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Toluca, Méx.— Desde hace una semana los familiares de menores internados en el Hospital del Niño enfrentan temperaturas por debajo de los cuatro grados centígrados por las noches y a la intemperie, porque pernoctan dentro de casas elaboradas con plástico o cartones, instaladas sobre las jardineras frente a la fachada del centro médico.
Provienen de diversas regiones como Tejupilco, Atizapán, Ecatepec, Temoaya, incluso de las delegaciones norte o sur de Toluca, quienes no cuentan con recursos para pagar hasta tres o cuatro viajes de ida y vuelta por semana, para asistir a sus hijos en las quimioterapias, radioterapias u otros tratamientos.
El hospital tiene un albergue a unos cuantos metros de su entrada principal, donde hay baños y regaderas. Ahí la gente puede pasar la noche dentro de un techo seguro.
Sin embargo, éste se llena durante la primer hora de acceso, relataron Oralia Gómez Rodríguez y Maricela Martínez, quienes habitan un pequeño cuarto de uno por dos metros, acondicionado como una recámara, en donde conviven desde hace dos meses y medio. Son cuatro personas, de ellos, sólo dos son familiares, pero comparten el mismo espacio desde que sus hijos fueron diagnosticados con algún tipo de cáncer.
En este espacio que se convirtió en su hogar, tienen un huacal en la pared que sirve como alacena. Ahí colocan sus botes de jabón, el aceite y otros productos de la despensa.
Tienen una mesa de centro en la que comen y cocinan sus alimentos en un anafre.
“Estamos acostumbrados a vivir bien, no somos gente de la calle, pero no tenemos otra, porque en este momento nuestro hijo nos necesita y no podemos irnos de aquí”, relató Uber Bravo, esposo de Oralia.
Condiciones precarias. A esta situación se suma la disputa de los espacios con el personal de la Dirección de Gobernación del ayuntamiento de Toluca, quien los retira constantemente de la acera, y con los indigentes, además de vendedores ambulantes que almacenan dentro de las casas pet, cartón y basura, provocando fauna nociva y plagas con las que deben lidiar.
“No estamos aquí por gusto, la verdad es que nos piden estar cerca por si acaso somos requeridos por los médicos. En la sala de espera únicamente pueden estar dos personas —y no al mismo tiempo—, además tenemos que correr a comprar medicamentos, a realizar estudios de nuestros hijos que nos requieren de manera inmediata los doctores y eso nos impide irnos a nuestra casa o alejarnos”, explicó Maricela.
En sólo una semana, algunos de estos padres gastaron entre mil 500 y 2 mil pesos entre medicamentos y análisis con los que no cuenta el hospital, pero que son necesarios para el tratamiento de sus hijos, coincidieron más de siete mamás entrevistadas, de modo que —aseguran—, “no alcanza para pagar también un lugar donde dormir, a pesar de que nos estamos congelando”.
La mayoría son mujeres, madres, abuelas o tías que acompañan a otro familiar, quienes se agrupan y hacen redes ciudadanas, algunas compran pan, otras agua, llevan huevo y así juntan lo necesario para preparar un desayuno que se dividen entre todas para después sentarse a comer en el pasto, la tierra o la acera de enfrente, buscando un poco de sol que las caliente.
“Es que no tenemos a dónde ir, ayer, por ejemplo, estuvo lloviendo todo el día y vinieron de varias fundaciones, nos regalaron comida, café, hubo quienes trajeron chamarras, suéteres, cobijas, pero también nos vienen a correr los del gobierno municipal y aparte hay que cuidar la casa donde vivimos, porque es de plástico y todo, pero hay una larga fila de gente que espera para meterse y ganarla”, señaló Maricela.
La vida de los familiares se detiene por meses mientras egresan del tratamiento sus hijos, resumió Irene Fortunato, quien vive en Atizapán.
Lo único que no se detiene es el descenso de las temperaturas y el ambiente gélido en el que se ven obligados a dormir a cambio de no alejarse de sus pequeños.