldía Tláhuac exhorta con altavoces al uso del cubrebocas y reparte gel antibacterial; sin embargo, no impide el paso a quien no lo porta. “Es imposible”, dice una funcionaria.
Dentro, el caminar es tortuoso, no hay sana distancia y cualquier estornudo o tos alerta a todos. Al ver a tanta gente, doña Ángela se alarma un poco, “creo que la gente no entiende, este panteón se llenó de quemados por el virus ese, no los enterraron, a todos los quemaron”.
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